Guadalajara. 199 años

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La república mexicana nació hace 199 años. Desde 1810 con altibajos y largos periodos de inactividad, se fue madurando la idea de una auténtica independencia con respecto a España, de tal modo que para 1820 ya existía un mayor consenso social sobre la conveniencia de la emancipación, la cual finalmente se logró en 1821.

Era ingenuo y prematuro pensar que el país, independizado, no cayera bajo el dominio de nuevos colonialismos, así que antes aún de que la nueva sociedad mexicana tomara conciencia de su flamante independencia, ya había establecido las bases de un nuevo sometimiento, ahora en relación a Estados Unidos, la primera nación independiente de América, decidida desde entonces no sólo a quedarse con la herencia latinoamericana, sino a destruir de esa herencia sus mayores riquezas materiales y culturales.

Por lo mismo, cumplimos 199 años de independencia y a la vez 199 años de neodependencia, eso sí, estos últimos con la vana ilusión de ser autónomos. Durante este largo periodo de tiempo, México cedió, por las buenas y por las malas, la mitad de su territorio a Estados Unidos, cedió su autonomía económica por el creciente endeudamiento con Norteamérica, fue forzado a abrir sus puertas al colonialismo cultural anglosajón, nuestros vecinos del norte invadieron con sus tropas tres veces nuestro territorio para imponer su voluntad, invalidaron nuestra democracia, toda vez que el verdadero supremo elector de nuestros presidentes ha sido siempre el presidente de Estados Unidos, nos alinearon en su sistema económico, nos hicieron firmar  tratados en los cuales México se comprometía a no desarrollarse en diversos campos y a dar a Estados Unidos un trato siempre preferencial en las relaciones comerciales. Claro que ese “nos” es muy generoso, no fuimos “nosotros” quienes nos sometimos a ese trato indigno, fueron y siguen siendo nuestros gobernantes, a quienes la sociedad mexicana firmó una carta poder de la cual ellos han abusado todo el tiempo, haciéndonos mucho más siervos de lo que pudimos serlo durante el virreinato, y desde luego, más pobres como país y algo del todo desconocido en la época virreinal: endeudados.

Para que este nuevo sometimiento prosperara sin mayores tropiezos fue necesario imponer una democracia ficticia y sobre todo, representativa, es decir, que la sociedad, confiada, firmara una carta poder por medio de la cual le otorgaba a los gobiernos en turno, todas las prerrogativas para hacer y deshacer, oficialmente, en bien y favor de la comunidad, para la conservación de su independencia, el progreso de la nación y la prosperidad de sus habitantes, nada de lo cual ha ocurrido, pues el progreso logrado se debe más al esfuerzo de los ciudadanos que a las acciones del gobierno.

La representatividad ha sido todo el tiempo mancillada por el abuso y el engaño, y la democracia, una mascarada sustituida por la clase política únicamente interesada en perpetuarse a sí misma, con la clara complicidad de los Tres Poderes.

Por lo mismo más que celebrar la “independencia” de México, deberíamos trabajar por de verdad alcanzarla.

Con información de ArquiMedios/Editorial

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