¿Jesús nos da la paz o la guerra?

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XX Domingo del Tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

En este domingo nos encontramos con unas expresiones de Jesús que nos cuesta entender del todo, dice: “He venido a traer fuego a la tierra”; sabemos que el fuego en el Antiguo Testamento, simboliza la intervención soberana de Dios para purificar las conciencias, ya que debe purificar lo que está destinado al Reino. El fuego simboliza la fuerza del Espíritu Santo, recordemos Pentecostés, ese fuego que es contradictorio porque, por un lado, alumbra, ilumina, calienta, y por otro, consume, destruye. El fuego mesiánico de Cristo no es otro que el mismo Reino de Dios que conlleva en sí un elemento destructor, no de la obra del hombre, sino del pecado. No puede surgir una nueva estructura de vida, si previa o simultáneamente no se destruye la estructura que oprime al hombre por dentro y por fuera. El gran pecado de los cristianos sería dejar que este fuego de Jesús se vaya apagando. ¿Para qué serviría una Iglesia de cristianos instalados cómodamente en la vida, sin pasión alguna por Dios y sin compasión por los que sufren, cada vez más incapaces de atraer, de dar luz y de ofrecer calor?

Otra expresión del Evangelio: “No he venido a traer la paz, sino la división”. Jesús nos deja claro que no acepta la paz a cualquier precio, su intención no es apoyar la tranquilidad del ‘status quo’ sino traer la crisis que separa a los que están de parte de los hambrientos, de los que se sienten satisfechos haciendo el mal. Su mensaje trae división, mientras que unos creen en su Palabra, otros no creen y la rechazan. Jesús nunca habla de una paz pasiva, una paz ausente de problemas, una paz individual y egoísta; Jesús desea que la persona se decida con Jesús y con el bien, o aunque no lo quiere pero deja en libertad, que la persona se decida contra Jesús y a favor del mal.

Cuando, como cristianos no vivimos la novedad del Evangelio, nos convertimos en un agregado más de la sociedad, con la cual convivimos pacíficamente en buen entendimiento, sin oponernos a las estructuras que crean en la sociedad un estado de injusticia, de violencia, de hambre, de violación de los derechos humanos, de adoración de los líderes, convivimos y no tenemos problemas… Recuerdo las palabras de J. B. Metz: ‘Los cristianos en Europa nos enfrentamos al desafío más grave, decidirnos entre una religión burguesa o un cristianismo de seguimiento’. Optar por este último es apuntarse al conflicto doloroso.

El seguimiento de Jesús implica, casi siempre, caminar contracorriente, en actitud de rebeldía y ruptura, frente a costumbres, modas, corrientes de opinión, ideologías que no concuerdan con el espíritu del Evangelio. Eso exige no solamente resistirse a dejarse domesticar por una sociedad superficial y consumista, sino saber contradecir a los propios amigos y familiares, cuando nos invitan a seguir caminos contrarios al Evangelio, esto constituye al cristiano en “hereje social”. Por eso, seguir a Jesús implica también estar dispuesto a la conflictividad y a la cruz, a compartir su suerte, a aceptar libremente el riesgo de una vida crucificada como la suya, sabiendo que nos espera la resurrección. Escribe Bernanos: ‘Cristo nos pidió que fuéramos sal de la tierra, no azúcar, y menos sacarina’.

Hermanos, si meditamos el mensaje de Jesús, nos provocará primero división en nuestro interior, ya que allí nos daremos cuenta de las cosas que hacemos y no son correctas; allí viene la primera división y la toma de postura personal, debo decidirme, Jesús no quiere tibios, debemos permitir que su fuego purifique nuestras conciencias, queme y destruya todo aquello que está en contra de Dios y de los hermanos, que destruya todo aquello que nos deshumaniza.

Hermanos, si acogemos la Palabra de Jesús, sepamos que nos traerá división con aquellos que viven a su antojo, manejados por sus caprichos individuales, por aquellos que se han dejado seducir por los placeres del mundo y la felicidad pasajera. En la vida social y política de países, sobretodo donde imperan las dictaduras, comprobamos cómo el tema religioso levanta ampollas y hay intento de aparcarlo a un lado, porque según dicen, ‘la fe pertenece al ámbito de lo privado’, mientras que nosotros mantenemos que la fe se demuestra y se vive en el camino de la vida, sin imposiciones pero con un objetivo, teñir toda aglomeración con esa escuela de valores humanos y divinos que están dispersos a lo largo de todo el Evangelio. Por eso, hemos de anunciar la verdad y denunciar el peligro que acecha a nuestro mundo, cuando los criterios dominantes son los del materialismo o los de la violencia. El acoger la Palabra de Jesús nos impide hacernos de la vista gorda o vivir como si nada pasara.

Hermanos, siempre que se habla de división, lo entendemos como algo negativo, pero el cristiano no puede estar unido al mal, allí se debe crear la división y una división consciente, debemos rechazar el mal con la fuerza de Dios y con nuestra voluntad. Alguien podría preguntarse: Bueno, ¿¡entonces en qué quedamos!, Jesús nos da la paz o la guerra? Creo que Jesús nos da las dos cosas al mismo tiempo: Seguirle fielmente supone provocar la guerra y perder, de alguna forma, la paz con el propio entorno pagano y egoísta, supone perder una falsa paz, una paz superficial, pero supone ganar otra, la de Jesús, Él ha dicho: “La paz les dejo, mi paz les doy, pero no como la da el mundo”.page2image47407168

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

Comparte:
Obispo de la Diócesis de Apatzingan