Juan, el Bautista. Un hombre excéntrico

Pbro. Hugo Valdemar Romero
Pbro. Hugo Valdemar Romero

En este segundo domingo de adviento, el evangelio nos pone como figura central a un profeta que hace las veces de bisagra, pues en su persona se abre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Es el último de los profetas que ha venido a preparar la venida del Salvador, es la voz que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, hay que abrir una vía recta, hay que abajar los montes y enderezar los senderos para el paso de Dios que llega a salvar a su pueblo.

Juan, el Bautista, es un hombre excéntrico, nada común. Se viste de piel de camello, se alimenta de insectos y miel silvestre. Su vida es un testimonio de austeridad y penitencia, no vive para sí, sino para anunciar la palabra de Dios y para denunciar el pecado y la hipocresía de la clase dirigente; su voz, como la de todos los profetas, es dura, amenazante y agresiva. Les dice “raza de víboras, no piensen que escaparán del castigo. ¡Conviértanse!”

La voz del Bautista es una voz chocante. Hoy lo tacharíamos de extremista, integrista, fanático, loco porque su voz es como un látigo que azota a nuestros egoísmos, injusticias, maldades e hipocresías. Su voz severa resulta fastidiosa para nuestras conciencias acomodadas que no quieren saber de exigencias, de juicio, de castigo y que entienden la misericordia de Dios como un salvoconducto de nuestra maldad. “Haga lo que haga” -pensamos- “Dios es misericordioso y me perdonará; es más, si en verdad es misericordioso, no tiene más recurso que perdonarme, puedo hacer lo que quiera,está obligado a salvarme”.

Por eso decimos cuando alguien se muere: “No te preocupes, ya está en el cielo”, pero esa es una gran mentira; en realidad sólo los santos y los que mueren en gracia de Dios y han reparado sus culpas, van al cielo. Otros muchos que mueren en gracia de Dios, pero no han podido reparar el mal de sus pecados, irán al purgatorio y quien muere empecinado en su pecado y maldad, irá irremediablemente al infierno que es eterno. Dios es misericordioso, sí, pero también es justo y el evangelio, una y otra vez, nos habla de juicio y de castigo eterno para aquellos que practicaron el mal.

En este segundo domingo de adviento, la voz del Bautista te interpela y te pregunta: ¿Cómo vives tu vida? ¿En la justicia o en la injusticia? ¿En el temor de Dios o en la impiedad? ¿En la práctica del bien u obcecado en la maldad? No pienses que escaparás del juicio y del castigo. Si hiciste el bien y vives como Dios manda tendrás el premio eterno, pero si has vivido en la maldad y el egoísmo, el Bautista te advierte con severidad: “Ya el hacha está puesta en la raíz del árbol y al que no dé fruto, será cortado y echado al fuego”. Haz caso a la voz de Dios que te dice: “Conviértete y vuelve al Señor con todo tu corazón”. El tiempo de adviento es una oportunidad para que dejes de hacer el mal y empieces a hacer el bien.

“Señor Jesús ven, ven a transformar mi corazón y hacerlo semejante al tuyo”. Feliz domingo. ¡Dios te bendiga!

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