Homilía dominical del arzobispo de Yucatán, Gustavo Rodríguez Vega, «Domingo de ramos de la pasión del Señor»

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

HOMILÍA
DOMINGO DE RAMOS
DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
Ciclo A
Is 50, 4-7; Sal 21; Flp 2, 6-11; Mt 26, 14-27, 66.

“Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?” (Mt 27, 46).

In láake’ex ka t’aane’ex ich maya, kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Le domingo de Ramos ka’asik Semana Santa. Bejla’e’ jóok’ol te’e bejo’obo’ u ti’al k’aamik Jesús men ku yookol Jerusalén je’e bix tu beeto’ob le máako’ob dos mil ja’abo’ob. Jesús tu p’aataj u beeto’ob tumen le ki’ikit’aan ku taal ti’ mejen paalal yeetel tu beeto’ob máako’ob óotsilo’ob. U jajil le ki’ikit’aan ku taal ti’ juntuul puktsi’ik’al óotsil yeetel maalo’ob máako’ob.

Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este Domingo de Ramos. Hoy aclamamos a Jesús por las calles, alzando nuestras palmas y proclamándolo como el Hijo de David, como el Rey de Israel, como nuestro amado Mesías. Nuestras procesiones de hoy, como siempre, son pacíficas, gozosas, y sin querer ofender ni dañar a nadie ni a nada. Se trata de una manifestación amorosa de nuestra fe.

Es también el llamado Domingo de la Pasión del Señor, porque hoy escuchamos la proclamación de la Pasión de Jesús según san Mateo. Les invito a releerla para meditarla hoy mismo, o también del lunes al miércoles con mucho provecho.

En este largo pasaje leemos en primer lugar cómo celebró Jesús la Última Cena con sus doce discípulos; cómo dentro de ella instituyó el sacramento de la Eucaristía, ya que entregó su Cuerpo y su Sangre sacramentalmente en la mesa, antes de entregarlo físicamente en la cruz.

Antes anunció que uno de ellos lo iba a entregar, con lo cual daba oportunidad a Judas de que se arrepintiera, pero no lo hizo. Luego, antes de salir de ese lugar, también les anunció que todos lo iban a abandonar, y a Pedro le indicó que lo iba a negar, pero tanto éste como todos los demás dijeron que estaban dispuestos a morir con Jesús. La verdad es que creían tener más valor del que en realidad experimentaron. Y nosotros, ¿cuánto valor creemos tener? Sólo a la hora de la prueba lo sabremos, pues puede ser que no estemos tan seguros de nosotros mismos.

Posteriormente, Jesús se fue al Huerto de los Olivos con sus discípulos, aunque sólo permitió que estuvieran cerca de él a Pedro, Santiago y Juan, mientras oraba pidiendo al Padre que, si fuera posible, le alejara ese cáliz de dolor. Los discípulos, en lugar de orar se durmieron, y fue por eso que les faltó valor para acompañar a Jesús en su Pasión. Al final, Jesús les dice: “Duerman ya y descansen. He aquí que llega la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores” (Mt 26, 45). El sueño y el descanso al que se refiere Jesús es nuestra tranquilidad, al saber que su hora, su entrega, nos trae la salvación.

En ese momento llegó Judas con una chusma numerosa con espadas y palos enviada por los sumos sacerdotes y ancianos para apresar a Jesús. Judas les había dado la señal de que aquel a quien saludara de beso, ese era a quien debían aprehender, pues a causa de la oscuridad podrían equivocarse. A pesar de ese signo hipócrita del traidor, Jesús todavía llamó “amigo” a Judas dándole aún otra oportunidad para el arrepentimiento y confianza en él. Ojalá nosotros tengamos la astucia de la serpiente para reconocer la hipocresía, así como la sencillez de la paloma para actuar siempre con autenticidad y sinceridad.

Uno de los discípulos alcanzó a cortar la oreja de un criado del Sumo Sacerdote, pero Jesús deteniendo la violencia, manifestó que con esto se cumplían las Escrituras. Entonces los discípulos lo abandonaron y huyeron.

Durante el injusto juicio, se cumplió la profecía de Jesús, de que Pedro lo negaría, y el canto del gallo hizo que Pedro se diera cuenta de esto, por lo que salió a llorar amargamente. Tengamos cuidado de pensar que nosotros nunca le fallaríamos a Jesús. Que nadie diga: “De esa agua yo no he de beber”, porque podemos hasta ahogarnos en esa agua del pecado. Dudar de nosotros mismos nos da la oportunidad de estar siempre atentos para no caer.

Siguió el juicio ante Pilato, quien por cobardía no supo defender a Jesús, a pesar de que su mujer le advirtió que él era un hombre justo. Pilato tuvo la ocurrencia de que el pueblo eligiera a quién debía liberar por la Pascua, si a Jesús o a Barrabás, para luego lavarse las manos cuando pidieron a gritos la crucifixión de Jesús. Todavía hoy, ¡cuántos justos son condenados y cuántos culpables son liberados! La justicia humana, por corrupción o por ineptitud, suele ser muy injusta. Ojalá nosotros nunca nos lavemos las manos ante las injusticias.

Vino luego la pasión, crucifixión y muerte de Jesús en medio de tormentos atroces y de burlas despiadadas. Antes de morir Jesús exclamó: “Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?, -Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? -” (Mt 27, 46), que son las palabras con las que inicia el Salmo 21 (22 en algunas biblias). Sabemos que esta expresión no fue simplemente la manifestación de un sentimiento de Jesús, experimentándose abandonado por el Padre, sino también la actitud de confianza, manifestada en ciertas palabras, cuando en el salmo se culmina diciendo: “Proclamaré tu nombre a mis hermanos; te alabaré en medio de la asamblea” (Sal 21, 23). Tengamos en cuenta que, la palabra “asamblea”, también la podemos traducir como “Iglesia”. De hecho, este es el salmo que proclamamos hoy entre las lecturas.

Los sumos sacerdotes y los fariseos le pidieron a Pilato que resguardara la tumba de Jesús con un pelotón de soldados, porque Jesús había anunciado su resurrección al tercer día. Parece que, mejor que los discípulos, esta gente recordaba el anuncio de la resurrección. Cuando nosotros afrontamos un grave problema, la enfermedad o muerte de un ser querido corremos el peligro de olvidarnos de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, la cual da sentido a todos nuestros padecimientos, problemas y sufrimientos.

Los sumos sacerdotes y los fariseos le pidieron a Pilato que resguardara la tumba de Jesús con un pelotón de soldados, porque Jesús había anunciado su resurrección al tercer día. Pareciera que, mejor que los discípulos, esta gente recordaba el anuncio de la resurrección. Cuando nosotros afrontamos una grave dificultad, alguna enfermedad o la muerte de un ser querido, corremos el peligro de olvidarnos de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, la cual da sentido a todos nuestros padecimientos, problemas y sufrimientos.

La primera lectura de hoy, tomada del Libro del Profeta Isaías, contiene el llamado tercer cántico del Siervo de Yahvé, el cual es una profecía exacta sobre la Pasión del Señor. Eso debería bastar para impresionarnos al darnos cuenta que, siglos antes, la Pasión del Señor se anunció con tanta exactitud. Esperemos que, sin fanatismos y sin descuidar la ciencia, volvamos a la sabiduría de la Palabra de Dios.

La segunda lectura, tomada de la Carta de san Pablo a los Filipenses, contiene lo que parece ser un himno que los primeros cristianos recitaban o cantaban, el cual contiene los tres momentos del Hijo de Dios: Primero su “ser Dios”, luego su abajamiento al hacerse hombre, para finalmente, después de su triunfo en la cruz, ser exaltado para que al nombre de Jesús todos doblemos la rodilla. Para nosotros, en cambio, nuestro primer momento es de pequeñez, porque así llegamos a este mundo, y toda la gloria y el poder que podamos alcanzar, será nada si no nos hacemos ricos de lo que vale ante Dios.

Por eso concluyo con las palabras del versículo 5, que antecede al pasaje que hoy escuchamos, y que dice: “Tengan, pues, la misma actitud de Cristo Jesús” (Fil 2, 5). La cruz es la cátedra más grande de la historia, cátedra de amor, de humildad, de obediencia a la voluntad del Padre, la cual hemos de tener presente en cada momento de nuestra vida.

Que tengan todos una muy feliz Semana Santa. ¡Sea alabado Jesucristo!

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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