Pienso que recién hoy estoy en condiciones de entender un poco mejor algo que me enseñaron de chico. Al parecer, acaso ciertas circunstancias, aunque adversas, tienen la virtud de encender en uno alguna que otra luz apagada hasta el momento. Y debo también confesar que ese estado de dormición, posiblemente tenga que ver con alguna falta de atracción temprana hacia ciertas disciplinas. Sea como fuere, la expresión “célula” no me decía demasiado.
A este escrito iba a titularlo “La gran célula”, pero temiendo que a alguien le ocurra lo que a mí me sucedió, quise evitar ese desaliento. Luego pensé en “Grandiosa”, y no solo me resultó convincente, sino, incluso, más oportuno. Cuando de chico aprendí o cuando de adolescente leí en textos que ‘la familia es la célula fundamental (base) de una sociedad’, estudié el mensaje, repetí la aseveración, pero había bellezas que estaba dejando pasar. Y hoy, el tiempo me lleva nuevamente a esa enseñanza, y hay brillos de la joya que quisiera compartir.
Para el propósito que desarrollaré seguidamente, me pregunto primeramente ‘¿qué es una célula?’, dejando la siguiente respuesta hallada en un diccionario: “unidad anatómica fundamental de todos los organismos vivos.” Entonces tenemos esto: que la célula nos habla de vida, y por eso también se dice que ella “es el elemento de menor tamaño que puede considerarse vivo.” Elevar eso a la familia, lleva a profundizar sobre el por qué se dice de esa pequeña unidad que es la “célula fundamental de una sociedad”. La familia, ¡la verdadera familia compuesta por un hombre y una mujer abiertos a la prole!, es ¡vida!, y es ¡vida que vitaliza al cuerpo social! Una sociedad tiene más vida, es más fuerte, más enérgica, más unida, mientras más ama y respeta la célula principal desde donde primeramente obtiene su vida, y esa sociedad va decayendo en su vitalidad mientras más descuida, desprecia, ataca, fulmina ese núcleo vital, hasta incluso puede llegar a morir como sociedad. Me hacen reír los que creyéndose muy de mente abierta lo tildan a uno de cerrado por defender a la verdadera familia y rechazar invenciones modernosas. Y basta un solo hecho para probar quién es cerrado y quien, abierto, y ese hecho se llama ‘familia’: allí donde hay familias verdaderas hay apertura a la vida, pues ella es vida y engendra vida, ella hace crecer a las sociedades; y allí donde se desprecia a la familia verdadera y se la intenta destruir o suplantar por yuntas antojadizas, hay cerrazón a la vida, pues esas mezclas protervas no tienen vida y no engendran vida, y ponen en jaque a las sociedades.
Pero, ¿qué ataca a la célula? El virus. He aprendido algunas cosas sobre los virus. Por ejemplo, que la dicción es de origen latino y significa “veneno”. Que “es una entidad biológica que cuenta con la capacidad de autorreplicarse al utilizar la maquinaria celular.” Que “los virus resultan siempre perjudiciales para la salud”. También, que “solo sobreviven y se reproducen cuando se alimentan de un ser vivo”. Por último, diré que a los virus se los llama “parásitos obligados”, pues utilizan “la energía y la maquinaria de la célula huésped.” Esta información explica entonces la potencialidad dañosa que conlleva el pequeño ser, y es también esa información la que me servirá para mi analogía.
En días en que un microorganismo campea por el mundo con aires de Atila causando ciertos estragos, en donde personas de las más variadas condiciones sociales están alarmadas y atemorizadas por el poder de ese ser, me viene a la mente con singular fuerza la benéfica célula social llamada familia, célula a la que, la locura del hombre, no escatimó ni escatima medios para despedazarla, siendo que, como queda dicho, es benéfica, fundamental e imprescindible para el desarrollo vital de una sociedad. Esos medios que más bien son elaborados por gobiernos y grupos ocultos perversísimos, son los que denominaré el “virus ideológico”, el cual, como dije, intentó e intenta ser aplicado a las sociedades, todo en miras a lograr la destrucción de la célula elemental.
Tocante al coronavirus se han esbozado muchas teorías: que es un invento de los Estados Unidos de Norteamérica; que es un invento de China; que se quiere vacunar a la gente para meterles microchips; y un etcétera de numerosos ‘que’. Pero el “virus ideológico” es algo intencionalmente preparado. El “virus ideológico” destructor de la familia, se crea estrictamente en laboratorios llamados Congresos, y desde allí es expandido en las sociedades que caen bajo su dominio. No es esto ninguna teoría de conspiración, sino que, como quedó referido, es fácilmente evidenciable. Sus productores en un tiempo avalaron meter una filosa hoja de cuchillo en la magnífica unión matrimonial y lo llamaron divorcio, y también se despachan diciendo sin ningún problema, por caso, que lo contranatural es equiparable al matrimonio, o que están a favor de la eliminación de la prole. Y el “virus ideológico” ha destruido y destruye, y pocos hoy quieren verlo morir. Y se da esta paradoja: que ya muchos detestan la ‘célula fundamental’ a la que consideran despreciable y dañosa, y la suplantan por el ‘virus ideológico’ al que consideran apreciable y benéfico.
¡Con cuánta saña el “virus ideológico” se lanzó hace tiempo contra la familia buscando destruirla! Y hoy se lo sigue haciendo con renovada insistencia, con satánica pertinacia, siempre con el objetivo maléfico de verla desaparecer.
El “virus ideológico”, como todo virus, es un veneno. El “virus ideológico” se autorreplica si la célula se lo permite. El “virus ideológico” es siempre perjudicial para el alma y también para el cuerpo. El “virus ideológico” se alimenta de las células vivas cuando éstas le dan cabida, por ejemplo, el virus LGBT se alimentan con hijos provenientes de un hombre y una mujer. Finalmente, el “virus ideológico” se hospeda en la célula que le da la bienvenida en su posada.
Todos sabemos, por ejemplo, que en los gobiernos hay gente dedicada a enriquecerse injustamente; lo sabemos de sobra y lo repudiamos una y otra vez; pero ¿qué decimos? ¿Decimos “eso está mal por más que muchos lo hagan, y debe cambiar tal práctica”? ¿O decimos “bueno ya está, si siempre se roba a la gente, entonces aprobemos que se siga robando, destruyendo así el orden social”? Todos sabemos, por ejemplo, que hay familias en las que suceden cosas que no deberían suceder; lo sabemos y lo repudiamos; pero, ¿qué decimos? ¿Decimos “eso está mal, por más que muchos cometan allí maldades”? ¿O decimos “bueno, como allí se dan males, destruyamos la institución familiar con propias ideologías? ¡Y qué llamativo! En todo buscamos el deber ser a pesar de los males que vemos, pero cuando se trata de la familia se deja de lado el deber ser, y ya muchísimos ven como loable lo indebido; dan como si fuera remedio lo que no es más que veneno.
Se le da suma importancia al estar bien de salud física, al estar bien corporalmente, al estar radiantes de energía, vale decir, se toman cuantiosas medidas para que el funcionamiento celular de nuestro cuerpo sea lo más óptimo posible. Sin embargo, en otro orden, en vez de hacer lo mejor por la célula básica de toda sociedad, hay quienes –no son pocos- ya no saben qué inventar para aniquilarla. La sociedad que destroza a la familia se destroza a sí misma.
El pequeñísimo virus ataca a la célula, busca destruirla, y, según sea el virus del que se trate y según el ser atacado, puede llegarse a la muerte. Ante nuestros ojos tenemos hoy al microscópico coronavirus, y ante nuestros ojos tenemos algunas de las víctimas que se ha cobrado. El “virus ideológico” ataca a la pequeña célula fundamental que es la familia, y, por eso, aunque muchos no lo adviertan, las sociedades que lo hospedan van siendo devastadas.
La reingeniería social es antihumana, por eso no cuenta con la célula principal sino que se sirve de piezas; y de ahí también que carezca de vitalidad, motivo por el cual recurren a lo que denominaron ensambles.
Tal vez hasta hoy no hayamos reflexionado sobre lo maravilloso de un microorganismo llamado célula, ni hayamos reflexionado sobre lo terrible de un microorganismo llamado virus. Hoy éste último ya causa espanto, y aquélla es objeto de denodada protección. Subamos en la escala: protejamos -sin cejar en la lucha- a la célula fundamental de la sociedad, es decir, a la familia, es decir a esa unidad grandiosa querida por Dios, y repudiemos sin tregua a ese virus ideológico que, visto en toda su conformación, no puede dejar de horrorizarnos.
Es tan sagrada la célula fundamental de la sociedad, la familia, que hasta un virus biológico la saluda como refugio, y es tan monstruoso el ‘virus ideológico’, que hasta una célula corporal le repulsa como enemigo.