Hay necesidad de orar y sin desfallecer

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

En el Evangelio que hemos escuchado, nos damos cuenta que Jesús desea dejar claro que “es necesario orar siempre y sin desfallecer, para eso cuenta una parábola breve y bien entendida, donde aparecen dos personajes que viven en la misma ciudad:

• Un juez: Al que le faltan dos actitudes esenciales para un ser humano:“no teme a Dios” y “no le importan las personas”, es sordo a la voz de Dios y es indiferente ante el sufrimiento ajeno.

• Una viuda: Una mujer privada de un esposo que le proteja. Recordemos que las viudas son el símbolo de las personas más indefensas. Esa mujer lo que puede hacer es sólo exigir sus derechos, sin resignarse a los abusos de su adversario. Su vida se convierte en un grito: ¡Hazme justicia!.

Durante algún tiempo aquel juez no reacciona, no se deja conmover, hace oídos sordos ante aquel grito, pero ante tanta insistencia, llega el día en que reflexiona y decide actuar, no por compasión o justicia, sino para evitar esa molestia que le causa la viuda. La parábola encierra un mensaje de confianza, quiere decirnos que, los pobres no están abandonados a su suerte, Dios no es sordo a sus gritos; de allí la invitación a confiar en Dios, debemos invocarlo de manera constante y sin desanimarnos.

Jesús con esta parábola nos deja una gran enseñanza, ya que vivimos en una cultura donde queremos las cosas rápidas y al gusto; se vive con mucha prisa y nos cansan las demoras, sentimos que perdemos el tiempo. En esta cultura, así como queremos las cosas humanas, así deseamos que Dios actúe, rápido y como lo deseamos. Nos pasa que podemos vivir alejados de Dios y el día que necesitamos algo, deseamos que con un rezo o una visita al Santísimo se solucionen los problemas. Muchas veces deseamos comprarlo o chantajearlo con alguna promesa o encendiendo una veladora.

Esta parábola nos recuerda tantas injusticias que se cometen en nuestra sociedad; tantos jueces que hacen balancear la justicia para el lado del que puede pagar mejor sus servicios; tantos gritos de personas indefensas que se pierden en el vacío o parecen que son escuchados por oídos sordos.

Desde el punto de vista humano, esta parábola lastima, ya que toca la realidad cruda. Tantos gritos de personas hacia aquellos que están encargados del bien, de salvaguardar vidas y mantener el orden y hacen caso omiso o son indiferentes a los gritos. Tantos gritos para oídos sordos, de personas buscadoras de sus seres queridos que están desaparecidos. Tantos gritos también a Dios, y pareciera que Dios calla, ese silencio de Dios lastima, ese silencio es incomprendido por los creyentes; muchas personas o dudan o se alejan.

Deseo dejar claro tres cosas:

1- Dios nos escucha sin duda alguna, pero muchas veces retrasa su intervención, quizá para probar nuestra constancia. El acercarnos a Él, no sólo es para pedirle o exigirle cosas, es también para alabarlo. Quizá también no todo lo que pedimos es correcto para nuestras vidas. Dios desea que insistamos en la oración, sin olvidar que nos toca poner nuestro granito de arena.

2- Así como queremos que Dios nos escuche y los demás también, preguntémonos si somos capaces de escuchar los gritos de los demás. Padres de familia ¿escuchan ustedes los gritos de sus hijos? ¿Esos berrinches muchas veces para llamar la atención? Como hijos ¿escuchamos la voz de los papás? No seamos sordos a la voz del que nos solicite. Luchemos para escuchar el susurro de Dios y pensemos ¿Dios, qué me está pidiendo en el momento presente?

3- Jesús intenta explicarnos cómo es necesario “orar sin desanimarse”. No se trata de estar orando a todas horas, sino de hacer de la vida misma una oración; se trata de una actitud que convierte en oración la vida misma, el que vive en esta actitud no se olvida de los problemas, ni de las realidades y compromisos de cada día, el que vive en esta actitud, vive preocupado por los problemas y dificultades de los demás, sin olvidarse de los personales y propios.

No olvidemos que la parábola nos sigue interpelando a todos los creyentes: ¿Hacemos caso omiso como el juez? ¿Somos insistentes como la viuda? Hermanos, no hay medias tintas, recordemos: Donde hay fe, hay oración, orar forma parte de nuestra identidad de creyentes. “Orar sin desfallecer”, es decir, sin perder la esperanza. Cuando pensamos en ‘tirar la toalla’, nos rebajamos a continuar nuestro camino en el desencanto.

Oremos con la certeza de que Dios escucha nuestra oración. La oración de la viuda, es la oración de la pobreza. Pobreza en la oración significa, saber orar también en la aridez, en el vacío, en la desolación, en la oscuridad más espesa, en el hielo más paralizador. Me atrevo a decir que el pobre busca a Dios, aun cuando Dios le desilusiona, cuando parece que se esconde, cuando desaparece en la noche; el pobre está allí sin desanimarse, sin ceder al cansancio, agarrado a la voluntad más que al sentimiento, es la fidelidad de un amor dispuesto a aceptar cualquier prueba. Decía Gandhi: “Puedo pasar un día sin comer, pero no puedo pasar un día sin rezar”.

Preguntémonos: ¿Qué pasará, si como cristiano, estoy un día, una semana o más tiempo sin oración?

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan