Estamos cerca de la celebración del gran acontecimiento cristiano del nacimiento del Hijo de Dios. Este domingo es como la puerta a la Navidad y esa puerta la abre María. Dios hecho hombre irrumpe en la historia de la humanidad asumiendo toda la fragilidad humana, menos el pecado. Aquella gran promesa realizada en el Antiguo Testamento, se hace realidad.
Hemos escuchado en el Evangelio la narración que nos hace san Lucas de aquel encuentro entre dos mujeres, María e Isabel; una joven y virgen, la otra estéril y de edad avanzada, las dos van a ser madres. Allá en las montañas de Judea, en una casa humilde, un encuentro de dos mujeres, que lleva a un encuentro de dos grandes hombres que aún están siendo gestados en los vientres de sus respectivas madres: Jesús y Juan el Bautista. María lleva al Salvador e Isabel se alegra y Juan el Bautista salta de gozo en el vientre de su madre.
En aquel encuentro sobresalen dos experiencias que deseo reflexionemos:
1ª- La alegría. Esa dicha que sintió María ante el anuncio del Ángel, la lleva hasta las montañas de Judea a compartir ese gozo con su prima. El “sí” dado a Dios le cambia sus proyectos, para sumarse al proyecto de Dios. Emprende el camino a las montañas de Judea y en ese encuentro se deja sentir la alegría de Isabel e inspirada por el Espíritu Santo exclama: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Nos deja claro que María es bendita por la creatura que lleva en su vientre, porta al Salvador de la humanidad. Esa alegría no se encierra en aquellas mujeres, es una alegría para compartirse y será la alegría del mundo. Juan desde el vientre de Isabel, muestra su alegría.
Vivimos en un mundo donde pareciera que la alegría debe estar acompañada por risas y expresiones externas de felicidad. La alegría la hemos confundido con fiestas y banquetes; la alegría se ha confundido con escapismos de la realidad, de allí el alcoholismo, la drogadicción o cualquier dependencia que nos muestre un placer momentáneo. A la misma Iglesia se le considera como “agua-fiestas”, porque en sus exigencias morales, invita a vivir de manera honesta. Será importante descubrir nuestra alegría: ¿cómo nos alegramos? ¿cuánto dura nuestra alegría? ¿qué provoca nuestra alegría?
Notamos en la Virgen una alegría desbordante al saber que está esperando un Hijo. La presencia de un hijo en el seno produce alegría en muchas mujeres; en otras, que son minoría, produce amargura y deseos de deshacerse de aquel ser humano que empieza a gestarse; muchas de ellas llegan al aborto. Muchas jovencitas acuden al aborto por muchas razones; como Obispo trato de entenderlas en su dolor y frustración y desde luego les digo que estoy en contra de las leyes que avalan el aborto y en contra del aborto mismo, pero rezo por aquellas personas que cometen este grande pecado; ruego por el pecador, pero sigo condenando el pecado. Recuerden que María también debió sentir miedo de contar su embarazo al Señor san José, en su tiempo se corría el riesgo de ser lapidada, pero aceptó el reto de Dios y apostó por Aquel ser que llevaba en su vientre.
2ª- La fe. María en el anuncio del Ángel “cree”. Nos atrevemos a decir que en la “fe” está la base, ya que, primero concibió a Jesús en su mente y después en su vientre. Su prima Isabel le recuerda el motivo de aquella alegría, cuando dice: “Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado por parte del Señor”. Si María no hubiera creído, la alegría hubiera quedado opacada, pero María creyó, ésta fue su grandeza y el fundamento de su felicidad. María no es feliz por cualquier cosa, es feliz porque confía en que lo que le ha dicho el Señor, se cumplirá; su fe y su gozo se tradujeron en disponibilidad. Isabel creyó y Dios le concedió un hijo en su ancianidad, le llenó de alegría, y así para ella, su fe se traduce en capacidad de acogida agradecida.
Contemplamos en el texto, el encuentro de estas dos mujeres que creyeron y muestran su alegría. La fe no es una experiencia que atormente o eche pesados fardos sobre nuestras espaldas, tampoco es una ideología que encubre nuestras frustraciones, ni el opio que nos haga olvidar a las personas y a los pueblos los dramas y las injusticias de la historia. La mejor historia de los creyentes es también la de los más lúcidos y esforzados compromisos con los más pequeños de la tierra.
En nuestros días muchas veces decimos que creemos, la fe se muestra con los actos y sobre todo en los momentos difíciles, la fe se muestra con la vida. Estamos por celebrar un aniversario más del nacimiento de Jesús, Hijo de Dios; es un acontecimiento histórico pero que debemos vivirlo con fe. Es momento de pensar:
¿Realmente creemos en la Navidad? ¿Cómo vivimos en familia la Navidad? ¿No será una fecha más centrada en la cena y en el vino?
Hermanos, vivimos tiempos difíciles de inseguridad y violencia; tiempos de carencias económicas; tiempos donde deseamos comprar regalos y organizar una buena cena para alegrarnos por Navidad. Recuerden que la alegría no está en lo externo, la alegría brota desde nuestro interior y allí debemos vivirla en familia. Mientras tengamos salud y un trabajo honesto, mientras tengamos una familia unida y una conciencia tranquila, esos son motivos suficientes para alegrarnos, y desde luego nos alegra la venida y la presencia del Señor allí en nuestro corazón, en nuestra familia, por eso, tú papá, tú mamá, debes ser motivo de alegría en tu familia, cualquiera que sea la situación de tu familia, enseña a tus hijos a disfrutar lo que se tenga en casa. En estas fiestas navideñas, dejémonos impactar por la alegría del nacimiento del Hijo de Dios. Que en medio de tantas dificultades sepamos alegrarnos y no olvidemos que el Mesías no llegará a nosotros desde lo deslumbrante de una gran ciudad, de un gran palacio, sino desde una pequeña aldea. Los ojos de los que esperan algo grande, sólo lo descubrirán si se fijan en lo pequeño, si no desprecian lo que fácilmente pudiera pasar desapercibido. ¿Hacia dónde fijamos nuestros ojos?
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!