* El Maestro pasa, una y otra vez, muy cerca de nosotros. Nos mira… Y si le miras, si le escuchas, si no le rechazas, Él te enseñará cómo dar sentido sobrenatural a todas tus acciones… Y entonces tú también sembrarás, donde te encuentres, consuelo y paz y alegría (Via Crucis, Estación VIII, n.4).
En medio de las ocupaciones de la jornada, en el momento de vencer la tendencia al egoísmo, al sentir la alegría de la amistad con los otros hombres, en todos esos instantes el cristiano debe reencontrar a Dios. Por Cristo y en el Espíritu Santo, el cristiano tiene acceso a la intimidad de Dios Padre, y recorre su camino buscando ese reino, que no es de este mundo, pero que en este mundo se incoa y prepara.
Hay que tratar a Cristo, en la Palabra y en el Pan, en la Eucaristía y en la Oración. Y tratarlo como se trata a un amigo, a un ser real y vivo como Cristo lo es, porque ha resucitado. Cristo, leemos en la Epístola a los Hebreos, como siempre permanece, posee eternamente el sacerdocio. De aquí que puede perpetuamente salvar a los que por medio suyo se presentan a Dios, puesto que está siempre vivo para interceder por nosotros (Heb VII, 24–25.).
Cristo, Cristo resucitado, es el compañero, el Amigo. Un compañero que se deja ver sólo entre sombras, pero cuya realidad llena toda nuestra vida, y que nos hace desear su compañía definitiva. El espíritu y la esposa dicen: ven. Diga también quien escucha: ven. Asimismo el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome de balde el agua de vida, la felicidad eterna… Y el que da testimonio de estas cosas dice: ciertamente, vengo pronto. Así sea. Ven, Señor Jesús (Apoc XXII, 17 y 20.). (Es Cristo que pasa, 116)
Por SAN JOSEMARÍA.