Jesucristo es la vid verdadera

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

La vid es el árbol de la uva, de donde se obtiene el vino, bebida de las fiestas en la cultura judía y mediterránea. El vino es signo de fiesta, de alegría, de gozo. Por eso, cuando se acaba el vino (cf. Jn 2,3), es signo de que se acaba la fiesta y es motivo de tristeza y desaliento. Las lecturas de este domingo nos invitan a reconocer a Jesús como la vid verdadera y el garante de nuestra vida plena.

 

  1. YO SOY LA VERDADERA VID Y MI PADRE ES EL VIÑADOR

Ser la vid es ser el árbol, el tronco de donde penden las ramas, es ser causa de la vida que recorre por su interior (savia). Jesús es esa savia que produce la vida verdadera en el ser humano. Al ser la Vid verdadera, es la fuente misma de donde se extrae el vino de la esperanza y el gozo, la fuente misma de la alegría. A propósito del vino, encontramos a Jesús bebiendo vino en la última cena: “Yo les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios” Mc 14,25; ese vino nuevo, se refiere a su sangre, derramada por nuestros pecados. En Isaías 25,6-10 leemos que un día “el Señor preparará sobre este monte un festín con platillos suculentos para todos los pueblos, un banquete con vinos exquisitos; con lo cual destacamos que el vino forma parte de la vida diaria, de las celebraciones religiosas y de las promesas celestiales.

  1. YO SOY LA VID, USTEDES LOS SARMIENTOS

Jesucristo nos entrega su sangre como verdadera bebida para poder tener vida en Él (Jn 6,55). La vid  produce uvas dulces, pero también “racimos amargos y zumo de amarga tinta”(Himno de la liturgia de las horas), pero Cristo es la vid verdadera, de donde obtenemos la vida plena. Sin embargo, para poder tener vida en Él, necesitamos permanecer junto a Él, estar unidos a Él (Jn 15,4). Los sarmientos son las ramas, la vid es el tronco, por el cual transita la savia. Ser sarmiento es ser la parte de donde brotan los frutos, es ser las ramas, los brotes. Si no estamos unidos a él, nos secamos y nos queman.

  1. LA GLORIA DE MI PADRE CONSISTE EN QUE DEN MUCHOS FRUTOS

La mayor alegría de un hombre al acercarse a un árbol es ver sus frutos y disfrutarlos; no verlos puede ser motivo de tristeza o coraje (Lc 13,7). Jesucristo maldice al árbol que no da frutos (Mt 21,19), pero también da la oportunidad de salir de la esterilidad y ser fecundos (Lc 13,8). Jesucristo nos invita a producir el 30, el 60 o el 100%  de frutos, según las capacidades que Dios nos ha regalado (Mc 4,20). Pero para dar frutos, necesariamente tenemos que estar unidos a Él (Jn 15,5), vivir en el amor y la comunión con Él. Jesucristo dice que “por sus frutos los reconoceréis” Mt 7,16.20, y Santiago nos recalca que “una fe sin obras es una fe muerta” (St 2,14.17). Los frutos que nos pide Jesús son el amor, la paz, la misericordia y la justicia que deben producirse en el corazón humano.

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