En la Fiesta de Pentecostés, el Papa recordó la importancia del Espíritu Santo en nuestra vida, invitando a invocarle para que traiga paz al mundo y en nuestros corazones.
“Hoy, fiesta de Pentecostés, la Palabra de Dios nos muestra al Espíritu Santo en acción, pues él, en efecto, es creator Spiritus tal y como lo invoca la Iglesia desde hace siglos”. Con estas palabras ha comenzado el Papa Francisco su homilía durante la Misa celebrada esta mañana en la Basílica de San Pietro en el vaticano, en este domingo 28 de mayo con el que, tras cincuenta días de Pascua, termina este periodo litúrgico. Francisco ha querido señalar tres momentos en los que el Espíritu Santo actúa en la faz de la tierra: en el mundo que ha creado, en la Iglesia y en nuestros corazones.
En el mundo que ha creado: trae paz
“Si todo proviene del Padre, si todo fue creado por medio del Hijo, ¿cuál es el papel específico del Espíritu?” pregunta el Santo Padre, para después afirmar que “el Espíritu es Aquel que, al principio y en todo tiempo, hace pasar las realidades creadas del desorden al orden, de la dispersión a la cohesión, de la confusión a la armonía”. Hoy el Papa nos ha recordado que es “Él quien da al mundo armonía renovando la tierra”, pero atención – precisa – “no cambiando la realidad, sino armonizándola; este es su estilo porque Él en sí mismo es armonía”.
En el mundo en el que vivimos, intoxicado de discordia y de gran división, en el que estamos todos conectados y, sin embargo, nos encontramos desconectados entre nosotros, o en palabras del Papa “anestesiados por la indiferencia y oprimidos por la soledad”, el Papa nos invita a que “pidamos al Espíritu Santo que venga cada día a nuestro mundo”.
“Muchas guerras, muchos conflictos; ¡parece increíble el mal que el hombre puede llegar a realizar! Pero, en realidad, lo que alimenta nuestras hostilidades es el espíritu de la división, el diablo, cuyo nombre significa precisamente “el que divide”. Sí, el que precede y excede nuestro mal, nuestra desunión, es el espíritu maligno, el «seductor del mundo entero». Él goza con los antagonismos, con las injusticias, con las calumnias. Y, frente al mal de la discordia, nuestros esfuerzos por construir la armonía no son suficientes. He aquí entonces que el Señor, en el culmen de su Pascua, en el culmen de la salvación, derramó sobre el mundo creado su Espíritu bueno, el Espíritu Santo, que se opone al espíritu de división porque es armonía; Espíritu de unidad que trae la paz” ha dicho el Papa.
Además de estar presente en la creación, el Santo Padre ha explicado que el Espíritu Santo también actúa en la Iglesia, desde el día de Pentecostés. “Pero notemos que el Espíritu no dio comienzo a la Iglesia impartiendo instrucciones y normas a la comunidad, sino descendiendo sobre cada uno de los apóstoles; cada uno recibió gracias particulares y carismas diferentes. Su armonía no es un orden impuesto y homologado. No es así; en la Iglesia hay un orden «organizado de acuerdo a la diversidad de los dones del Espíritu»” ha aclarado.
Recordando que, en Pentecostés, el Espíritu Santo descendió en numerosas lenguas de fuego, dando a cada uno la capacidad de hablar otras lenguas, el Papa explica que “no creó una lengua igual para todos, no eliminó las diferencias, las culturas, sino que armonizó todo sin homologar, sin uniformar”. Aquí se ha parado para advertir del indietrismo: «Y esto debería hacernos reflexionar en estos momentos en los que la tentación del indietrismo pretende homogeneizarlo todo en disciplinas de mera apariencia, sin sustancia». Ante este hecho, Francisco insiste en que “el Espíritu no comienza por un proyecto estructurado —como hacemos nosotros, que a menudo nos perdemos después en nuestros programas—; no, Él empieza repartiendo dones gratuitos y sobreabundantes. De este modo, el Espíritu crea armonía, nos invita a dejar que su amor y sus dones, que están presentes en los demás, nos sorprendan”.
El Sínodo debe ser un camino según el Espíritu, no un parlamento
Ha sido precisamente en este punto donde el Papa se ha parado para recordar que el Sínodo que se está realizando “es —y debe ser— un camino según el Espíritu; no un parlamento para reclamar derechos y necesidades de acuerdo a la agenda del mundo”, ni tampoco la ocasión para ir donde nos lleva el viento. El Sínodo – ha dicho el Papa – debe ser “la oportunidad para ser dóciles al soplo del Espíritu, porque, en el mar de la historia, la Iglesia navega sólo con Él, que es «el alma de la Iglesia», el corazón de la sinodalidad, el motor de la evangelización”.
“Sin Él la Iglesia permanece inerte, la fe es una mera doctrina, la moral sólo un deber, la pastoral un simple trabajo” añade, asegurando que a menudo oímos a tantos supuestos pensadores, teólogos que nos dan «doctrinas frías» que «suenan matemáticas». En cambio – dice el Papa – con Él “la fe es vida, el amor del Señor nos conquista y la esperanza renace”. Por tanto, el Papa pide hoy: “volver a poner al Espíritu Santo en el centro de la Iglesia”, de lo contrario nuestro corazón no será inflamado de amor por Jesús, sino por nosotros mismos y “poner al Espíritu en el principio y en el centro de los trabajos sinodales”, porque es a Él, sobre todo, a quien necesita hoy la Iglesia”.
En nuestros corazones crea armonía. No busquemos sucedáneos
Por último, el Papa ha explicado que Espíritu crea armonía en nuestros corazones. “Lo vemos en el Evangelio, cuando Jesús, la tarde de Pascua, sopló sobre sus discípulos y dijo: «Reciban el Espíritu Santo». Lo da con un fin específico: para perdonar los pecados, es decir, para reconciliar los ánimos, para armonizar los corazones lacerados por el mal, rotos por las heridas, disgregados por los sentimientos de culpa”. En este sentido, el Pontífice recuerda que “sólo el Espíritu devuelve la armonía al corazón porque es Aquel que crea la «intimidad con Dios»”, por tanto, ha dejado claro que si queremos armonía “tenemos que buscarlo a Él y no a los sucedáneos mundanos”.
“Si el mundo está dividido, si la Iglesia se polariza, si el corazón se fragmenta, no perdamos tiempo criticando a los demás y enojándonos con nosotros mismos, sino invoquemos al Espíritu” ha sido esta su conclusión y recomendación final.
Mireia Bonilla.
Ciudad del Vaticano.