Homilía del Obispo de Campeche del domingo XXVIII T.O.

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Jesús narra, en el Evangelio de hoy (Mt 22,1-14), la parábola del Rey que prepara un banquete de bodas para su Hijo. En la narración está contenida la relación maravillosa entre la libertad humana y la única y universal invitación de Dios a la salvación. La semana pasada, el Evangelio recalcaba la invitación a ir a trabajar a la viña (los dos hijos). Ahora, es un ambiente de fiesta, de relajación, de convivencia, no de trabajo agreste.
No siempre hay banquetes. No siempre se puede vestir con traje de luces. Es una jornada única, por eso la necesidad de una respuesta pronta. En la semana pasada, había luto por el Hijo asesinado; ahora, el Hijo es motivo de la alegría festiva. El primer grupo de invitados, contrariamente a lo que podría pensar, no acepta la invitación para asistir. No tiene ‘razones’, ni expone pretextos. Simplemente, los invitados se van a sus negocios. No tienen tiempo para fiestas, no hay tiempo para la religión ni para Dios. Es una indiferencia ofensiva y sin razón.
El Rey no se da por vencido ante el desprecio por su Hijo. Entonces, abre la invitación a otros muchos más, para que vayan a comer los apetitosos y abundantes platillos. Pero, ¡oh decepción! Ni por gula aceptan invitación. Del hielo de la indiferencia, se pasa a la sangre homicida. Los invitados asesinan a los enviados del Rey.
 
                                                                                  DESPRECIO POR LA FIESTA
El Rey se encoleriza, y con sus tropas manda matar a los invitados y destruir la ciudad. Hay que poner atención, que cuando se escribió el Evangelio de Mateo, ya los romanos y su ejército comandado por Vespasiano (en un primer momento) y por su hijo Tito destruyeron la ciudad de Jerusalén. Más de alguno, interpretó este hecho como un juicio anticipado de Dios y como un castigo ante el desprecio de Jesucristo, el Hijo, a quien asesinaron en el Monte Calvario (cf. Mt 21,41). Pero una interpretación así, no es del todo correcta.
El rechazar los invitados asistir al banquete es un hecho providencial. Porque así, se abre la posibilidad a muchos más de participar de la fiesta gratuita. A nuestro rechazo, Dios no se desalienta ni se queda con el rencor del desprecio. Más bien, redobla esfuerzos y agranda el horizonte de la invitación hasta llegar a los “cruces de los caminos”. Ahora pueden asistir todos, empezando con los malos y, luego, con los buenos. Al final, todos entran al banquete. Todos son hijos del Rey de gran corazón y de bondadosa generosidad.
No todo termina como cuento de hadas. Al final de la fiesta, también hay un juicio. Uno de los participantes no tiene el “traje de bodas”. El vestido indica identidad de la persona. Mudar significa cambiar (convertirse) la orientación de la propia existencia y adquirir una nueva. A nosotros nos toca corresponder con nuestra libertad y decidir cómo construir.
¡Muchos son los llamados, pocos los escogidos!
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