No es nuevo que los detentadores de lo temporal, los pontífices de la Iglesia católica incluidos, estén bajo el asedio de humoristas o medios de comunicación, de aquellos especialistas de la sátira política, cartonistas o artistas plásticos de cualquier corriente usando sus talentos para la crítica ácida o de denostación al papel tanto de los que tienen el poder de este mundo como de quienes sostienen en sus manos las llaves del reino.
Más común en Europa, secularizados e irreverentes ven al Papa como blanco del escarnio cuestionando su ministerio, añadiendo un estigma doloroso cuando coquetean con dictadores, sostienen oscuras alianzas, toleran inmorales comportamientos o simpatizan con convenientes silencios. Desde la difusión de la palabra escrita en la prensa, se dice que desde 1457, tuvo aparejado al monero, litógrafo o cartonista como intérprete de la realidad. Desde León XIII al Papa Pacelli, las litografías sacudieron la papolatría para bajarla al nivel más humano compitiendo con la hierofánica y dulce imagen del vicario de Cristo, como aquella muy conocida del Papa Pío XII con un pajarillo en su dedo índice, manso y amigo de la humanidad y de la naturaleza, fotografías bien cuidadas y pulidas, montadas por los servicios fotográficos vaticanos cuya misión era blindar y hacer “totalmente otro” al Romano Pontífice.
Pero no todo podía estar bien protegido. La liberalidad de los tiempos haría lo impensable. Una foto de Juan Pablo II fue destruida por Sinéad O’Connor como protesta. En octubre de 1992, hace casi 30 años, la irlandesa, en ese momento de 26 años, en Saturday Night Live, y casi para finalizar una interpretación de War, sacó sorpresivamente la imagen del Papa polaco rasgándola bajo el grito: “Niños, niños, ¡peleen!.. “Tenemos confianza en la victoria del bien sobre el mal… “Luchen contra el verdadero enemigo”. Ella explicaría su acción que nulificó su carrera. Víctima de abuso, creció católica y defenestró al Papa en la TV americana rompiendo la foto de su visita a Irlanda en 1979 a manera de denuncia de los abusos en colegios y albergues regidos por congregaciones religiosas.
Desde la explosión de escándalos sexuales, quizá sean miles las caricaturas que se mofan del Romano pontífice. Benedicto XVI era puesto deforme y monstruoso, mientras que el Papa Francisco tiene buenos defensores, cuando no aduladores y muchos críticos y detractores. Sitios controvertidos y conservadores, señalados de radicales, tienen publicaciones regulares de cartones contra Francisco satirizándolo de narcisista siempre abrazando a su pachamama y no son pocos quienes consienten ese sarcasmo difundiéndolo en redes sociales.
En México, el acendrado catolicismo alguna vez movió huestes que se paraban en plazas públicas para protestar contra las ofensas a la fe. En 2017, el cardenal Juan Sandoval, arzobispo emérito de Guadalajara, encabezó una protesta de desagravio en la capital del país por la escultura llamada “Sincretismo”, burla y mofa contra la Virgen de Guadalupe, pagada con dinero de los contribuyentes, e impulsada por quien, en ese entonces, era presidente municipal de Guadalajara, el actual gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro.
Y, en esta última semana de agosto, una galería de la Ciudad de México, exhibe “Chao Tradición” en la exposición “Químicas Ácidas”. En tres escenas, el Papa Francisco deja caer un niño siendo destrozado contra el piso, mientras el bonachón pontífice se ahoga en medio de una carcajada. El autor, el chileno Paulo Maire, no deja dudas que la obra es claramente una crítica al catolicismo que “es una tradición que a todos nos afecta de algún modo porque somos del mundo occidental, sobre todo con la pedofilia”. “Chao Tradición”, según el catálogo, está a la venta por 90 mil pesos, unos 4500 dólares.
A diferencia de otras, en esta no se vieron protestas ni grupos haciendo oración frente a la galería. La nota fue tomada por no pocos medios que le dieron vuelo a “Chao Tradición”. En lo particular, no recuerdo en México una imagen que haya puesto en una situación tan “ofensiva” a cualquier Papa, la cual, dicen, es mediocridad que incita a la creación de la aberrante blasfemia que los católicos no deberían tolerar.
Sin embargo, creo que las causas son más profundas que los simplismos condenando al autor. Es un síntoma de una situación más grave en la que se encuentra un catolicismo fragmentado frente al secularismo rampante como se da en la Ciudad de México, sin liderazgos y apabullado. Es una muestra de la enfermedad. En la historia, caricaturistas, moneros y artistas son un gremio escéptico que tiene un ojo particular para ver la falsa retórica y exponer debilidades y ambiciones que quisieron destrozar regímenes, naciones enteras, también atacando a la jerarquía de la Iglesia, pero artistas y humoristas pueden ser los peores enemigos de un régimen, sistema o religión más que los analistas u opositores. La crítica mordaz, a través de una escultura, litografía o dibujo puede ser el talón de Aquiles de los aduladores que muchas veces prefieren cartones benévolos u obras y pinturas que los magnifiquen y den redención aunque sean alfeñiques.
En lo personal, no me molesta ver esa triada papal azotando a un niño contra el piso, pero sí me preocupa. Meter la cabeza a la arena como el avestruz de nada sirve. Cartones y obras seguirán creciendo como constante escrutinio, crítico, de la mofa que puede ser usada para exhibir blasfemias que, en el fondo, están haciendo metástasis desde las entrañas de la cristiandad.