El periodo de entreguerras fue una de las épocas más proliferas en producir escritores y pensadores de gran calidad en todos los ámbitos, numerosos ejemplos existen en la literatura científica, ficción, filosófica, política, etc. Para el catolicismo en especifico este tiempo significó una especie de “revival” gracias al impulso del papado de San Pio X para que los intelectuales católicos se movilizaran a combatir el espíritu del modernismo. En la Inglaterra protestante surgirían dos grandes personajes que a día de hoy sus obras figuran como redacción obligada para el cristiano de pie: G. K. Chesterton establecería un referente en la apologética católica con Ortodoxia y El Hombre Eterno respectivamente, mientras que Hilaire Belloc será más reconocido por su libro El Estado Servil, juntos se constituyeron como la puerta de entrada para quienes deseaban conocer de la doctrina social de la Iglesia gracias a sus criticas y reflexiones sobre las trasformaciones políticas y sociales contemporáneas.
Sus aportes en escritos y artículos también sirvieron para fundar la empresa de estructurar una doctrina económica cristiana, apoyados sobre la encíclica Rerum Novarum la cual rechaza enérgicamente tanto al liberalismo como al marxismo, pugnando por una alternativa que evitara la mecanización del hombre, el egoísmo y la injusticia social. Según Belloc, en su obra prima ya mencionada, el sistema económico se describía mejor como un triangulo de cabeza haciendo equilibrio sobre una de sus puntas, esa era la situación del capitalismo que intentaba equilibrar la libertad económica y la concentración de la propiedad privada. Este triangulo debe caer sobre uno de los dos lados, o caía sobre el lado del socialismo expropiador de la propiedad y del Estado administrador o lo hacía sobre el lado del Estado servil, el cual mantiene la propiedad privada en unas cuantas manos particulares mientras provee al trabajador sin libertad para sus necesidades básicas. Esto puede ser evitado sí se trabaja en un punto clave: la distribución de la propiedad privada.
El Estado distributivo, o distributista, encarna la vieja pero funcional forma del sistema medieval de propiedad, aquí el gobierno se ocuparía de repartir la propiedad privada en el mayor numero de manos posible, regulando la economía para impedir la concentración del capital. Esto asegura una mayor libertad económica donde el hombre posee sus medios de trabajo y los frutos del mismo, consolidando una fuerte institución familiar. Para Chesterton y Belloc el problema no radica en la distribución de la renta o ingreso como piensan los liberales y marxistas, si no de la propiedad de los medios de producción. Los sociólogos y politólogos modernos afirman que los burgueses son ricos porque poseen mucha riqueza, pero en la realidad esto no es así, tienen mucha riqueza porque son burgueses; su posición los aventaja para seguir acumulando capital en un sistema sin regulación. En el sistema distributista cada hombre mantendrá su posición social en base a su propiedad y trabajo, procurando mantener el poder dividido entre las familias y corporaciones con el fin de equilibrar la estructura social sana.
La obra que se extiende más sobre este tema de G. K. Chesterton es Los Limites de la Cordura, donde al igual que su compañero, critica a la sociedad inglesa por ser la pionera en la tradición filosófica liberal y utilitarista. Declara que los verdaderos conflictos económicos van más allá de los salarios y las horas laborales, en el sistema capitalista el hombre se autocondiciona para el trabajo monótono, para entregar su espíritu de propietario por obtener un redito seguro, para ser una pieza más en el proceso productivo, consumir lo que le ofrecen las grandes corporaciones, conseguir una pequeña casa en la ciudad a través de un cuantioso préstamo, etc. Y cuando este se cansa de esta situación, pero alienado ya por la filosofía liberal, ve a la alternativa socialista con buenos ojos, el cree que entregando los medios productivos a los burócratas y funcionarios estos harán de su vida más justa y plena, está despojado ya de todo espíritu de libertad económica dispuesto a entregársela al Estado para obtener de este lo que necesita. Por ello el hombre debe recuperar su cordura, trabajar con sus propias herramientas su propia tierra, construir su propio patrimonio, reconocerse como un individuo libre y autosuficiente, que conduce sus días al ritmo de la naturaleza y no con el rigor del horario. Cuando este espíritu renazca será mucho más fácil que los ciudadanos hallen su función social proactiva dentro de la comunidad, sintiéndose un órgano vivo dentro de un gran cuerpo bien jerarquizado y sin anomalías.