Homilia de la diócesis de Campeche del domingo XXV T.O.

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Cristo es el modelo del hombre en oración. El sacerdote debe aprender de Él a cómo dialogar con el Padre 11. Siempre se ha dicho que la oración es importante para la vida cristiana. ¡Cuánto más para la vida sacerdotal! Suenan en nuestros oídos las palabras de Jesús: “Oren en todo tiempo” (Lc 21,36). El papa Juan Pablo II asevera que el sacerdote es maestro de oración (PDV 47). La oración del sacerdote hace bella y amable el alma sacerdotal a los ojos de Dios 12.

¿Por qué hay sacerdotes que dejan y abandonan la oración? Por la falta de fe. La oración alimenta la fe; y la fe anima la oración. Cuando la fe se mantiene activa, fogosa y apostólica, es porque el sacerdote lleva una vida de oración. La oración se fortalece haciéndola; como la fe, creyendo 13.

Pero, del dicho al hecho hay mucho trecho, reza la máxima popular. Con la oración sucede algo similar que con la familia. En los retiros y predicaciones, a la oración se le da una importancia primordial, pero en la realidad viene relegada de muchas maneras, a veces con indiferencia se le trata, y no pocas veces, hasta con ataques directos en la vida diaria-normal.

El sacerdote está llamado a vivir en santidad. Pero, sin vida de oración no hay santidad. “El que huye de la oración, huye de todo lo que es bueno”, afirma san Juan de la Cruz. Sin la ayuda de Dios no hay modo de transformarnos. Sin vida de oración, los sacramentos que administren y vivan como sacerdote, tendrán eficacia limitada. Habrá muchas horas de confesiones y múltiples Misas celebradas, pero no habrá santidad.

A veces, es queja de los fieles, que la Eucaristía es aburrida, monótona, insípida. La razón: porque no hay clima de fe, de amor, de adoración, de oración, de acogida. Si no hay vida de oración, aunque haya vida piadosa y practicante, no se alcanzará el pleno desarrollo de la vida espiritual. Si no hay vida de oración, no habrá paz interior; en cambio, surgirán excesivos escrúpulos, apego extremo a la propia voluntad, rasgos de vanidad y búsqueda de uno mismo. Es lo que el papa Francisco habla de la pastoral narcisista de pocos frutos.

La oración es abrirnos íntimamente al Señor, para que Él nos vaya transformando. Orar no es buscar “sentirnos bien”. La oración del sacerdote le capacita para que sienta, juzgue y quiera como Dios siente, juzga y quiere.

Nuestro mundo tiene hambre de justicia, tiene hambre de paz, tiene hambre de Dios mismo. El sacerdote será el hombre para los demás, si sabe vivir íntimamente unido e identificado con sus hermanos y si es testigo de una vida distinta y superior a la presente.

Mons. Francisco Gonzalez Gonzalez
Obispo de Campeche 

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