Frente a la presión de Rabinos judíos, Cardenal emite desafortunadas expresiones contrarias a la Doctrina católica

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Vatican News se hace eco de una carta que se dice que es del Card. Koch a los rabinos, de la cual sin embargo no poseemos el texto original, que no hemos podido tampoco encontrar en Internet.

En la nota de Vatican News se dice:

“En el discurso del Santo Padre, la Torá no está desvalorizada», aclara Koch en las primeras líneas de las cartas. En la catequesis, “el Santo Padre no menciona el judaísmo moderno; el discurso es una reflexión sobre la teología paulina en el contexto histórico de una época concreta. El hecho de que la Torá sea crucial para el judaísmo moderno no se cuestiona en absoluto».

El Presidente del Dicasterio entra en el fondo de la cuestión, subrayando que el Pontífice en su reflexión “afirma expresamente que Pablo no se oponía a la ley mosaica: al contrario, Pablo observaba esta ley, subrayaba su origen divino y le atribuía un papel en la historia de la salvación». La frase: “La ley no da la vida, no ofrece el cumplimiento de la promesa” no debe sacarse de su contexto, sino que debe considerarse en el marco general de la teología paulina. La convicción cristiana permanente es que Jesucristo es el nuevo camino de salvación. Sin embargo, esto no significa que la Torá se vea disminuida o deje de ser reconocida como el ‘camino de salvación para los judíos’”.

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Respecto de estas palabras atribuidas al Card. Koch según la cual la Torá es “camino de salvación para los judíos”, no vemos cómo conciliarlas con la fe de la Iglesia Católica, expresada, por ejemplo, en los siguientes pronunciamientos magisteriales:

 

 

Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus (2000), n. 13:

“Basados en esta conciencia del don de la salvación, único y universal, ofrecido por el Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo (cf. Ef 1,3-14), los primeros cristianos se dirigieron a Israel mostrando que el cumplimiento de la salvación iba más allá de la Ley, y afrontaron después al mundo pagano de entonces, que aspiraba a la salvación a través de una pluralidad de dioses salvadores. Este patrimonio de la fe ha sido propuesto una vez más por el Magisterio de la Iglesia: « Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos (cf. 2 Co 5,15), da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea posible salvarse (cf. Hch 4,12). Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro ».”

Y sigue en el n. 14:

“Se debe profundizar el contenido de esta mediación participada, siempre bajo la norma del principio de la única mediación de Cristo: « Aun cuando no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, éstas sin embargo cobran significado y valor únicamente por la mediación de Cristo y no pueden ser entendidas como paralelas y complementarias ».44 No obstante, serían contrarias a la fe cristiana y católica aquellas propuestas de solución que contemplen una acción salvífica de Dios fuera de la única mediación de Cristo.”

Y en el n. 20:

“Ante todo, debe ser firmemente creído que la « Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y Él, inculcando con palabras concretas la necesidad del bautismo (cf. Mt 16,16; Jn 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta ».77 Esta doctrina no se contrapone a la voluntad salvífica universal de Dios (cf. 1 Tm 2,4); por lo tanto, « es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación »

La Iglesia es «sacramento universal de salvación» porque, siempre unida de modo misterioso y subordinada a Jesucristo el Salvador, su Cabeza, en el diseño de Dios, tiene una relación indispensable con la salvación de cada hombrePara aquellos que no son formal y visiblemente miembros de la Iglesia, «la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el Espíritu Santo». Ella está relacionada con la Iglesia, la cual « procede de la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo », según el diseño de Dios Padre.”

Y en el n. 22:

“Con la venida de Jesucristo Salvador, Dios ha establecido la Iglesia para la salvación de todos los hombres (cf. Hch 17,30-31).”

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Estas palabras de la Dominus Iesus se apoyan en el Magisterio anterior de la Iglesia, al cual a su vez explican.

Ante todo, por lo relativo a la absoluta necesidad de la mediación de Jesucristo para la salvación de todo ser humano:

Concilio de Florencia, XVII Ecuménico, decreto para los Jacobitas (1442)

 “Firmemente cree, profesa y enseña que nadie concebido de hombre y de mujer fué jamás librado del dominio del diablo sino por merecimiento del que es mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo Señor nuestro; quien, concebido sin pecado, nacido y muerto al borrar nuestros pecados, El solo por su muerte derribó al enemigo del género humano y abrió la entrada del reino celeste, que el primer hombre por su propio pecado con toda su sucesión había perdido; y a quien de antemano todas las instituciones sagradas, sacrificios, sacramentos y ceremonias del Antiguo Testamento señalaron como al que un día había de venir.”

Concilio de Trento, Decreto sobre el pecado original (1546):

“D-790 3. Si alguno afirma que este pecado de Adán que es por su origen uno solo y, transmitido a todos por propagación, no por imitación, está como propio en cada uno, se quita por las fuerzas de la naturaleza humana o por otro remedio que por el mérito del solo mediador, Nuestro Señor Jesucristo [v. 171], el cual, hecho para nosotros justicia, santificación y redención [1 Cor. 1. 30], nos reconcilió con el Padre en su sangre; o niega que el mismo mérito de Jesucristo se aplique tanto a los adultos, como a los párvulos por el sacramento del bautismo, debidamente conferido en la forma de la Iglesia: sea anatema. Porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que hayamos de salvarnos [Act. 4, 12]. De donde aquella voz: He aquí el cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del mundo [Ioh. I, 29]. Y la otra: Cuantos fuisteis bautizados en Cristo, os vestisteis de Cristo [Gal. 3, 27].”

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Y por lo que toca a la absoluta necesidad de la Iglesia para la salvación:

IV Concilio de Letrán, XII Ecuménico (1215), cap. I:

“Hay una sola Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva.”

Bonifacio VIII, Bula Unam Sanctam (1302)

“Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente la creemos y simplemente la confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares: Una sola es mi paloma, una sola es mi perfecta. Unica es ella de su madre, la preferida de la que la dió a luz [Cant. 6, 8].”

Concilio de Florencia, XVII Ecuménico, decreto para los Jacobitas (1442)

 “Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y, sus ángeles [Mt. 25, 41], a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia, que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica.”

Pio IX, Alocución Singulari quadam (1854)

“En efecto, por la fe debe sostenerse que fuera de la Iglesia Apostólica Romana nadie puede salvarse; que ésta es la única arca de salvación; que quien en ella no hubiere entrado, perecerá en el diluvio. Sin embargo, también hay que tener por cierto que quienes sufren ignorancia de la verdadera religión, si aquélla es invencible, no son ante los ojos del Señor reos por ello de culpa alguna. Ahora bien, ¿quién será tan arrogante que sea capaz de señalar los límites de esta ignorancia, conforme a la razón y variedad de pueblos, regiones, caracteres y de tantas. otras y tan numerosas circunstancias? A la verdad, cuando libres de estos lazos corpóreos, veamos a Dios tal como es [1 Ioh. 3, 2], entenderemos ciertamente con cuán estrecho y bello nexo están unidas la misericordia y la justicia divinas; mas en tanto nos hallamos en la tierra agravados por este peso mortal, que embota el alma, mantengamos firmísimamente según la doctrina católica que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo [Eph. 4, 5]: pasar más allá en nuestra inquisición, es ilícito.”

Pio IX, Encíclica Quanto conficiamur moerore (1863)

“Y aquí, queridos Hijos nuestros y Venerables Hermanos, es menester recordar y reprender nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación. Lo que ciertamente se opone en sumo grado a la doctrina católica. Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria. Pero bien conocido es también el dogma católico, a saber, que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica, y que los contumaces contra la autoridad y definiciones de la misma Iglesia, y los pertinazmente divididos de la unidad de la misma Iglesia y del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, «a quien fué encomendada por el Salvador la guarda de la viña», no pueden alcanzar la eterna salvación.”

Pio XII, Encíclica Mystici Corporis (1943)

“A este Espíritu de Cristo, como a principio invisible, ha de atribuirse también el que todas las partes estén íntimamente unidas, tanto entre sí como con su excelsa Cabeza, estando como está todo en la Cabeza, todo en el Cuerpo, todo en cada uno de los miembros, en los cuales está presente, asistiéndoles de muchas maneras y según sus diversos cargos y oficios, según el mayor o menor grado de perfección espiritual de que gozan. Él, con su celestial hálito de vida, ha de ser considerado como el principio de toda acción vital y saludable en todas las partes del Cuerpo místico. Él, aunque se halle presente por sí mismo en todos los miembros y en ellos obre con su divino influjo, se sirve del ministerio de los superiores para actuar en los inferiores. Él, finalmente, mientras engendra cada día nuevos miembros a la Iglesia con la acción de su gracia, rehúsa habitar con la gracia santificante en los miembros totalmente separados del Cuerpo. Presencia y operación del Espíritu de Cristo, que significó breve y concisamente nuestro sapientísimo predecesor León XIII, de inmortal memoria, en su encíclica Divinum illud, con estas palabras: «Baste saber que mientras Cristo es la Cabeza de la Iglesia, el Espíritu Santo es su alma».”

Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium (1964), n. 14:

“El sagrado Concilio fija su atención en primer lugar en los fieles católicos. Y enseña, fundado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación. El único Mediador y camino de salvación es Cristo, quien se hace presente a todos nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia. El mismo, al inculcar con palabras explícitas la necesidad de la fe y el bautismo (cf. Mc 16,16; Jn 3,5), confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como por una puerta. Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o a perseverar en ella.”

Concilio Vaticano II, Decreto Ad Gentes, n. 7 (1965):

“7. La razón de esta actividad misional se basa en la voluntad de Dios, que “quiere que todos los hombres sean salvos y vengas al conocimiento de la verdad. porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos», “y en ningún otro hay salvación“. Es, pues, necesario que todos se conviertan a El, una vez conocido por la predicación del Evangelio, y a El y a la Iglesia, que es su Cuerpo, se incorporen por el bautismo.

Porque Cristo mismo, “inculcando expresamente por su palabra la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó, al mismo tiempo, la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por la puerta del bautismo. Por lo cual no podrían salvarse aquellos que, no ignorando que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia Católica como necesaria, con todo no hayan querido entrar o perseverar en ella“.

Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que El sabe a los hombres, que ignoran el Evangelio inculpablementea la fe, sin la cual es imposible agradarle, la Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar, y, por tanto, la actividad misional conserva íntegra, hoy como siempre, su eficacia y su necesidad.”

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Por otra parte, no se entiende tampoco la lógica de esas palabras que se atribuyen al Card. Koch.

En ellas se dice o se da a entender que las palabras de San Pablo se refieren al judaísmo de su tiempo, y que no se aplican al judaísmo moderno, que hay que entenderlas en el contexto de la teología paulina, y que San Pablo “observaba esta ley, subrayaba su origen divino y le atribuía un papel en la historia de la salvación.”

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Respecto de lo primero, se podría tal vez entender, entonces, que en la época de San Pablo la Torá no daba la vida, pero en la actualidad sí lo hace. ¿En virtud de qué? ¿Qué ha podido suceder para que la Torá se haya vuelto salvífica luego de la venida de Cristo, precisamente? Más bien, lo que siempre ha enseñado la Iglesia es lo contrario.

Dice por ejemplo el Concilio de Florencia en el ya citado Decreto para los Jacobitas:

“Firmemente cree, profesa y enseña que las legalidades del Antiguo Testamento, o sea, de la Ley de Moisés, que se dividen en ceremonias, objetos sagrados, sacrificios y sacramentos, como quiera que fueron instituidas en gracia de significar algo por venir, aunque en aquella edad eran convenientes para el culto divino, cesaron una vez venido nuestro Señor Jesucristo, quien por ellas fué significado, y empezaron los sacramentos del Nuevo Testamento.”

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O bien se dirá, de acuerdo a lo segundo, que tampoco es que en tiempo de Jesús y los Apóstoles la Torá no diese la vida, sino que eso sólo se entiende “en el contexto de la teología paulina”, o sea, en el fondo, que fue una ocurrencia de San Pablo.

Obviamente que ésa no es la forma de leer la Palabra de Dios. En todo caso, parece que aquí se reconoce implícitamente que la “teología paulina” es contraria a la tesis según la cual la Torá da la vida.

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Eso contradice la tercera afirmación citada, que se queda en señalar el aspecto positivo que San Pablo atribuye a la Torá.

Pero el asunto, por lo que toca a San Pablo, es claro y no admite confusión alguna. Dice en efecto el Apóstol:

“Ahora bien, nosotros sabemos que todo lo que dice la Ley es válido solamente para los que están bajo la Ley, a fin de que nadie pueda alegar inocencia y todo el mundo sea reconocido culpable delante de Dios.  Porque a los ojos de Dios, nadie será justificado por las obras de la Ley, ya que la Ley se limita a hacernos conocer el pecado.” (Rom. 3, 19 – 20)

“Pero ahora, sin la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley y los Profetasla justicia de Dios, por la fe en Jesucristo, para todos los que creen. Porque no hay ninguna distinción: todos han pecado y están privados de la gloria de Diospero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús. Él fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, gracias a la fe. De esa manera, Dios ha querido mostrar su justicia: en el tiempo de la paciencia divina, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, y en el tiempo presente, siendo justo y justificando a los que creen en Jesús.” (Rom. 3, 21 – 26)

“¿Qué derecho hay entonces para gloriarse? Ninguno. Pero, ¿en virtud de qué ley se excluye ese derecho? ¿Por la ley de las obras? No, sino por la ley de la fe.  Porque nosotros estimamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley. ¿Acaso Dios es solamente el Dios de los judíos? ¿No lo es también de los paganos? Evidentemente que sí, porque no hay más que un solo Dios, que justificará a los circuncisos en virtud de la fe y a los incircuncisos por medio de esa misma fe.” (Rom. 3, 27 – 30).

“Nosotros somos judíos de nacimiento y no pecadores venidos del paganismo. Pero como sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo, hemos creído en él, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley: en efecto, nadie será justificado en virtud de las obras de la Ley. (…) Yo no anulo la gracia de Dios: si la justicia viene de la Ley, Cristo ha muerto inútilmente.” (Gal. 2, 15 – 16, 21)

“En efecto, todos los que confían en las obras de la Ley están bajo una maldición, porque dice la Escritura: Maldito sea el que no cumple fielmente todo lo que está escrito en el libro de la Ley.  Es evidente que delante de Dios nadie es justificado por la Ley, ya que el justo vivirá por la fe. 12 La Ley no depende de la fe, antes bien, el que observa sus preceptos vivirá por ellos. Cristo nos liberó de esta maldición de la Ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, porque también está escrito: Maldito el que está colgado en el patíbulo. Y esto, para que la bendición de Abraham alcanzara a todos los paganos en Cristo Jesús, y nosotros recibiéramos por la fe el Espíritu prometido.” (Gal. 3, 10 – 14)

“Entonces, ¿para qué sirve la Ley? Ella fue añadida para multiplicar las transgresiones, hasta que llegara el descendiente de Abraham, a quien estaba destinada la promesa; y fue promulgada por ángeles, a través de un mediador. Pero no existe mediador cuando hay una sola parte, y Dios es uno solo. ¿Eso quiere decir que la Ley se opone a las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Porque si hubiéramos recibido una Ley capaz de comunicar la Vida, ciertamente la justicia provendría de la Ley. Pero, de hecho, la Ley escrita sometió todo al pecado, para que la promesa se cumpla en aquellos que creen, gracias a la fe en Jesucristo.” (Gal., 19 – 22)

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El siguiente texto de San Pablo explica estas fortísimas afirmaciones que hace el Apóstol acerca de la Ley mosaica:

“¿Diremos entonces que la Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no hubiera conocido el pecado si no fuera por la Ley. En efecto, hubiera ignorado la codicia, si la Ley no dijera: No codiciarás. Pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le daba el precepto, provocó en mí toda suerte de codicia, porque sin la Ley, el pecado es cosa muerta.

Hubo un tiempo en que yo vivía sin Ley, pero al llegar el precepto, tomó vida el pecado, y yo, en cambio, morí. Así resultó que el mandamiento que debía darme la vida, me llevó a la muerte. Porque el pecado, aprovechando la oportunidad que le daba el precepto, me sedujo y, por medio del precepto, me causó la muerte.

De manera que la Ley es santa, como es santo, justo y bueno el precepto. ¿Pero es posible que lo bueno me cause la muerte? ¡De ningún modo! Lo que pasa es que el pecado, a fin de mostrarse como tal, se valió de algo bueno para causarme la muerte, y así el pecado, por medio del precepto, llega a la plenitud de su malicia.” (Rom. 7, 7 – 13)

“Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos.” (Rom. 11, 32)

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Ahora bien, la liberación del pecado, en virtud del cual la ley se convierte en instrumento de muerte, sólo es posible por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo:

“Por lo tanto, ya no hay condenación para aquellos que viven unidos a Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu, que da la Vida, te ha librado, en Cristo Jesús, de la ley del pecado y de la muerte. Lo que no podía hacer la Ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios lo hizo, enviando a su propio Hijo, en una carne semejante a la del pecado, y como víctima por el pecado. Así él condenó el pecado en la carne, para que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que ya no vivimos conforme a la carne sino al espíritu.” (Rom. 8, 1 – 4).

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Leyendo a San Pablo, precisamente, nos damos cuenta de que lo está en juego aquí es la esencia misma de la fe cristiana y católica y de la salvación que Jesucristo nos ha traído.

Nada puede ser más desafortunado, entonces, por decirlo muy suavemente, que esas palabras que se atribuyen al Card. Koch.

 

 

Por NESTOR MARTÍNEZ.

Infocatólica.

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