Hoy se abre el gran Sermón de la Montaña con las Bienaventuranzas. El Evangelista San Mateo, coloca a Jesús en el monte como un nuevo Moisés: “Se sentó”, el sentarse es signo del maestro que enseña; “está rodeado por discípulos y una gran muchedumbre”, esto es signo de que el mensaje es para todos. Desde el inicio Jesús presenta un programa de vida para todo aquel que quiera seguirlo.
Escuchamos hoy las bienaventuranzas, en Mateo son ocho, mientras que en Lucas son seis. La palabra que se repite “dichosos”, ¿quién es dichoso? En tiempo de Jesús, los dichosos eran las personas que tenían buena salud, que estaban casados con una buena mujer, honesta, fecunda, con hijos varones y tierras ricas, observantes de la religión y respetados en su pueblo. Pero vemos que a esa dicha no se refiere Jesús, ya que Él no es casado, no tiene hijos, ni tierra, pero es feliz. Su felicidad o dicha está más allá de los principios establecidos.
La felicidad de Jesús, giraba en torno a su proyecto que llamaba “Reino de Dios”; al parecer era muy feliz cuando hacía felices a otros. Nunca buscaba su propio interés, no sabía ser feliz si no incluía a los demás. Creía en un Dios feliz, ese Dios creador que mira a sus creaturas con amor, que está más atento a los sufrimientos de las personas, que a sus pecados. Jesús, rompía los esquemas religiosos y sociales de su tiempo; no predicaba: dichosos los justos y piadosos, o dichosos los ricos y poderosos; su grito era desconcertante e incomprensible para todos, ya que decía:
“Dichos los pobres, porque Dios es su dicha”.
Jesús con las Bienaventuranzas nos deja claro que Dios es el Dios de los pobres, de los oprimidos, de los que lloran y sufren. Dios no es insensible al sufrimiento, no es indiferente, Dios sufre donde sufre una persona. De allí que su proyecto sea aliviar el dolor ajeno. Las Bienaventuranzas no es algo sencillo de comprender y menos de practicar, más bien, es algo escandaloso, pero es el camino trazado por Jesús; es una manera diferente de ser felices.
Vemos en las Bienaventuranzas un retrato perfecto de Jesús, Él es Dios, el único Bienaventurado que puede hacernos dichosos; Él es el primer pobre, compasivo, pacificador, perseguido. Una mirada más profunda nos lleva a ver en Jesús al pobre, venido al mundo sin nada y salir del mundo de la misma manera. Con estas palabras de Jesús: “Dichosos, dichosos”, se consolida la certeza más humana que tenemos y que nos unifica a todos, la aspiración a la alegría, al amor, a la vida, pero nos resistimos porque en nuestro mundo actual, tenemos multitud de ofertas a favor de la dicha y felicidad, basta mirar la televisión cómo se nos ofrece la felicidad que da el placer, el tener cada vez más; la felicidad de escalar puestos cada vez más altos.
Hermanos, al analizar las Bienaventuranzas, nos damos cuenta que necesitamos sensibilidad hacia el dolor ajeno, necesitamos convertirnos; dicha sensibilidad se está perdiendo en nuestra cultura, cada día mostramos más apatía ante el sufrimiento ajeno. Con respeto lo digo: “El seis de enero del presente, miré las noticias y vi cómo nuestro Presidente de la República, informaba sobre lo acontecido en Sinaloa, y decía que todo había estado bien y en orden; mencionaba un número de muertos y de heridos, carros robados e incendiado, bloqueos, saqueo en tiendas departamentales, etc. Lo que me llamaba la atención es, que lo decía con toda tranquilidad, con indiferencia y sin embargo, aquello de lo que hablaba es un dolor humano, son pérdidas humanas y pérdidas materiales. Lo miré como si tuviera apatía ante las pérdidas y sufrimiento de ese “jueves negro” como lo llamaron.
Pareciera que el dolor ajeno pasa a ser estadística y cada día nos vamos haciendo más incapaces de dolernos con el que sufre. Estemos atentos hermanos, no perdamos la sensibilidad que nos pueda quedar. Por otra parte, pareciera que buscamos todos los medios para evitar el sufrimiento personal y nos hacemos insensibles ante el dolor ajeno. El sufrimiento de la vida es inevitable en toda persona, es parte de nuestra condición humana, pero a nosotros nos toca aliviar ese dolor; el ser sensibles con el que sufre implica poner lo que está de nuestra parte, para aliviar en algo su dolor.
Hermanos, hemos reducido el dolor humano a cifras y datos; el sufrimiento ajeno lo vemos de manera indirecta, a través de los televisores; tratamos en ocuparnos en lo que nos interesa y no hay tiempo para acompañar al que sufre, nos hemos ido volviendo duros de corazón o insensibles ante el sufrimiento ajeno. Dios sigue manteniendo en pie su proyecto de las Bienaventuranzas; la elección de Dios son los más vulnerables, los descartados por la sociedad, lo vemos en Jesús que quiso incluirlos siempre, pasó haciendo el bien y curando a todos.
Analizando la actitud de Jesús, nosotros que nos sentimos sus seguidores, pensemos: ¿Qué estamos haciendo para aliviar el dolor ajeno? ¿Acaso puede la pobreza ser fuente de felicidad? Ciertamente que no, pero el vivir desprendido de los bienes, eso sí es fuente de felicidad. Porque el egoísmo, el tener, no hace feliz nadie. ¿Puede el sufrimiento hacernos felices? ¡Claro que no!, pero sufrir por los demás y para que los demás sufran menos, eso sí nos hará felices. ¿Puede la lucha por la justicia hacernos felices? Pienso que no, porque en la lucha hay vidas de por medio, pero luchar para que se haga justicia a todos, sobre todo a los más necesitados, eso sí es causa de alegría. ¿Puede la persecución hacernos felices? ¡Ni pensarlo!, pero ser. perseguido por una causa que vale la pena, como es el Evangelio del Reino, eso sí que hace felices. ¿Puede la calumnia hacernos felices? Estoy de acuerdo que no, pero ser calumniados falsamente por defender a Dios y su Evangelio, eso sí trae felicidad.
La felicidad no está en las cosas, sino en el corazón, no está en lo que hacemos, sino en el por qué lo hacemos, no está en el placer que dura un instante, sino en aquello que es capaz de dar sentido a nuestras vidas. La felicidad, la dicha, no está en el corazón lleno de cosas, sino en el corazón libre y que vive en libertad.
Hermanos, les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!