México es país sumido perpetuamente en elecciones. Los escenarios, debido a las fracturas y polarizaciones provocadas por la mal llamada transformación, han hecho que en este país, la ambición sea principio y fin. En la recta final de un gobierno que ya es juzgado por la historia, los destapes funcionan como espectáculo y derroche de recursos. Corcholatas o tapados, destapadores o dedazos, este vocabulario electoral mexicano sólo nutre el diccionario que pervierte la política.
Nuestra democracia no se construyó fácilmente y ahora parece pender de alfileres. Aun en transiciones, logros y fracasos, las justas aspiraciones a un buen gobierno deben abarcar las capacidades de los más aptos para servir y realizar los más nobles ideales de una justa y equitativa regencia de la República.
La designación de la candidata de Va Por México y el pronto destape de la corcholata favorita, abrirá un escenario inédito. No sólo es antesala de que para el 2024, la presidencia de la República será encabezada por un a mujer; abrirá también la descarada pretensión de una elección donde todo el poder del aparato estatal se volcará para beneficiar a quien se le considera ya como títere del lopezobradorismo.
¿Qué papel juegan los creyentes? ¿Hay un voto católico duro? No se ha demostrado fehacientemente, en elecciones pasadas, que el voto católico influya en las decisiones que llevan a un candidato a la presidencia. El ambiente electoral camina y los candidatos buscan la bendición de los obispos. López Obrador, por ejemplo, peregrinó hasta Monterrey, previo a la elección de 2018, para encontrarse con los obispos en formación permanente encabezados, en esa ocasión, por el cardenal José Francisco Robles Ortega, ahora, prelado muy crítico de la actual administración y cuyo informativo, El Semanario de Guadalajara, calificó al mandatario como “Presidente de chiste”.
Este proceso electoral abre bajo condiciones de polarización y mucha desilusión. La esperanza ha sido arrebatada de las manos de muchos, los costos han sido altísimos y, la polarización, abre brechas más profundas. Hoy, queda demostrado que los actores de la política han acentuado más la división que los encuentros. No sólo se trata de la inversión de recursos económicos y recursos jurídicos, está en juego nuestra paz.
Dolor e incertidumbre; a pesar de ser bandera de la presente administración, la corrupción es rampante y lesiona nuestra democracia, persiste el autoritarismo de partido y de forma más burda, descarada y salvaje, se propicia la dispersión del mal favoreciendo los intereses de control de la clase política.
El autor Gabriel Zaid escribió que la política mexicana hay que entenderla como negocio construido sobre el mercantilismo de la voluntad vertical. Y en ese negocio operan redes y componendas que permanecen ocultos e impactan a cada persona.
La enseñanza de la Iglesia es clara al respecto. El creyente no está sometido al despotismo ni ve en la democracia un jugoso negocio para lucrar con las necesidades. No es cosa de elegidos ni de iluminados. No es juego de cruzadas ni de contrarrevoluciones. Si los partidos no están convencidos de su vocación y los candidatos realmente convertidos, entonces no habrá valor ni evangelio que pueda iluminar la realidad. Es cierto, el cristianismo, no la derecha o el conservadurismo, términos que le hacen juego al lopezobradorismo, es factor de resistencia. Bien lo afirmó el Papa emérito Benedicto XVI: “Lo que la Iglesia perseguida prescribió a los cristianos como núcleo central de su ethos político debe constituir también la esencia de una actividad política cristiana: Sólo donde el bien se realiza y se reconoce como bien, puede prosperar igualmente una buena convivencia entre los hombres”. Solo así puede existir un verdadero voto católico en esencia.