Jesús va enseñando

Eclesiástico 3,17-20.28-29 Salmo 67 Hebreos 12,18-19.22-24 Lucas 14,1.7-14

Pablo Garrido Sánchez

Los aspectos más cotidianos sirven a JESÚS para transmitir una enseñanza, incluso convierte una trampa dialéctica en una lección a tener en cuenta. El evangelio de hoy sitúa a JESÚS en un banquete al que es invitado con el fin de ser observado, pues el cerco se va estrechando a medida que se van acercando a Jerusalén. San Lucas nos había dicho que JESÚS “atravesaba ciudades y aldeas enseñando mientras caminaba hacia Jerusalén” (Cf. Lc 13,22). A lo largo de estos capítulos se observa una tensión creciente de la que conocemos su desenlace de muerte para JESÚS, pero al mismo tiempo el SEÑOR no pierde ocasión para ratificar su victoria sobre el pecado y la muerte: “os digo que no me volveréis a ver hasta que digáis, bendito el que viene en el Nombre del SEÑOR” (Cf. Lc 13,35b). Esta conciencia de JESÚS sobre su Segunda Venida, que ya no tendrá relación con el pecado y la muerte (Cf. Hb 9,28), manifiesta su condición divina. JESÚS es hombre, pero es también DIOS y tiene dominio sobre el pecado y la muerte. La confirmación de su conciencia de HIJO de DIOS aparece en distintas manifestaciones y una de ellas se encierra en las predicciones de su plena manifestación o Segunda Venida. Los anuncios de su muerte que se va a materializar en Jerusalén van acompañados del anuncio de su Resurrección, pero la Segunda Venida es el cumplimiento total de las promesas dadas en la Revelación, que pone fin al estado presente del hombre sobre la tierra. DIOS es el CREADOR y nuestra estancia en el modo presente de existencia no está directamente determinado por la duración cósmica de los astros, en este caso del Sol o del planeta Tierra. DIOS puede irrumpir de manera definitiva en su creación en el momento que lo considere oportuno decretando el fin de la historia con la Segunda Venida de su HIJO. El final cristiano de las cosas y principalmente del hombre no es una aniquilación de todo y reducción a la nada o al caos, sino una gran transformación, principalmente de los hombres como hijos de DIOS creados por Amor. La enseñanza de JESÚS camino de Jerusalén acentúa la humildad, la compasión y la Misericordia. En el evangelio de este domingo resalta la humildad por la vía de la humillación elegida de quien no se considera con méritos propios. No somos capaces de calibrar el grado de desprendimiento realizado por CRISTO hasta alcanzar mediante el abajamiento y la Encarnación que JESÚS sea el Nombre sobre todo Nombre (Cf. Flp 2,5-9). Un pequeño desprendimiento de algo por nuestra parte nos resulta doloroso o imposible de llevar a cabo. El HIJO, sin embargo dice san Pablo, se despoja de su porte o revestimiento divino para acercarse a nuestra condición humana, como si de un hombre cualquiera se tratara. Este camino de abajamiento inicial hasta llegar a la Encarnación es propio y exclusivo del HIJO de DIOS, y ningún otro hombre o fundador de religión puede presentar una trayectoria similar. De nuevo, lo que JESÚS nos va a decir en el evangelio de este domingo corresponde a lo que emana de su propia condición personal. A la mesa del SEÑOR estamos convocados todos y cada uno presenta su minusvalía, enfermedad o deficiencia.

El libro de Ben Sirá

El nieto de Jesús Ben Sirá asume la tarea difícil de traducir al griego un libro familiar escrito por su abuelo, que recogía las máximas sapienciales que este antecesor había elaborado a partir de la lectura y meditación de los libros sagrados conocidos: la Ley -Pentateuco-, los Profetas, los Salmos y otros escritos. Por aquella época, siglo tercero al primero (a.C.), se realizó la traducción de los Setenta del hebreo al griego, de los libros conocidos e incluyeron también el libro en griego koiné de JESÚS Ben Sirá bajo la forma final dada por el nieto. Se considera que el libro del Eclesiástico se escribe entre el siglo segundo y primero (a.C.), por tanto, tenemos dos líneas de escritos, que en principio no presentan relación en cuanto a su elaboración. La escuela de los traductores de las escrituras hebreas al griego comienza su actividad en el siglo tercero (a.C) y termina en el siglo primero. El número de traductores se cifró en setenta, pero es lógico pensar en un número bastante mayor, pues a lo largo de más de doscientos años, por imperativo de la edad, tendrían que ser sustituidos. Calculando una vida activa como traductores de unos cuarenta años, es factible estimar que hayan pasado más de trescientos expertos en la Escritura y lengua griega para traducir del hebreo al griego. El libro del Eclesiástico podía entrar directamente como creación literaria, pues el autor debidamente ajustado a las cautelas de la veracidad y rectitud era consciente también de la necesidad de hacer llegar la Revelación a los judíos dispersos por el Imperio Romano y el resto del orbe conocido. El autor del libro del Eclesiástico expresa su gran preocupación por los hermanos en la diáspora, que ya no conocen la lengua hebrea, y por tanto no tienen acceso a las Escrituras. Este mismo planteamiento fue el de los sabios escribas ya en el siglo tercero y decidieron la traducción de los textos sagrados con el fin de ponerlos al alcance de los judíos, que ya en Alejandría no conocían la lengua hebrea. La llamada traducción de los Setenta era la que estaba vigente en tiempos de JESÚS, aunque en las sinagogas se leían las Escrituras en lengua hebrea.

Tarea difícil

La introducción al libro del Eclesiástico recoge comentarios del nieto de Ben Sirá, de lo más importante. El abuelo era un hombre sabio y devoto de la Escritura, que acudía con regularidad a las fuentes de la Revelación. Dice el Eclesiástico: “los amigos del saber deben transmitir a los de fuera, tanto de palabra como por escrito. Mi abuelo Jesús después de haberse dado intensamente a la lectura de la Ley, los Profetas y los otros libros de los antepasados, y haber adquirido un gran dominio de ellos, se propuso también él escribir algo en lo tocante a instrucción y “Sabiduría” (Cf. Eclo 0,8-12). Jesús Ben Sirá representa la consolidación de una tradición religiosa familiar, que alcanza un impulso nuevo en la tercera generación cuando el nieto considera que debe ser conocida la Sabiduría encerrada en las páginas escritas por su abuelo sabio y santo. Pocos eran los que sabían leer y escribir, por tanto también era un número reducido de personas quienes tenían acceso a una mayor profundización de la Revelación. Muchos servicios se pueden prestar a la comunidad, pero ninguno alcanza el valor del que ofrece el alimento religioso de la Fe. Lo que nació en la meditación del corazón del abuelo, después de más de cien años, sale a la luz para el bien espiritual de muchos. Lo que el abuelo Jesús Ben Sirá veló y meditó lo recogen cientos de millones de biblias a lo largo de los siglos. Este es un ejemplo luminoso de alguna parábola del Evangelio como por ejemplo la parábola del “grano de mostaza” (Cf. Mt 13,31-32). La insignificancia de lo singular o particular puede despertar su verdadero potencial cuando DIOS lo considere oportuno. Aprovechamos para incidir en la gestación familiar de esta Revelación. El nieto quería a su abuelo, y consideró que no decía tonterías. El nieto valoró la Sabiduría de su abuelo y en su misma corriente espiritual pudo imprimir algo de su sello personal.

El nieto de Ben Sirá

Pudo haber sido el ambiente helenizado de la ciudad de Alejandría donde se gestó el libro del Eclesiástico escrito, en su redacción final, por el nieto de Ben Sirá, del que sólo sabemos el nombre del abuelo, Jesús. Este es un caso relevante de la importancia que adquieren las tradiciones familiares, la trasmisión de la Fe por generaciones, los lentos procesos en los que se va fraguando una obra que verá la luz después de décadas. La saga de los Ben Sirá es similar a la Fe instaurada por los tres patriarcas, partiendo de Abraham. El patrimonio espiritual de una familia extensa se convierte en el caldo de cultivo para la renovación de la Fe de un grupo mayor de magnitud incalculable. Sólo DIOS sabe la cantidad de personas que se han beneficiado de las experiencias religiosas del abuelo Jesús Ben Sirá. El nieto avisa del esfuerzo realizado por ser fiel a la inspiración y a la Revelación recibidas; y si hubiera algún error pide una cierta comprensión e indulgencia, pues ¿cómo transmitir el Misterio de DIOS y su Voluntad mediante palabras humanas?: “allí, donde nuestros denodados esfuerzos de interpretación no hayamos podido acertar en alguna expresión, pedimos indulgencia” (Cf.  Eclo 0,18-20). Llama la atención este servidor de la Palabra que “no tiene igual fuerza lo recogido en lengua hebrea, que su traspaso o traducción a otra lengua” (Cf. Eclo 0,20-22). Cuántas enseñanzas se derivan de esta sencilla aclaración. Realiza un servicio impagable el equipo de investigadores exegetas, que examinan con minuciosidad obsesiva los más mínimos detalles de los documentos y testimonios arqueológicos, que tienen relación con los libros de la Escritura. En ocasiones, descubrimientos recientes ponen en relación más estrecha con documentos antiguos con mucha más precisión de lo conseguido en los primeros tiempos de la investigación. Todo aquel que considere que la ciencia bíblica está cerrada y no se puede añadir un renglón se ve descalificado por las sencillas afirmaciones del Eclesiástico. La Palabra de la Escritura “es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo” (Cf. Hb 4,12), pero no sólo en el plano de la Fe, sino que la palabra hablada o escrita encierra un dinamismo que se actualiza desde el primer instante en el que alguien entra en relación con ella. La palabra humana, hablada o escrita, viene cargada de matices que adecuan su significado al espacio vital en el que fue pronunciada o escrita. También en el plano de la comunicación. Para el Eclesiástico el hebreo es la legua por excelencia y lo allí recogido supera los moldes que pudiera restringir un número limitado de raíces lingüísticas. Se considera que el hebreo cuenta con ocho mil raíces que se pueden multiplicar de forma indeterminada mediante añadidos de prefijos y sufijos. Para los judíos de la Biblia, el hebreo es la lengua que hablan los Ángeles cuando se dirigen a los hombres (Cf. Hb 2,2). Ahora el nieto de Ben Sirá nos dice que el resultado final, que tenemos a nuestra disposición es un contenido de meditación fruto de “mucha vigilia y ciencia” (Cf. Eclo 0,31). En las cuevas de Qumrán se han encontrado fragmentos del libro del Eclesiástico en hebreo con una extensión aproximada de dos tercios de la totalidad. Este dato nos indica que el libro sagrado era manejado por hebreos que conocían su lengua, y por los otros judíos de la diáspora que se movían en la lengua del griego común dentro del Imperio Romano.

Eclesiástico 3,17-20,28-29

El autor sagrado ofrece en estos versículos algunas máximas relacionadas con la humildad, pues la reciedumbre del carácter puede dar lugar a la dureza de corazón, que está a unos pocos pasos de la soberbia. JESÚS mantuvo siempre una distancia única frente a los que lo hostigaban o se acercaban a ÉL con la intención de tender trampas y poder acusarlo partiendo de sus propias palabras. El modo de afrontar las situaciones y responder de JESÚS manifiestan su estado interior. Pero a JESÚS no lo podemos calificar de persona fría y distante, aunque mostrase siempre un perfecto equilibrio personal. La doctrina del Eclesiástico como guía de virtud y comportamiento debe estar contrastado con la persona y Mensaje de JESÚS con objeto de hacerlo válido para nuestra situación presente como cristianos. Nosotros no partimos de una base marcada por la Ley, sino del Mensaje que nace del Evangelio interiorizado por la Gracia o Don del ESPÍRITU SANTO.  Ahora, nosotros tenemos capacidad por la moción del ESPÍRITU SANTO de “de hacer las obras con dulzura, y ser acepto por el acepto a DIOS” (v.17). Uno de los frutos del ESPÍRITU SANTO según san Pablo es “la afabilidad”, que destierra cualquier actitud agria en la relación con los de alrededor. La dulzura o afabilidad está presente de forma primera en el lenguaje gestual. La dulzura es un modo de expresar lo que dice JESÚS: “aprended de MÍ que SOY manso y humilde de corazón”. El sabio insta a pedir, esforzarse o trabajar esta actitud personal; pero la dulzura o afabilidad debe surgir de forma espontánea para acreditar una verdadera incorporación al modo personal de actuar. El camino para el cambio personal o el crecimiento espiritual se cifra en el esfuerzo y la actuación de la Gracia que lleva a cabo la transformación en la raíz. Dado nuestro complejo mundo de libertades personales, estamos sujetos a la frecuente toma de decisiones, siendo posibles los avances y los retrocesos en la afirmación de las actitudes virtuosas. Anotemos lo que dice el Eclesiástico sobre el hombre de DIOS que es capaz de valorar o percibir al que posee este don en su corazón. Podemos decir que es dichoso o bienaventurado aquel que irradia a su alrededor la dulce presencia del ESPÍRITU SANTO y es captado por los que están a su lado, sin necesidad que él mismo sea conocedor de ese hecho.

Humillación voluntaria

“Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y ante el SEÑOR hallarás Gracia” (v.18). Sin humildad no es posible la verdadera Caridad. Para la mayoría el camino de la humildad sigue los mismos pasos que el sendero de la humillación. La humildad o pobreza de espíritu es la llave que abre la puerta del resto de las bienaventuranzas (Cf. Mt 5,3). El imperativo de la humillación para nosotros los cristianos es mucho mayor que para los seguidores del Eclesiástico en aquellos momentos, pues nosotros sabemos que hemos sido redimidos por la humillación hasta el extremo del único INOCENTE, que por Amor o compasión, nos rescató del pecado y de la muerte. JESÚS se define como “manso y humilde de corazón” (Cf. Mt 11,29). Pero no se quedó ahí, sino que descendió en la humillación hasta ser considerado como un maldito de DIOS (Cf. Dt 21,23) por colgar de un árbol, el árbol de la Cruz. Aunque en el fondo, el hombre más poderoso es un verdadero indigente, DIOS quiere ver en cada uno de nosotros algo del comportamiento de JESÚS, “aun siendo rico se hizo pobre por todos nosotros” (Cf. 2Cor 8,9). La soberbia es el pecado satánico por excelencia y se nos ha pegado. San Miguel el buen Arcángel dice: ¡¿Quién como DIOS?!; y el de satanás se niega a servir a DIOS con su grito, ¡¿Quién como yo?! Para quebrantar la dureza pétrea del corazón humano es necesaria la humillación, que habitualmente llega sin esperarla, aunque insensatamente la hubiéramos estado llamando. Humillante puede ser la enfermedad, la muerte de un ser querido o el fracaso en cualquier área de la vida. No es poca cosa encajar de forma conveniente alguna de las eventualidades anteriores. Distintos medios ascéticos deben servir para afianzarnos en la humildad a través de la humillación voluntaria, y una gracia que no nos puede faltar el don de Temor de DIOS, por el que mantenemos viva la conciencia de la distancia entre la santidad de DIOS y la propia condición cargada de pecados o imperfecciones. Un interrogante puede ayudarnos: “¿tienes algo que no hayas recibido?” (Cf. 1Cor 1,4).

Alabanza de los humildes

“Grande es el poder del SEÑOR y por los humildes es glorificado” (v.20). El humilde está en condiciones de ver la Verdad, o de descubrir la realidad de las cosas. El ego no soporta desplazamiento alguno, subordinación a nadie fuera de su giro egolátrico. El hombre que destierra a DIOS como el que es digno de todo poder, alabanza y gloria (Cf. Ap 5,12), se pone a sí mismo en su lugar y proclama al Hombre como único ente digno de adoración. Esta es la proclama máxima de la religión masónica, que en nuestros días rompe el secreto o la discreción para darse a conocer en sus aspectos más definitorios. Esto último es una forma de exaltar el ego del hombre hasta el extremo: el único merecedor de adoración es el Hombre. Por supuesto la revelación dada en el Nuevo Testamento no merece consideración alguna. A los humildes les queda la alabanza y glorificación del SEÑOR, pues reconocen que “todo don perfecto viene de DIOS” (Cf. St 1,17).

Tiempo perdido

“Para la adversidad del orgulloso no hay remedio, pues la planta del mal ha echado en él raíces” (v.28). Grave sentencia la del autor sagrado, que da por perdido al orgulloso. Nosotros nos enfrentamos con el Misterio de la Salvación. DIOS tiene poder para aplicar su Divina Misericordia hasta en los últimos momentos como fue el caso del ladrón arrepentido (Cf. Lc 23,42-43). Damos por perdido al que se cierra a todo tipo de arrepentimiento y se declara ajeno a la Divina Misericordia. JESÚS en la Cruz dice que cualquier pecado del hombre puede ser perdonado si éste se arrepiente, porque todos estamos sumidos en las tinieblas espirituales: “perdónalos, SEÑOR, porque no saben lo que hacen” (Cf. Lc 23,34). La gran insensatez del hombre es negarse al reconocimiento del propio pecado. Ante una actitud de ese tipo, nada queda por hacer salvo presentar a DIOS oraciones y acciones de carácter expiatorio, que en algún momento pudieran surtir efecto beneficioso de cara a la salvación, Santa Mónica estuvo trece años pidiendo la conversión de su hijo Agustín, que sucedió y dio para la Iglesia una de las figuras más importantes e influyentes.  

La meditación

“El corazón del creyente medita los enigmas” (v.29). Al abrir los ojos se despliega delante de la mirada todas las realidades de la creación salida de las manos de DIOS. El hombre tiene capacidad para hacer o trabajar sobre muy pocas cosas y todo el resto sobrepasa la capacidad humana. El hombre es gran dependiente de los fenómenos atmosféricos, elementos climáticos, movimientos de la tierra y del mar. La propia insignificancia humana tiene que enfrentarse en gran desigualdad contra los elementos geográficos de proporciones gigantescas. Delante de los ojos del hombre de Fe se muestra una Creación fascinante y terrible, con motivos suficientes para alabar al Creador y darle gracias, pero también muestra elementos de advertencia, corrección o castigo directamente. Para el hombre de Fe, todo está en manos de DIOS, le pertenece y ÉL mueve -controla- de acuerdo a su Divina Providencia. Después de considerar e indagar en los enigmas de lo creado por DIOS, todavía nos queda el hombre y el propio DIOS. Las preguntas que afectan al sentido de la vida se mantienen a lo largo de los siglos y el propio libro del Eclesiástico representa un extraordinario manual de conducta para ajustar la vida a los preceptos, normas y mandamientos de DIOS, en orden a permanecer fieles al SEÑOR y ser felices. El principio moral básico aflora en cada consejo o exhortación, y las conductas son orientadas a cumplir la Divina Voluntad y procurar la propia felicidad. El hombre ha de atraer sobre sí la bendición de DIOS con su conducta recta, alejando la desobediencia, el mal, la enfermedad y la desgracia en definitiva. Para rastrear los enigmas, DIOS nos provee de Sabiduría y mediante la meditación de los misterios penetramos los secretos presentes y futuros; pero la Sabiduría es para el que teme al SEÑOR, respeta su Nombre y actúa con sinceridad de corazón. El autor sagrado del Eclesiástico no adelanta las realidades últimas, aunque no ignora el Seol, pero vive a la espera de la Gran Revelación y se contenta con recibir la bendición de DIOS que prolonga sus días en este mundo, lo hace fecundo dentro de su linaje y como signo externo no escasea en bienes materiales.

Las casas particulares

Uno de los lugares frecuentados por JESÚS según los evangelios, para evangelizar son las casas particulares. Sabemos que las casas de los más pudientes contaban con patios en los que podían reunir a un número amplio de personas: familiares y amigos. JESÚS no desaprovecha todas las ocasiones que se presentan y acude incluso cuando sabe que lo quieren poner a prueba, pero en todo momento ÉL acepta el reto. San Lucas recoge la invitación de JESÚS a la casa de un fariseo donde llega una mujer pecadora dando señales externas de arrepentimiento, recibiendo la absolución de sus pecados por parte del SEÑOR (Cf. Lc 7,36ss). Otro fariseo invita a JESÚS con ánimo inquisidor para examinar, ponerlo a prueba y si fuera posible denunciarlo con sus propias palabras (Cf. Lc 11,37ss). En esta nueva ocasión el fariseo que lo invita, según Lucas, es para observarlo y durante la estancia los que están allí presentes no pronuncian una sola palabra, y el evangelista recoge solamente las palabras de JESÚS en modo de advertencia. El capítulo catorce se inicia así: “Sucedió, que habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando” (v.1) La comida del sábado tendría que haber sido preparada el día anterior, y JESÚS con sus discípulos no podía caminar más de dos mil codos-novecientos metros- en ese día. Estando en la casa aparece una persona que padecía de hidropesía, o acumulación de líquido que podía afectar a distintos órganos dependiendo de la zona de su concentración edematosa. Los presentes, según san Lucas, se limitan a observar y no emiten juicio alguno por el momento, aunque podrían haber contribuido a la inculpación de JESÚS en el juicio religioso ante Caifás. El evangelista no presenta un paréntesis o excepción a la sentencia dada por JESÚS para que estuvieran prevenidos frente a los fariseos: “tened cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (Cf. Lc 12,1). Cuando JESÚS cura al hidrópico da a entender que está leyendo las conciencias de los fariseos y les hace una pregunta: “¿a quién de vosotros si se cae un hijo o un buey en un pozo en día de sábado no lo saca al momento?” (v.5). La cuestión del sábado será una de las acusaciones para la sentencia a muerte de JESÚS. La interpretación del precepto sabático es distinta en JESÚS y por parte de las autoridades religiosas. Por encima de cualquier norma institucional está la primacía del Amor de DIOS. La Caridad no puede dejar de ejercerse ni tan siquiera en sábado; más aún, resulta el día más apropiado para poner de relieve la condición amorosa de DIOS a los hombres. Por otra parte, JESÚS no estaba quitando el trabajo que les pertenecía a los curanderos o médicos de aquel lugar, sino manifestando los signos del Amor y el Poder de DIOS. También en el día de sábado los signos propios del Reino de DIOS tienen su lugar, pero aquellos fariseos manifestaban otras prioridades, que les impedían desprenderse de su legalismo. Aquellos jefes de los fariseos observaban en silencio con las intenciones aviesas de los que aparentan prudencia para no ser descubiertos ellos en sus propias declaraciones. Una vez más, JESÚS no esquiva la dificultad, y se mete con todas las consecuencias en la boca del lobo, que pronto cerrará sus poderosas mandíbulas para arrancarle la vida.

Primeros puestos

“Notando como los invitados elegían los primeros puestos, les dirigió una parábola” (v.7) Durante los catorce versículos iniciales del capítulo no existe diálogo, sino que es JESÚS el que propone los argumentos del relato y solo son señalados los gestos que realizan los presentes. En este breve relato parece que estaban preocupados por el puesto más importante que ocuparía cada uno, considerado tal honor como la proximidad al anfitrión. “Notando JESÚS que los invitados elegían los primeros puestos les dijo una parábola” (v.7). En el versículo catorce se esclarece la intención de esta intervención de JESÚS, que olvida habitualmente los formalismos pero extrae de las situaciones concretas las enseñanzas debidas al Reino de DIOS. En este punto es vital tener en cuenta las propias actitudes, y el lenguaje de gestos que estaban manifestando los presentes, pues los personalismos afloraban. También entre el grupo estrecho de discípulos se encontró JESÚS con los intereses personales por los primeros puestos (Cf. Mt 20,20-27; Mc 9,34).

Invitados a una boda

Para establecer la parábola, JESÚS cambia el motivo de la reunión. Ese día de sábado celebraban el descanso sabático, pero no se indicó que se estuviera celebrando una boda. Por otra parte cabe perfectamente la celebración de la boda cuando se alude al convite mesiánico, para el que todos están convocados. En orden al Reino de DIOS, o la boda del CORDERO con la humanidad, deben mantenerse determinadas formas, y el lugar a ocupar en ese banquete celestial no está determinado por la propia voluntad, sino que es DIOS mismo el que señala el lugar con respecto a su TRONO. Para los que lleguen a ese instante de la celebración la cosa estará totalmente clara, y donde importa marcar las actitudes debidas es en la preparación remota de esta vida. Como ejercicio práctico del Banquete de Bodas Celestial, aquellos letrados y fariseos debían entrenarse en pasar un tanto desapercibidos. El que vive de la imagen no soporta el anonimato. El fariseo presentado por san Lucas es el prototipo de persona que vive la imagen y la apariencia, importándole muy poco cualquier contenido de fondo. Alguna repercusión opera de fuera a dentro: la postura exterior favorece la actitud interna porque la persona es una unidad de alma y cuerpo. San Lucas refiere la parábola de los dos personajes que van al Templo a orar, y en ellos juega un papel descriptivo la postura corporal: el fariseo se adelanta y de pie declara su discurso laudatorio; el otro sin embargo queda detrás arrodillado, golpeándose el pecho con una sola frase: “SEÑOR, ten compasión de mí, que soy pecador” (Cf. Lc 18,13). Cuando el alma no dirige al cuerpo, se debiera procurar que el cuerpo favoreciese las actitudes internas. Por otra parte, JESÚS con esta parábola les pone delante la película de su mundo interior con la intención de rectificar, pues lo tendrán difícil para entrar en el banquete de las nupcias eternas.

Una situación bochornosa

Produce vergüenza ajena imaginar la escena relatada por JESÚS: “cuando seas invitado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido invitado otro más distinguido que tú, y viniendo el que te convido, te diga: deja el sitio a éste, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto” (v.8-9). Quien llega al Cielo está dentro de la LUZ que es DIOS mismo, y por tanto reconoce de forma inmediata su lugar. Para el bienaventurado no existe equivocación en el lugar que ocupa, porque en todo momento depende de la disposición de DIOS. Pero la cosa es distinta en este mundo, en el que tenemos que ejercitarnos en las distintas virtudes como venimos comentando. Si queremos, la vida es una gran escuela con muchas aulas por las que vamos pasando para adquirir la educación necesaria. La educación en los dos sentidos en los que se dispone la etimología del término: conducir y alimentar. Debemos nutrirnos de contenidos auténticos y verdaderos que nos fortalezcan como hijos de DIOS; y estamos llamados a seguir caminos, en el ejercicio de nuestra libertad, para mantenernos en la dirección y sentido del Evangelio. En este primer tiempo de la parábola está la humillación del que se atribuye honores que no posee, pues la consideración con respecto al anfitrión no se la puede dar uno a sí mismo, sino que se recibe graciosamente del que nos dio la invitación. JESÚS está diciendo: tienes valor, porque DIOS te lo da, eres su hijo, y con ese reconocimiento debes vivir.

Los últimos

“Cuando seas invitado vete a sentarte en el último puesto, de manera que cuando venga el que te convidó te diga: amigo sube más arriba, y eso será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa” (v.10-11). Esta segunda parte no dice que lo pondrá en el primer puesto, sino en algún lugar superior; pero previamente el invitado fue a ocupar el último lugar o uno entre los últimos lugares. Ya vimos en palabras de san Pablo quiénes ocupan los últimos lugares. Más aún, el último lugar está ya ocupado por el mismo JESUCRISTO. La espiritualidad del “último lugar” no es una ficción piadosa, sino una dura y cruda realidad para el que se dispone a vivirla. Ahora podemos entender un poco mejor cómo algunas personas que reciben grandes gracias por parte del SEÑOR viven, al mismo tiempo, fuertes rechazos y persecución, porque la exaltación no es posible sin la humillación que consigue la perfecta humildad del “yo”. Sólo DIOS sabe cuando una persona alcanza ese punto de anonadamiento óptimo desde el que puede ser conducido al Banquete Eterno. Esta elevación por parte de DIOS es el reconocimiento verdadero y provocará la alegría de los que estén alrededor, porque DIOS te ha exaltado. En este mundo ese comportamiento es raro. Si alguien se ve encumbrado se despiertan las envidias de su letargo si estuviesen dormidas. No resulta así en el Cielo donde la bondad sin fisuras está unida a la alegría. El lugar conferido por el Amor de DIOS no amenaza de defenestración, pues no se pierde la conciencia del don recibido que hace humilde al bienaventurado.

Máxima sapiencial

La peculiar parábola concluye con esta máxima sapiencial en boca de JESÚS: “el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (v.11). La conclusión no se nos olvida, y la podemos exhibir cuando sea necesario para ofrecer una pincelada de conocimiento evangélico; sin embargo el trasfondo o contenido como estamos viendo, encierra un extenso programa ascético y espiritual. ¿A qué edad de nuestro paso por la vida esta máxima se hace densa y ofrece contenido real? La VIRGEN MARÍA la vio clara en su edad biológica adolescente, porque su madurez espiritual está fuera de cualquier cálculo. Pero este es el punto clave: la edad espiritual de alguien puede adelantarse décadas con respecto a su edad biológica; y al revés, con muchos años sobre sí, y se continúa en la adolescencia espiritual donde no se soporta el anonimato. ¿Por qué ensalzarse a uno mismo si todo lo que tenemos de alguna manera lo hemos recibido? (Cf. 1Cor 4,7).

Dar sin esperar recompensa

JESÚS le dice al anfitrión de la casa: “cuando des una comida o una cena no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos, y serás dichoso porque no te pueden corresponder, pues se recompensará en la Resurrección de los Justos” (v.12-14). JESÚS concluye este episodio con dos anuncios capitales: la retribución por las obras realizadas y la Resurrección. En el momento de la Resurrección quedarán satisfechas todas las demandas de la Justicia por las obras buenas realizadas. Sólo DIOS tiene la medida justa de lo que hacemos y está en condiciones de juzgar. No son las obras personales las que otorgan la Salvación, pues esa obra corresponde en exclusiva a la Misericordia Divina manifestada en CRISTO JESÚS, pero nuestras obras buenas nos acompañan. Por otra parte, las obras realizadas en esta vida dan realismo y objetividad a las buenas intenciones del corazón. La carta de Santiago pone de manifiesto de una forma directa la importancia de las obras que atienden a las necesidades básicas de los hermanos. En estos versículos, JESÚS jerarquiza también las acciones y pone en primer término la atención a los necesitados antes de banquetear con los amigos, vecinos o familiares. Cuando los excluidos de aquella sociedad tuvieran las necesidades cubiertas, entonces tendrá sentido la fiesta y la celebración. Las discapacidades físicas señaladas en este texto invalidan a las personas en cualquier época. El verdadero progreso social cuenta con las ayudas a la promoción personal para mejorar en la medida de lo posible la limitación de una ceguera o una parálisis. JESÚS no rechazó otras invitaciones festivas como la Boda de Caná en Galilea de sus parientes, o la invitación en casa de Simón el leproso los días anteriores a su muerte donde fue ungido para su sepultura por María la hermana de Lázaro, que con sus dos hermanos también participaban de la cena. Ante lo costoso del perfume, Judas hizo notar que el precio podía haberse dado a los pobres, a lo que JESÚS respondió: “pobres los tendréis siempre con vosotros, pero a MÍ no siempre me tendréis” (Cf. Jn 12,7). El perfume empleado en ungir a JESÚS llenó de su fragancia toda la casa como signo también del ambiente celestial de la Resurrección. En medio de las múltiples calamidades de este mundo generador también de pobreza y miseria, tenemos que abrir espacios festivos y sagrados para alzar la mirada al Cielo de la Bienaventuranza, la Retribución y la Resurrección.

Carta a los Hebreos 12,18-19, 22-24ª

La carta a los Hebreos es el gran tratado sobre el Sacerdocio de JESUCRISTO. El objeto de la Fe de los antiguos tiene como fondo la Nueva Alianza (Cf. Jr 31,31-34) que será sellada por la sangre de JESUCRISTO, Sumo y Eterno Sacerdote. JESUCRISTO no ofrece por los pecados sangre ajena de animales sacrificados, sino la suya propia. La Sangre de JESUCRISTO regenera, justifica y confiere una nueva vida y dignidad a los hombres, que van siendo incorporados a la asamblea de los Bienaventurados. La Fe encuentra su contenido pleno en JESUCRISTO, pues los hombres de Fe marcan en el mundo la línea de luz por la que la Gracia discurre hasta llegar a la plenitud de su manifestación. La Fe de los antepasados esperaba al MESÍAS que lo iba a revelar todo (Cf. Jn 4,25). Efectivamente así fue, y la presencia de JESUCRISTO reveló todo lo que el hombre puede conocer de DIOS en este mundo. Pero no solo eso, sino también el MESÍAS trae un nuevo Poder de DIOS a la tierra que se manifiesta en la Resurrección: se vive en este mundo la antesala de una Bienaventuranza, que se abre a los hombres por el poder de la Resurrección: “las mujeres recobraron resucitados a sus muertos, unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una Resurrección mejor” (Cf. Hb 11,35) La Resurrección definitiva la puede dar JESUCRISTO, y el autor sagrado aclara que “todos ellos aunque alabados por su Fe no consiguieron el objeto de las promesas. DIOS tenía dispuesto algo mejor para nosotros, de manera que no llegaran ellos sin nosotros a la perfección” (Cf. Hb 12,39-40). La Fe de los patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob; la Fe de Moisés, Josué y los Jueces de Israel; la Fe de los reyes, Saúl, David y Salomón; la Fe de los profetas, Isaías, Jeremías y Ezequiel; la Fe de los Sabios, Hagiografos y Salmistas: todos ellos fueron creyentes peregrinos intuyendo al MESÍAS, JESUCRISTO. Para ellos también se abrieron los Cielos cuando la Resurrección gloriosa del SALVADOR los visitó y llevó consigo a las moradas eternas. Pronto una multitud innumerable se hace presente ante el TRONO de DIOS, que entona cantos de adoración, alabanza y agradecimiento. Una Resurrección mejor en JESUCRISTO la vivimos conjuntamente los que estamos en la época cristiana y aquellos que nos precedieron en la Fe.

La comunidad cristiana

La comunidad reunida en el Nombre del SEÑOR es un lugar apto para la revelación o manifestación de DIOS. La comunidad reunida que invoca al SEÑOR trasciende las dimensiones físicas del espacio y el tiempo de este mundo: “no os habéis acercado a una realidad sensible como fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, huracán, sonido de trompetas, ruido de palabras tal que suplicaron los que lo oyeron, que no se les hablara más” (v.18-19). Las cosas que ocurrieron en el medio material para dar realismo a la Fe, resulta que en realidad eran figura externa de realidades que no se veían. Aún así, los signos a través de los cuales se manifestaba DIOS imponían una sensación de terror. La manifestación de DIOS a través de los elementos de la Creación causa sobrecogimiento. El temporal intenso, la tormenta fuerte y prolongada el temblor de la tierra por el terremoto o el mar embravecido producen angustia profunda en el hombre, que dentro de un comportamiento primario busca la forma de aplacar el enfado de la divinidad por medio de una serie de sacrificios, que pueden llegar a la práctica de los sacrificios humanos en muchas tribus primitivas. De hecho las tribus cananeas de Palestina con las que convivió el Pueblo de Israel mantenían este tipo de prácticas cultuales. El Pueblo que sale de Egipto vive el temor y el temblor, en palabras de san Pablo, en la manifestación de DIOS en el Sinaí. Al pie de la Montaña Santa vivirá el Pueblo liberado el establecimiento de la Alianza solemne con YAHVEH. Pasarán alrededor de catorce siglos hasta que aparezca el MEDIADOR de la Nueva Alianza, JESUCRISTO.

El culto espiritual

“Vosotros os habéis acercado al Monte Síon, a la Ciudad del DIOS Vivo, la Jerusalén Celestial, a millones de Ángeles, a la reunión solemne; a la Asamblea de los Primogénitos inscritos en los Cielos, y a DIOS, Juez Universal; y a los espíritus de los justos llegados a su consumación. Y a JESÚS, Mediador de una Nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre, que habla mejor que la Abel” (v.22-24) El Monte Sinaí está en el desierto; el Monte Síon se encuentra en la Tierra Prometida. Los creyentes en JESUCRISTO asisten a la revelación del SEÑOR en el radio de influencia del Monte Síon. Un monte nuevo y una nueva Alianza que los cristianos vivimos en la compañía de los Ángeles y todos los Bienaventurados. Los cristianos realizamos un culto espiritual por el que nos unimos a la Asamblea Celestial festiva, porque en el Cielo se celebra la victoria del SEÑOR. La alegría festiva de la celebración celestial no impide el reconocimiento de un sacrificio redentor simbolizado en la aspersión de la Sangre de JESUCRISTO. Por toda la eternidad los bienaventurados harán memoria del sacrificio realizado por el HIJO de DIOS a favor de los hombres que estableció la paz entre el Cielo y la tierra (Cf. Col 1,20). La gracia del bienaventurado no es una Gracia barata, el precio que se pagó por ella fue la sangre o -la vida- de JESUCRISTO, la Segunda Persona de la TRINIDAD, el HIJO de DIOS.

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