Un día como hoy, hace una década, el Papa Benedicto XVI, antes de anunciar un consistorio para la creación de cardenales, dedicó unas sabias palabras a la solemnidad que hoy celebramos.
«Esta fiesta de la Epifanía es una fiesta muy antigua, que tiene su origen en el Oriente cristiano y pone de relieve el misterio de la manifestación de Jesucristo a todas las naciones, representadas por los Magos que acudieron a adorar al Rey de los judíos recién nacido en Belén, como narra el Evangelio de san Mateo», dijo Ratzinger a los fieles que acudieron a la Plaza de San Pedro para rezar el ángelus con el Papa.
«Todo el período de Navidad y de Epifanía se caracteriza por el tema de la luz, vinculado al hecho de que, en el hemisferio norte, después del solsticio de invierno, el día vuelve a alargarse con respecto a la noche. Pero, más allá de su posición geográfica, para todos los pueblos vale la palabra de Cristo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). Jesús es el sol que apareció en el horizonte de la humanidad para iluminar la existencia personal de cada uno de nosotros y para guiarnos a todos juntos hacia la meta de nuestra peregrinación, hacia la tierra de la libertad y de la paz, en donde viviremos para siempre en plena comunión con Dios y entre nosotros», señaló Benedicto XVI.
«El anuncio de este misterio de salvación fue confiado por Cristo a su Iglesia», recordó el ahora Papa emérito. El mundo, dijo Benedicto, «con todos sus recursos, no es capaz de dar a la humanidad la luz para orientarla en su camino. Lo constatamos también en nuestros días: la civilización occidental parece haber perdido la orientación, navega a vista. Pero la Iglesia, gracias a la Palabra de Dios, ve a través de estas nieblas. No posee soluciones técnicas, pero tiene la mirada dirigida a la meta, y ofrece la luz del Evangelio a todos los hombres de buena voluntad, de cualquier nación y cultura», afirmó Su Santidad.