Homilía de Obispo de Campeche del XVII Domingo del Tiempo Ordinario

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 PUEBLO QUE PADECE HAMBRE 

Herodes apenas había asesinado a Juan el Bautista. Lo había mandado decapitar por cumplir una promesa hecha en un banquete y por un baile que le agradó. Cuando se supo de los milagros que hacía Jesús, Herodes creyó que era el Bautista resucitado entre los muertos. Jesús, al saber la triste noticia, se subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado. Es el primer presagio de su muerte violenta. Jesús no sigue la ley de la venganza. Abdica de la violencia. El bien siempre es débil, pero esta es su fuerza.

La gente se siente atraída por Jesús. Lo sigue a donde va. A veces, lo hace en la clandestinidad. Se le reúnen unos cinco mil hombres, sin contar a los niños ni a las mujeres que, en cuestiones espirituales, son más participativas.

Los profetas habían anunciado, que una de las características del Mesías era alimentar a su pueblo con el pan. Jesús está a punto de realizar, ahora, la multiplicación de los panes.

Jesús se enternece, al desembarcar, y ver a la gente con sus pies cansados, sus ojos ansiosos y sus heridas abiertas. Es movido por la compasión. Cristo se muestra impotente ante al mal, por eso se hace solidario con todos los crucificados de este mundo.

ALIMENTO QUE SE MULTIPLICA 

Están en un lugar “desértico”. Los discípulos quieren despedir a toda la gente. No hay cómo albergarla ni atenderla. Es gente pobre. En la ‘noche’ el otro se convierte en un estorbo. Jesús les reta a hacer algo. Los discípulos piensan en comprar alimentos. Pero, ¿cómo? Si allí no hay tiendas. Tampoco hay dinero en el bolsillo para tantos. Y oyen un mandato aturdidor: “¡Denles ustedes de comer!”. Una tarea imposible de cumplir. Como cuando te dicen que sigas las clases en línea, pero no hay comida en la alacena, ni internet en la comunidad.

Pero, alguien ofrece algo: cinco panes y dos peces. Es claramente insuficiente para la demanda. Demasiado pobre y pequeño. Pero Dios actúa donde hay ese ‘poco’. En las manos de Jesús, lo poco se convierte en mucho, en abundancia para el alcance de todos.

Cuando se comparte, todo cambia. Estaban en la “noche” y en el “desierto”. Pero ahora, hay “pasto”. Donde está Dios-Pastor el desierto florece y la vida comienza a brotar abundantemente para todos (incluso para los que están por nacer), sin discriminación. (Nota, este escrito se realizó un día antes que la SCJN se pronunciase en el tema del aborto).

EL PAN DEL AMOR 

El Evangelista no habla de “multiplicar” el pan, sino de “partir” el pan. Jesús lo quebró para distribuirlo. Cuando ‘mi’ pan se convierte en ‘nuestro’ pan, se produce el milagro. Dios no ama las fórmulas mágicas, los signos extraordinarios que nos eximen de la responsabilidad y de la libertad. Lo que sacia en verdad es el amor, la cercanía, el cuidado, la responsabilidad hacia el prójimo. Si hay amor, los bienes no disminuyen, sino que aumentan.

Finalmente, el banquete de los Herodes de la tierra termina siempre con la muerte de los pobres. El banquete de Jesús termina en un verde prado, con gente que ha compartido un simple trozo de pan y se ha saciado con tanta abundancia que hasta han quedado sobras.

En estos tiempos de pandemia, celebrar la Eucaristía significa celebrar el gozo y la responsabilidad de repetir la memoria de un Pan que ha de llegar a todos, en abundancia. ¡Participemos! ¡No nos dejemos vencer por el miedo o la apatía! Digamos con san Pablo (Cf. Rom 8,35):

¡Nada nos aparta del amor de Cristo! 

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