Homilía del Obispo de Campeche del domingo XXVII T.O.

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En la memoria litúrgica de San Camilo de Lelis (14 julio), un santo que se dedicó amorosamente a atender a los enfermos, la Congregación para la Doctrina de la Fe, publicó una carta intitulada “Samaritanus bonus”. El interesante documento aborda un tema no menos trascendente: el cuidado de las personas en fases críticas y/o terminales.

Un punto nodal que señala la carta es rescatar la importancia de acompañar a la persona enferma en la fase terminal de la vida, de manera que se le ayude, respetando y promoviendo siempre su inalienable dignidad humana.

La Iglesia ve con buenos ojos y alienta la investigación científica y tecnológica, siempre y cuando no se margine el bien integral de la persona y su dignidad, por parte de los agentes de salud. Eso conlleva, a un acendrado discernimiento moral, a evitar el uso desproporcionado y deshumanizante de las tecnologías en los últimos momentos de la vida. De entrada, como a veces se puede dar a entender, el dolor, el sufrimiento y la posibilidad de una muerte próxima no pueden ser los criterios últimos que midan la dignidad humana.

La fase final de la vida humana, implica a reafirmar el mensaje del Evangelio en quienes tienen algo que ver con los enfermos agonizantes, como, por ejemplo: los familiares, los ministros extraordinarios de la Comunión, los capellanes, los médicos, los enfermeros, los empresarios en el mundo de la salud.

Retomando el pasaje evangélico del Buen Samaritano, la Congregación vaticana, ante estas complejas situaciones, invita a favorecer el encuentro personal del paciente con el Amor misericordioso de Dios. ¿Cómo se puede lograr esto? Se propone el siguiente “iter”: a) hacerse cargo del prójimo; b) asumir el sufrimiento como parte componente de la historia en la vida de la persona, reconociendo la propia debilidad y fragilidad; c) La ayuda solidaria que podemos prestar a los más necesitados y debilitados en su cuerpo y en su espíritu; d) A no tomar nunca decisiones que dañen a la persona (cf. Mt 7,12); e) Si la sanación es improbable, no dejar de acompañar al enfermo en sus funciones esenciales del cuerpo y del espíritu; f) La consigna de “hacerse cargo” de toda la vida y de la vida de todos, para revelar el Amor incondicionado de Dios.
El documento resalta que “cuidar” a la persona enferma es darle atención hasta el final, bajo el principio de: “Curar si es posible, cuidar siempre”. El objetivo del cuidado es mirar la integridad de la persona, garantizando con los medios adecuados y necesarios el apoyo físico, psicológico, social, familiar y religioso. Es claro que, la carta enfatiza que no existe un ‘derecho a disponer’ arbitrariamente de la propia vida ni de la de otros. La eutanasia y el suicidio asistido, por ende, son siempre un fracaso humano. Aún más, legalizar esas dos acciones es una determinación gravemente injusta.

Concluyamos con la frase del papa Francisco: “El contexto sociocultural actual está erosionando progresivamente la conciencia de lo que hace que la vida humana sea preciosa… La pérdida de los valores auténticos resquebraja también los deberes inderogables de solidaridad y fraternidad humana y cristiana”.

¡Salud de los enfermos, ruega por ellos!

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