Hace 60 años, la última coronación papal

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

Desde la coronación de Pío XII, el 12 de marzo de 1939, Roma no había visto la solemnidad magnifica de la ceremonia simbolizando el poder espiritual y temporal del nuevo Papa. Sesenta años después, el 30 de junio de 1963, miles se congregaron en la Plaza de San Pedro para atestiguar un acto tan antiguo como novedoso en el ritual de la elección del nuevo Pontífice, la imposición de la tiara.

Como en 1939, el tiempo de los sesenta era de convulsión y de revolución. Todos coincidían que la tiara del nuevo Papa elegido en el cónclave del 3 de junio de 1963 semejaba una bala de artillería, un misil balístico o un cohete espacial. El diseño fue de la Escuela Beato Angélico de la ciudad de Milán, el último patriarcado del cardenal Montini. Esa ceremonia puede verse en plataformas y redes sociales.

Pablo VI conmovido por el peso de la responsabilidad resumía su elección en una larga meditación en varios idiomas: “El espectáculo que en esta memorable hora se ofrece ante nuestros ojos es tan solemne, tan magnífico y tan expresivo, que no puede por menos que impresionar a nuestra alma, y pide silencio mejor que palabras: una tácita meditación en vez de un discurso”. Y el solemne momento en donde el cardenal Ottaviani, diácono del colegio cardenalicio, impone la tiara que la encasqueta en la cabeza del Papa hasta de una forma agresiva.

Pronto, la revolución conciliar y los signos de los tiempos obligarían al Papa Montini a deponer ese signo. La ordenanza aparece como un colofón de los elongados honores al recién escogido por los electores: Por fin, el Pontífice será coronado por el cardenal protodiácono y, dentro de un espacio conveniente de tiempo, tomará posesión de la patriarcal Basílica Lateranense, según el rito prescrito, decía la Constitución Romano Pontifici Eligendo.

Desde el siglo IV, los pontífices la usaron. La tradición atribuye al Papa san Silvestre la primera corona cuando el cesaropapismo dio la paz a la Iglesia perseguida comenzando la era del papado-realeza. Con Pablo VI, la tiara llegó a su fin quedando el recuerdo del símbolo de una era de poder y gloria.

En octubre de 1964, Montini depuso ese signo de la opulencia en el altar de San Pedro para ponerla en subasta, los recursos serían usados para aliviar el hambre de los pobres. Y el cardenal de una nación opulenta alzó la mano, el Papa americano, Francis Spellman, arzobispo de Nueva York.

Spellman consiguió que esa bala de artillería llegara a los Estados Unidos y atravesar el país para reconocer la generosidad de los católicos. El 6 de febrero de 1968, el delegado apostólico, Luigi Raimondi, la entregó a la Basílica y Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington donde reposa en un museo junto con una estola de Juan XXIII. Es la única tiara fuera del Vaticano.

En el siglo XX, Juan Pablo II terminó con la coronación. Su antecesor, el Papa Luciani, Juan Pablo I, no aceptó las ínfulas de la tiara y decidió la imposición del palio como un gesto pastoral. Francisco, Benedicto XVI y Juan Pablo II tuvieron sus tiaras, regalos de gobiernos o prominentes empresarios; Ratzinger la sacó de su heráldica supliéndola por una mitra y Francisco lo repitió.

Hoy es un recuerdo, nostalgia para algunos que desearían de nuevo ver al Pontífice hierofánico. Algunos arreglan a Francisco con opulentas tiaras mientras la ficción de un Papa americano, sugiere a un papa rey, soberano inaccesible y misterioso. Pero la. última coronación, la de un soberano, todopoderoso y antaño, autoritario recuerda una soberanía extinta. Cuando san Juan Pablo II inició su ministerio en la sede de Pedro dijo: “El Papa Juan Pablo I, cuyo recuerdo está tan vivo en nuestros corazones, no quiso la tiara, y hoy no la quiere su sucesor. No es tiempo, realmente, de volver a un rito que ha sido considerado, quizás injustamente, como símbolo del poder temporal de los Papas”. Y así fue. En estos tiempos de caos, confusión y paganismo ideológico, la exigencia ahora no está en aspirar a los símbolos externos que detentó el pontífice, sino en “mirar al Señor para sumergirnos en una meditación humilde y devota sobre el misterio de la suprema potestad del mismo Cristo” como dijo el pontífice santo

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