* Ahora resulta que prohibir la eutanasia causa más daños que beneficios y debe darse ‘luz verde’ a la fecundación homóloga.
* Estas son las sensacionales declaraciones contenidas en el libro La alegría de vivir, reflexión común de los «teólogos» de la Pontificia Academia para la Vida (PAV).
* Incluso dicen que la Biblia puede corregirse. Ahora estamos en plena herejía.
La alegría de vivir es un texto publicado el mes pasado y «fruto de la reflexión común de un grupo cualificado de teólogos reunidos por iniciativa de la Academia Pontificia para la Vida», como se indica en la portada. Un texto que nació como base para los trabajos del seminario de 2021 de la Academia Pontificia para la Vida (Pav) y ahora publicado para celebrar el inminente 30º aniversario de Evangelium vitae (no el 25 como decía Mons. Vincenzo Paglia, presidente de la Pav). Los errores presentes en este texto son tan numerosos y graves que el volumen Gioia della vita ciertamente no puede considerarse una celebración del pensamiento de Juan Pablo II.
Por razones de espacio debemos centrarnos sólo en algunos temas e incluso parcialmente.
- El primero: la eutanasia. ¿Prohibir o no prohibir? El texto afirma que es mejor no prohibir porque «podría resultar un daño mayor al bien público y a la convivencia civil, amplificando el conflicto o favoreciendo formas clandestinas de prácticas oficialmente ilegales» (p. 150).
Pero Tomás de Aquino, frecuentemente citado inapropiadamente en el volumen pero no en este caso, dice:
[están prohibidos aquellos vicios] que son perjudiciales para los demás, sin cuya prohibición la sociedad humana no puede existir, como el asesinato, el robo y similares» ( Summa Theologiae , I-II, q.96, a.2 c.).
La eutanasia es asesinato y por lo tanto como tal siempre debe ser prohibida incluso si, hipotéticamente, esta prohibición aumentaría los conflictos civiles y fomentaría la eutanasia clandestina (lado: todos los homicidios son clandestinos) porque sin la prohibición se destruiría el bien común. ¿Legitimar la eutanasia? «Tiene el inconveniente de “respaldar” y de alguna manera justificar una práctica éticamente controvertida o rechazada. […] Sin embargo, surge la pregunta de si la responsabilidad penal y civil – por ejemplo en el caso de ayudar al suicidio – no podría matizarse, dentro de límites claramente establecidos y como resultado de un debate cultural y político-institucional» (p. 151 ) .
No es legítima la legitimidad del suicidio asistido: la única opción moralmente válida es su prohibición.
- Luego se muestra partidario de la interrupción de la nutrición, la hidratación y la ventilación asistida , porque estas intervenciones pretenden «centrarse» en el mantenimiento de las funciones del organismo, consideradas de forma aislada. Se pierde así de vista la totalidad de la persona y su bien general» (p. 173). Pero la nutrición asistida, la hidratación y la ventilación, salvo en casos raros en los que se trata de intervenciones desproporcionadas, son soportes vitales necesarios y necesarios. Quitarlos significa, como quieren entender los autores del texto, matar a la persona para no hacerla sufrir más. Significa eutanasia.
Respecto al respeto al principio de proporción en las terapias para no caer en el obstinación terapéutica, se afirma que para decidir sobre la proporción del tratamiento la última palabra siempre la tiene el paciente (ver pp. 85, 148-149, 172). Esto puede ser cierto en algunos casos, por ejemplo con respecto a las terapias para aliviar el dolor, pero no siempre es cierto como el texto quiere indicar; porque el paciente, incluso si estuviera informado, podría cometer un error al evaluar la proporcionalidad, renunciando por ejemplo a amputarse un brazo gangrenoso para salvar su vida porque él mismo consideraba que la intervención era desproporcionada. Finalmente, se expresa un absoluto favor hacia las Declaraciones Anticipadas de Tratamiento, las DAT (ver p. 149).
Las posiciones a favor de la eutanasia expresadas en el texto de los #teólogos», son evidentemente contrarias al contenido de Evangelium vitae, texto que queremos celebrar con estas páginas.
- También en abierta contradicción con los escritos de Juan Pablo II y con toda la doctrina moral de la Iglesia católica al respecto está la apertura sin reservas a la inseminación artificial aunque sea homóloga: «En la procreación asistida homóloga en sus diversas formas […] no viene separada artificialmente de la relación sexual, porque ésta «en sí misma» es infértil. Por el contrario, la técnica actúa como una forma de terapia que nos permite remediar la esterilidad, no reemplazando la relación, sino permitiendo la generación» (p. 130).
1.- En primer lugar, cabe precisar que en la relación sexual entre marido y mujer donde uno o ambos son estériles o la mujer infértil, la relación por su naturaleza sigue siendo fructífera: es esencialmente fructífera y accidentalmente infértil por patologías o intervenciones quirúrgicas o de edad.
Por lo tanto, no es «en sí mismo» infructuoso», como escribe Pav.
2.- En segundo lugar, incluso si admitimos -hipótesis imaginativa- que la recolección de los ovocitos y los espermatozoides se produce después de la relación sexual y, por tanto, se produce la concepción in vitro, el momento unitivo se separa del momento procreativo, porque este último no se produce después del sexual, de las relaciones sexuales, sino tras la intervención del técnico de laboratorio.
Aquí la medicina no ayuda a realizar lo que se consigue por su propia virtud (como ocurre en la inseminación artificial donde la concepción -momento clave de la transición entre el ser y el no ser- se produce en el cuerpo de la mujer gracias a la movilidad de los espermatozoides y no gracias a la intervención del hombre), pero, contrariamente a lo que está escrito en Joy of Life, la medicina reemplaza un acto y sus desarrollos naturales que no está permitido reemplazar. Además, en la inseminación artificial la concepción no se produce en el único lugar adecuado a la dignidad de la persona, es decir, en el cuerpo de la mujer, sino fuera de él.
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Estas posiciones aberrantes y no católicas en el campo bioético derivan de una visión antropológica igualmente aberrante:
El punto de partida es el siguiente: celebran «la primacía de la experiencia de vida y de la vida creyente» (p. 13). Pero resulta que tal primacía ya no está puesta en Dios, sino en la experiencia, ya no en la trascendencia, sino en la inmanencia.
Pero entonces ¿qué significa “experiencia” en antropología? Significa el Ego que decide tomar decisiones, acciones. Entoncesm con ello, en el centro de la antropología se coloca el Yo, que se convierte en acto, libertad autorreferencial; el Yo coincide con el acto, en relación con otros Yo-actos, desbordando así la perspectiva católica y no sólo la que ve a la persona como individuo. sustancia de naturaleza racional:
«Una hermenéutica de la persona en términos de libertad-en-relación representa una superación definitiva de la noción tradicional de persona como racionalis naturae individua substantia. La persona no debe ser entendida a la luz de categorías sustantivistas, sino en términos de un proceso histórico. […] El paso de una interpretación de la persona en términos de sustancia a otra en términos de acto implica la conciencia de que comprender a la persona implica, en definitiva, un valor objetivante práctico y no teórico. […] La identidad humana no se da de una vez por todas, sino que tiene una forma histórica y narrativa original” (p. 94).
La persona como tal no se da para siempre, sino que se construye por sí misma en elecciones en relación con los demás: «El ser humano existe en la diferencia de relación» (Ib.).
Bajo este ángulo antimetafísico por historicista , ya no existe el esse, sino el agere: la praxis y por tanto el existir ganan al ser. Y por eso es que para los «teólogos» progresistas, la pastoral gana a la doctrina, el proceso al derecho, la voluntad al intelecto, la historia a la geografía, el tiempo al espacio (según el Papa Francisco en su Evangelium Gaudium , n. 222).
Esta perspectiva antropológica de origen fichteano donde el Yo se sitúa y absolutiza, donde la persona se autofunda -es decir, constitutivamente compuesta de sus acciones, ontológicamente estando en acción- es lógicamente incorrecta: porque primero está el ser y luego la acción. Es la persona quien permite el acto y la relación, no es el acto y la relación lo que establece la persona, esto es anterior a las elecciones y las relaciones.
Si en el centro de la antropología encontramos el yo-acto en relación, se sigue que en el centro de la moral encontraremos una conciencia que elige el acto en relación con otras conciencias y contingencias: es decir, un subjetivismo ético en perpetuo diálogo. Esos teólgos lo llaman: «fenomenología de la conciencia moral» (p. 19). Y de manera más analítica, abrogan toda norma de conducta, toda primacía moral, ya que según ellos, «el mandato ético […] pertenece a la conciencia humana y no puede reducirse a una ley abstracta separada de la experiencia, personal y cultural» (p. 17); «hay un acceso fenomenológico al lenguaje normativo, porque así es como se abordan las pretensiones morales. […] El lenguaje moral de reglas y normas se refiere de manera constitutiva a la realidad de la interacción humana y la comunicación de experiencias éticas y a la noción de bien humano” (p. 90). Dichos «teólogos» relatizan toda moral, acaban con toda norma universal de conducta, pues según ellos, «las normas de acción moral se adquieren históricamente, a través de un proceso de verificación en el seno de una comunidad cuya experiencia se convierte en uno de los puntos de referencia para la articulación doctrinal del propio magisterio» (pp. 91-92); «la ley […] es fruto del diálogo de conciencias. La relación entre conciencia y ley [moral] debe pensarse dialécticamente” (p. 96).
El resultado sorprendente, incríeble, inexplicable de los «teólogos», entonces es el siguiente: «El conocimiento mismo ejerce una función activa y constitutiva hacia la verdad» (p. 91). Por tanto el acto cognitivo no reconoce la verdad, sino que la crea, dicen. Por lo tanto, la verdad, incluso la verdad moral, ya no es adquirida, reconocida por el intelecto adaequatio rei et intellectus , donde la realidad es anterior al conocimiento, sino que la verdad es un producto posterior a la actividad cognitiva en constante comparación con los demás y el contexto. Lo objetivo es desplazado por lo subjetivo (ver pág. 84).
En este sentido los primeros principios de la ley natural se evaporan (ver p. 93) y con ellos las acciones intrínsecamente malas -que nunca son mencionadas a lo largo del texto- y dejan espacio para las normas particulares producidas por la conciencia en comparación dialéctica con otras experiencias (ver pp. 96-97), una conciencia que ya no tiene como paradigma de valor la naturaleza humana ni, como veremos, los Mandamientos divinos, sino el Ego mismo en relación con las otras conciencias y la situación concreta.
Es el infame proceso de discernimiento el que conduce a la ética situacional: «al analizar [el acto en circunstancias concretas], un acto tan “objetivamente” no estándar puede resultar legítimo” (p. 102). De ahí, por ejemplo, la interpretación encubierta a favor de la anticoncepción de las palabras de Pablo VI, contenidas en su discurso del 31 de julio de 1968, pronunciado para explicar el significado de la encíclica Humanae vitae (ver noa n. 28 p. 85) , y las aperturas sobre eutanasia e inseminación artificial.
Esta antropología y esta teoría moral subjetivista y, por tanto, relativista de los «teólogos» vaticanistas, no sólo se sitúan necesariamente en antítesis del Magisterio de todos los tiempos, sino inevitablemente también de las Sagradas Escrituras y, por tanto, de la ley divina positiva, que ya no puede afirmar verdades inmutables, sino sólo contingentes.
La conciencia histórica del sujeto en relación con otras conciencias que opera en una determinada circunstancia particular no puede dejar de historizar la Revelación en cuestiones morales.
Es gravísimo lo que afirman:
El escrito de los «teólogos» dice claramente:
¡ «para nosotros hoy debería ser imposible tratar las Escrituras como propuestas y normas atemporales, pretendiendo extraer de ellas verdades inmutables.! […] Parece que el mensaje bíblico se elabora y profundiza con el tiempo, según un camino de reescrituras y reformulaciones. La verdad revelada es una verdad que madura, que se desarrolla progresivamente, a costa de ser corregida de un momento a otro. Esto se aplica también a las palabras puestas bajo la autoridad de Moisés, que también transmiten los mandamientos de Dios« (pp. 22-23).
Esto es una herejía porque la llamada «Pontificia Academia de la Vi9da» afirma que la verdad revelada puede corregirse – y sólo lo que es incorrecto puede corregirse – pero en la Biblia en cuestiones de fe y moral no hay errores.
Es una herejía porque contradice el dogma de la inerrancia bíblica:
Puesto que todo lo que afirman los autores inspirados o hagiógrafos debe considerarse afirmado por el Espíritu Santo, debe declararse, en consecuencia, que los libros de la Escritura enseñan firme y fielmente. y sin error la verdad que Dios quiso entregar en las Sagradas Cartas para nuestra salvación» (Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Dei Verbum , n. 11).
Y desde el punto de vista moral esto significa que, como declaró explícitamente el documento der los «teólogos» de dicha Pontificia Academia…ahora resulta que incluso los Diez Mandamientos pueden ser superados.
Por Tommaso Scandroglio.
Lunes 18 de marzo de 2024.
Ciudad del Vaticano.
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