Homilía de Monseñor José Francisco González Glz. en misa de ordenaciones

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ORDENACIÓN SACERDOTAL introducción al cuerpo de la homilía

En la catedral de Campeche fueron ordenados presbíteros por Don José Francisco González González, Isaías Alejandro Teofani – Marcelino Maldonado Arroyo – y Rogelio Pantí Ruiz.

Isaías, Rogelio y Marcelino, hoy reciben un don muy grande e inmerecido: el sacerdocio. En su ministerio sacerdotal, Dios mediante, experimentarán profundas alegrías y exultantes gozos; pero, también, afrontarán: soledad, incomprensión, sufrimientos y decepciones.

Para hoy, se han venido ilusionando a lo largo de muchos años de preparación, oración, apostolado. Esa alegría la han incubado y la han ido participando a su familia. Sus papás, y todos se unen a esta alegría con su oración y presencia. También lo hacen sacerdotes y seminaristas, con quienes ustedes han compartido este caminar, y además muchos fieles y amigos suyos, que quieren ver en ustedes, desde hoy y siempre, sacerdotes a carta cabal.

¿Cómo hablar del sacerdocio que reciben? San Pablo VI lo describe de manera hermosa y sintética: “El sacerdote apóstol es testigo de la fe, el misionero del Evangelio, el profeta de la esperanza, el centro de la promoción y referencia de la comunidad, el constructor de la Iglesia de Cristo, fundada sobre Pedro”.

Hay una expresión latina antigua, que vale la pena traer a la memoria y tenerla como slogan de vida: Qualis Missa, talis sacerdos, talis apostolus. Expresa de manera sintética algo de la vida sacerdotal, y describe cuánta importancia tiene la Eucaristía en la vida del sacerdote, porque “De cómo celebre la Misa, será su vivencia sacerdotal, y de cómo celebre y viva la Eucaristía, así será su apostolado”. En otras palabras, aprendan a ser contemplativos en la acción y activos en la contemplación.

Así pues, en esta ocasión, abordaremos cuatro aspectos del sacerdocio, que profundizarán o ampliarán con su propia reflexión.

En la catedral de Campeche.

Isaías, Rogelio y Marcelino, hoy reciben un don muy grande e inmerecido: el sacerdocio. En su ministerio sacerdotal, Dios mediante, experimentarán profundas alegrías y exultantes gozos; pero, también, afrontarán: soledad, incomprensión, sufrimientos y decepciones.

Para hoy, se han venido ilusionando a lo largo de muchos años de preparación, oración, apostolado. Esa alegría la han incubado en ustedes y la han ido participando a su familia. sus papás, y todos se unen a esta alegría con su oración y presencia. También lo hacen sacerdotes y seminaristas, con quienes ustedes han compartido este caminar, y además muchos fieles y amigos suyos, que quieren ver en ustedes, desde hoy y siempre, sacerdotes a carta cabal.

¿Cómo hablar del sacerdocio que reciben? San Pablo VI lo describa de manera hermosa y sintética: “El sacerdote apóstol es testigo de la fe, el misionero del Evangelio, el profeta de la esperanza, el centro de la promoción y referencia de la comunidad, el constructor de la Iglesia de Cristo, fundada sobre Pedro”.

Hay una expresión latina antigua, que vale la pena traer a la memoria y tenerla como slogan de vida: Qualis Missa, talis sacerdos, talis apostolus. Expresa de manera sintética algo de la vida sacerdotal, y describe cuánta importancia tiene la Eucaristía en la vida del sacerdote, porque “De cómo celebre la Misa, será su vivencia sacerdotal, y de cómo celebre y viva la Eucaristía, así será su apostolado”. En otras palabras, aprendan a ser contemplativos en la acción y activos en la contemplación.

Así pues, en esta ocasión, abordaremos cuatro aspectos del sacerdocio, que profundizarán o ampliarán con su propia reflexión.

I. ESPIRITUALIDAD y Eucaristía 
Hoy, en su frágil ser personal reciben un regalo precioso, inmerecido. Bien lo dijo San Pablo: «Llevamos un tesoro valioso en vasijas de barro». Sus
manos serán ungidas con el óleo de la Salvación que Cristo quiere llevar a todo su pueblo; recibirán el sacerdocio de Cristo. Los regalos no se merecen; se agradecen. Dios quiere de ustedes, sacerdotes dignos del altar. Más de alguna vez habrán escuchado o leído que los grandes pilares de la espiritualidad sacerdotal son: el amor a Cristo, a la Iglesia, a María y al hombre. La espiritualidad sacerdotal no se limita a actos y lugares, sino que anima toda la vida y está a favor del pueblo. Por eso, cuando un sacerdote se distancia del pueblo, lo ofende, lo agrede o lo explota. ¡Cómo sufre el pueblo porque no siente ni experimenta el amor de Dios en su sacerdote! De allí la primacía de favorecer la unión íntima con Dios para hacerlo presente entre los hombres; pero también, la unión estrecha con los hombres, para poderlos guiar hacia Dios, como lo enseña de manera diáfana el autor de la Carta a los Hebreos en el NT. Como sacerdotes del Señor, aprendan a conocer las necesidades de sus hermanos, a convivir con sus dolores, preocupaciones y angustias. Sean disponibles para ayudar, para confortar y servir. 

Tengan muy en cuenta que el destino del sacerdote en el mundo es el destino de Cristo. El destino de Cristo es la cruz; pero en la entrega de la propia vida se manifiesta la potencia de Dios, porque la Cruz es para la vida y la resurrección. 

En la Cruz y en la Eucaristía se encuentra la escuela de los santos. En la cruz se enseña al alma; en la Eucaristía se aprende; en la cruz se sufre, en la Eucaristía se ama; en la cruz se retira el alma de la tierra, en la Eucaristía se acerca al Cielo; en la cruz se prueba, en la Eucaristía se premia; en la cruz se purifica, en la Eucaristía se santifica; en la cruz se muere para resucitar en la Eucaristía (Conchita Cabrera de Armida). 

Volviendo a la frase latina que nos abrió camino en esta homilía (Qualis Missa, talis sacerdos, talis apostolus), oigamos a San Juan Pablo II: “Si descuidamos la Eucaristía, ¿Cómo podríamos remediar nuestra indigencia?” (Ecclesia de Eucaristia, 60).

Los antiguos escritores tenían un dicho que cumplían: Nulla dies, sine línea (no pase un día, sin que escribas al menos un renglón). Un sacerdote que ama a Cristo debería poner su salvapantalla de la vida: Nulla dies, sine Eucaristia. La razón de ese alimento cotidiano, para sí mismo, como primer necesitado, y luego para sus fieles, como ovejas encargadas a su cuidado; el sacerdote se va capacitando para congregar, para unir, no para dispersar.

Como sacerdotes, somos agentes de comunión, no de división. Un teólogo suizo, Hans Urs Von Balthasar afirma: “Por la Eucaristía nace la Iglesia como Cuerpo de Cristo: al multiplicarse la carne
única del Señor, se unifica en Ella toda la humanidad disgregada”1.  Y el sabio papa Gregorio Magno escribe: “Nuestro Señor mandó a sus discípulos de dos en dos. En cierto modo, Él silenciosamente nos manifiesta que quien no ama a su compañero no debería asumir el oficio de la predicación”2. 

El sacerdocio que reciben no es para que lo conserven aisladamente. No es para que quieras corresponder a esa gracia divina de manera individualista. ¡Fatíguense por consolidar una espiritualidad sacerdotal, de todo el presbiterio, poniendo los medios clásicos al alcance: La dirección espiritual, la confesión, la adoración al Santísimo, el rezo completo de la Liturgia de las horas, la lectura espiritual, los ejercicios espirituales anuales, las reuniones de franjas, las reuniones de pastoral presbiteral, etc. 

Un aspecto a no descuidar es la dirección espiritual. Ella es el camino que nos estimula y nos compromete en un camino de superación, de continuo esfuerzo en la perfección sacerdotal. La experiencia nos enseña, tristemente, que muchas crisis sacerdotales no encuentran solución por carecer de un sabio y prudente acompañamiento espiritual. Un buen guía espiritual ayuda a sostenerse en la fidelidad. (cf. Santa Teresa).

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