Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario.

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

El Evangelio nos narra un milagro de curación a diez leprosos, quienes al bordo del camino perciben en Jesús su única esperanza. Deseo resaltar dos ideas o pensamientos de este pasaje:

La primera: Ten compasión de nosotros”. Una oración expresada en un grito. Recordemos que la ‘lepra’ esa enfermedad de la piel, se consideraba contagiosa y las personas que contraían esa enfermedad eran expulsados de los pueblos, vivían al margen de la sociedad, se alimentaban de la caridad de las personas, eran excluidos y señalados, se les prohibía entrar en contacto con las personas. Escuchamos en el Evangelio que al salir al encuentro de Jesús “se detuvieron a los lejos y a gritos le decían”. Vemos esa distancia que ponen por prudencia, pero desean la curación y ser incorporados a la vida, de allí que desde lejos hacen la petición: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”Aquellos diez, necesitaban la compasión de Dios, pero también la compasión de sus semejantes.Jesús fue un hombre que vivió la compasión al máximo, dedicó su vida a hacer el bien. Sufría con el dolor ajeno y lo remediaba. Esa compasión nos invita para que, como Iglesia la vivamos, que se haga vida en cada cristiano. Vivir la compasión es ir contra corriente del mundo actual; pareciera que esta cultura nos invita al individualismo, al egoísmo, a la indiferencia, a no conmovernos con los acontecimientos de dolor y sufrimiento de los demás, a erradicar toda dosis de compasión que pueda existir en nosotros.¿Lepra hoy?, ¿existe la lepra? ¡Por supuesto! Una lepra que no se observa a flor de piel, pero que los ojos y los semblantes de las personas la denotan.

▪  La lepra de la apatía. Los que viven alejados de todo optimismo.

▪  La lepra de la desilusión.

▪  La lepra de la incredulidad. Es tal vez, la más grave y la más severa de nuestros días.Hombres y mujeres, amigos conocidos o personas desconocidas, incluso dentro denuestras propias familias, que viven al margen de la fe, al margen de la Iglesia.

▪  La lepra de la violencia, del crimen que no cesa.Como cristianos debemos ser compasivos, hemos de sentir compasión con todos aquellos afectados por la apatía, la desilusión, la incredulidad, los afectados por el crimen organizado; esas familias desplazadas, esas familias que tienen familiares desaparecidos o asesinados de manera injusta; esas cargas del secuestro o del cobro de piso. Que la compasión no salga de nuestros corazones, no dejemos que la indiferencia nos lleve a no ver la realidad en toda su gravedad.Me dirijo a ustedes hermanos, que han engrosado las filas del crimen organizado, están invitados a ser compasivos: ¿Acaso no sienten nada al ver cómo vive nuestra sociedad? ¿No sienten nada al ver familias desplazadas, mujeres llorando la muerte de algún ser querido? ¿Será justo que hurten lo trabajado con tanto esfuerzo?

2-  La segunda idea: “El agradecimiento”. Jesús les muestra su compasión a aquellos leprosos enviándolos a presentarse a los sacerdotes y haciendo posible que en el camino queden curados. Jesús sana aquellos diez leprosos sin ningún interés para sí mismo, pero se alegra por el samaritano que regresa alabando a Dios y le da las gracias. La gratitud es el reconocimiento de un favor que se ha recibido. Aquel samaritano descubre que ha ocurrido algo muy grande, su vida ha cambiado y vuelve a Jesús, ya que allí está su salvador, agradece y alaba a Dios.

En el mundo en el cual vivimos, parece que la gratitud va desapareciendo, porque es claro que cuando todo se vende y todo se compra, queda poco sitio para la gratitud. Vivimos sin ser agradecidos, vivimos con salud y trabajo, pero nos cuesta agradecer a Dios, pero cuando perdemos la salud, vamos y le expresamos las quejas y le pedimos su auxilio y así abundan los mecanismos para pedir favores, pero para la gratitud no queda tiempo.

Analicemos a la juventud de ahora, a muchos jóvenes les cuesta ser agradecidos con sus padres, sólo piden y sienten que lo merecen todo; la palabra “gracias” va desapareciendo de su vocabulario y no se diga la actitud de gratitud. Si no somos agradecidos con aquellos que nos hacen un favor, será difícil comprender todo lo que Dios nos da y ser agradecidos con Él. Es urgente recuperar la gratitud. Muchas veces pensamos que todo nos es debido, que todo lo merecemos y olvidamos el sentido gratuito del amor de Dios. Las personas no podemos ser humanas sin ser agradecidas; no nos damos la vida a nosotros mismos, ni la inteligencia, ni las fuerzas, ni la salud, ni el vivir diario, sólo somos capaces de aprender a hablar, a desarrollarnos, a trabajar, a relacionarnos y a construir nuestra propia personalidad, a partir de lo que recibimos de los demás, por eso estamos llamados a ser agradecidos.

Hermanos, les invito para que hagamos lo posible y recuperemos la gratitud; empecemos en familia. Papás, enseñen a sus hijos a agradecer a Dios, desde el corazón, antes de comer, agradecer por los alimentos que se tienen y agradecer a sus padres que hicieron posible que esos alimentos llegaran a su mesa. Quien vive agradecido, vive en alegría, sabiendo que existen más cosas buenas que malas, es vivir alabando a Dios. Quizá Jesús se siga extrañando de nuestras actitudes de autosuficiencia, de creer que nos merecemos todo. Vivamos siendo agradecidos, reconociendo todo lo que hacen los demás por nosotros y tengamos la valentía y la humildad de decir “gracias” y que ese gracias tenga una actitud que respalde a la palabra.

Recordemos las dos actitudes que debemos vivir como cristianos: Ser compasivos y ser muy agradecidos.page2image28692032

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan