Iglesia de Monterrey peregrina al Tepeyac; “Merecemos un jaloncito de orejas”, afirma arzobispo Rogelio Cabrera López

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

El pasado domingo 6 de agosto, en su acostumbrado mensaje, el arzobispo de Monterrey anunció las peregrinaciones anuales al Cerro del Cubilete y a la Basílica de Guadalupe en el Tepeyac. Es así que este sábado 12 de agosto, fieles, obispos auxiliares, sacerdotes y diáconos provenientes de Monterrey se postraron ante Santa María de Guadalupe en muestra de gratitud y alegría, con danzas regionales y expresiones del folclor del Estado de Nuevo León.

Encabezados por el arzobispo Cabrera López, llamó a todos los reunidos a ser atentos a la Palabra y hacer vida las palabras del Libro del Deuteronomio.

Saludando a los peregrinos y a las autoridades del Estado, entre ellos al gobernador Samuel García Sepúlveda, y de manera especial a los sectores sufrientes como los migrantes o los nueve mil reclusos en las prisiones estatales, el arzobispo llamó la atención sobre las palabras del Evangelio proclamado en el que Cristo rechaza la incredulidad del pueblo llamándolo “generación malvada y pervertida”.

“Él tiene prisa en que cambiemos, pero no por su poder, sino por nuestro bien como cuando alguien está enfermo, queremos que sane rápidamente” dijo al arzobispo, acentuando la necesidad de conversión; sin embargo, la realidad es distinta.

“Merecemos un jaloncito de orejas porque, por descuido o por lo que sea, le fallamos a Dios. Cometemos pecados, lo hemos confesado, hemos pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Ninguno merecemos el amor de Dios, ninguno merecemos estar aquí con su Madre, la Virgen María, pero lo que nos recibe aquí es por amor, no hay otra razón”. Cabrera López llamó a los fieles y clérigos a asumir las palabras del Shemá Israel para la Iglesia regiomontana: “Escucha Monterrey, escucha México, Dios es el único Señor, no hay otro, no hay nada más importante en la vida que Dios, Él es el único Señor, llamados amarlo con todo el corazón, con todas nuestras emociones, con nuestros sentimientos a veces no bien orientados…”

Cabrera López aseveró la necesidad de Monterrey de tener amor para enfrentar los grandes problemas de la arquidiócesis y de Nuevo León, “nos duele la violencia, nos duele la desunión de las familias, nos duele la pobreza, nos duele la injusticia, pero Dios nos ama…” a la vez que rogó por el agua que ha causado serias crisis en la capital neoleonesa: “Que nuestro Estado siga siendo bello como Dios lo creó. Esa es la responsabilidad. Fíjense, somos vicarios de Dios. Él nos encargó este mundo tan bello para que lo cultiváramos, para que lo cuidáramos mucho. Vamos a pedir agua. ¡Cuánta falta nos hace!”

Al finalizar su homilía, el arzobispo Cabrera llamó a pedir por las vocaciones y, sobre todo, a tener actitudes y congruencia en la vida conforme a la palabra del Evangelio. A no hablar mal de nadie y ser testigos del amor: “Que ningún discípulo de Jesús, ninguna discípula de Jesús en Monterrey, hable mal de un pobre, jamás hablen mal de un migrante, jamás hablen mal de un hermano que está en la cárcel porque si hablamos mal, eso pasa en nuestro corazón”.

La homilía completa del arzobispo Rogelio Cabrera López en la peregrinación de la arquidiócesis de Monterrey puede ser leída a continuación:

Estimadas hermanas, estimados hermanos,

Nuestra iglesia de Monterrey se hace aquí presente en esta nuestra casa, la casa de Dios, la casa de María de Guadalupe.

Hermanos fieles laicos, hermanas consagradas, hermanos diáconos, presbíteros, hermanos obispos, hemos venido en esta peregrinación en nombre de la iglesia de Monterrey. Somos un pequeño grupo, pero muy representativo.

Allá, en nuestra arquidiócesis, están las hermanas y hermanos, cada uno viviendo diversas situaciones entre alegrías y tristezas, entre éxitos y fracasos; no olvidemos tenerlos presentes en esta eucaristía, a todos sin excepción, a los hermanos migrantes que pasan por Monterrey, a los hermanos más pobres y necesitados, a todos los enfermos, a los más de 9 mil que están en las cárceles y, desde luego, vamos a pedir por nuestras autoridades, por nuestro gobernador Samuel, por los legisladores, por los jueces, por los presidentes municipales. Queremos, como en un canasto lleno de flores, entregar a todos nuestros hermanos a la Virgen María.

La palabra de Dios que acabamos de oír quiero que la escuchemos como hijos como hijas. Es así como Dios habla siempre a todos. Hoy Jesús decía unas palabras muy fuertes: ‘¿Hasta cuándo estaré con esta gente incrédula y perversa? ¿Hasta cuándo tendré que aguantarla?’ Aquello lo dijo no sólo por los de su generación, también por ustedes y por mí. Hoy, el Señor nos llama a conversión. Dice el Señor: ¿Hasta cuándo tengo que aguantarlos? El Señor nos aguanta, Él es rico en misericordia, lento a la ira, Él tiene prisa en que cambiemos, pero no por su poder, sino por nuestro bien como cuando alguien está enfermo, queremos que sane rápidamente. Así el Señor que nos ama, quiere nuestro cambio, que seamos personas de fe, que tengamos esa fuerza interior que viene del Espíritu Santo que nos mueva a amar como Dios ama, así como hijos como hijas oímos estas palabras del Señor.

Merecemos un jaloncito de orejas porque, por descuido o por lo que sea, le fallamos a Dios. Cometemos pecados, lo hemos confesado, hemos pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Ninguno merecemos el amor de Dios, ninguno merecemos estar aquí con su Madre, la Virgen María, pero lo que nos recibe aquí es por amor, no hay otra razón. El que ama perdona, el que ama soporta mucho, el que ama tolera y lo que el Señor nos pide, Él lo hace, Cristo nos ama sin medida con una generosidad que no podemos imaginar, pero es un amor que llama la conversión, es un amor que, al sentirlo, la vida cambia

Y oímos las palabras muy antiguas del Libro del Deuteronomio: Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, Él es el único Señor, lo amarás con todo el corazón, con todo el alma y con todas sus fuerzas. Ese es el principal mandamiento. Es providencial que el Señor nos haya puesto esta palabra a los que venimos de Monterrey: Escucha Monterrey, escucha México, Dios es el único Señor, no hay otro, no hay nada más importante en la vida que Dios, Él es el único Señor, llamados amarlo con todo el corazón, con todas nuestras emociones, con nuestros sentimientos a veces no bien orientados, con todas nuestras fuerzas, con nuestro trabajo, con nuestra energía, con nuestras ganas de vivir, amarlo con toda nuestra persona.

Si es así, obedeceremos su ley, amaremos como Él ama. Monterrey necesita amor, hermanas y hermanos. Monterrey necesita ser querido. Y cuando digo Monterrey, lo digo de todos nosotros, se necesita vivir en paz, en cordialidad. Nos duele la violencia, nos duele la desunión de las familias, nos duele la pobreza, nos duele la injusticia, pero Dios nos ama, Dios nos llama a querer, a amar y los que estamos aquí tenemos esta gracia que la hacemos extensiva a los demás hermanos y hermanas.

Que Monterrey, la diócesis y la Iglesia y no solamente los católicos, sino todos, seamos la casa de María, la casita sagrada donde se respire amor y fidelidad, donde se halla ternura y compasión.

Hermanos sigamos soñando, pero no para que todo siga igual, sino para que cada uno de nosotros ponga su parte, que seamos ciudadanos y cristianos responsables, que nos cuidemos unos a otros, que cuidemos lo que Dios nos ha regalado. ¡Cómo nos hace falta el agua! Hay que cuidarla como tenemos que cuidar nuestra naturaleza.

Que nuestro Estado siga siendo bello como Dios lo creó. Esa es la responsabilidad. Fíjense, somos vicarios de Dios. Él nos encargó este mundo tan bello para que lo cultiváramos, para que lo cuidáramos mucho. Vamos a pedir agua. ¡Cuánta falta nos hace! Pero también queremos pedir la otra lluvia favorable, la de las vocaciones. Vocaciones al matrimonio, cada vez menos jóvenes quieren comprometerse en matrimonio. Vamos a pedir vocaciones a la vida religiosa, vocaciones a la vida sacerdotal cumpliendo la encomienda que Cristo mismo nos dijo: La mies es mucha. Rueguen al dueño de la míes para que envíe más trabajadores a sus campos.

Vamos a pedir por toda la gente que sufre. Son nuestros hermanos, pensemos bien de ellos, hablemos bien de ellos. Que ningún discípulo de Jesús, ninguna discípula de Jesús en Monterrey, hable mal de un pobre, jamás hablen mal de un migrante, jamás hablen mal de un hermano que está en la cárcel porque si hablamos mal, eso pasa en nuestro corazón.

La Virgen María nos llama a amar. Escucha Monterrey, el Señor es nuestro Dios, es el único Señor, a Él lo amaremos con todo el corazón, con toda la mente y con todas nuestras fuerzas y, por supuesto, la segunda parte del del mandamiento; Y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Que de esta eucaristía salgamos renovados en esperanza, en alegría, con una mirada muy lejana, mirando hasta el cielo porque nosotros no somos ciudadanos de este mundo, sino del cielo y mirando a ese tramo tan largo, también nosotros podemos vivir con mayor responsabilidad.

Pidamos a Dios para que, los que habitamos en la iglesia de Monterrey, seamos buenos o al menos un poquito mejor. Que seamos hijos e hijas de Dios, con mucha esperanza y lleven el mensaje de Santa María de Guadalupe allá, a sus hogares, allá con sus amigos y vecinos.  Y hoy nos hermanamos aquí con San Juan Diego. Él, como ustedes y como yo, reconocemos que no merecemos tanto, pero gracias a que Ella nos ama, a que Cristo nos quiere, a que nos ha regalado su Espíritu de amor y a que el Padre Dios nos ama a todos sin excepción, nos vamos muy contentos de esta casita sagrada, esta casita que se extiende, que no son sólo estos muros, que se extiende a todo el mundo, a todo México, a todo Nuevo León, a todos nuestros pueblos porque todo el mundo es casa de Dios y casita de María.

Comparte: