Ante la presencia de unas 20.000 personas, entre ellas representantes de las Iglesias cristianas y de otras confesiones religiosas, el Santo Padre presidió la misa en la Plaza de los Graneros en Floriana, Malta. Este sitio está ubicado fuera de las murallas de La Valletta, capital de Malta, y preside la Iglesia de San Publio, considerado el primer obispo de Malta y quien, según la tradición, acogió en la Isla al Apóstol Pablo náufrago.
Este domingo 3 de abril, segundo y último día de su viaje apostólico a la República de Malta, corazón del Mediterráneo, en la homilía Francisco comentó el pasaje de la mujer adúltera, del Evangelio del día (Jn. 8,1-11), y expresó que el escenario se muestra sereno: una mañana en el lugar santo, en el corazón de Jerusalén.
“El protagonista es el pueblo de Dios, que busca a Jesús, el Maestro, en el patio del templo. Desea escucharlo, porque lo que Él dice ilumina y reconforta”, consideró.
Su enseñanza no tiene nada de abstracto, toca la vida y la libera, la transforma y la renueva. Ese es el “olfato” del pueblo de Dios, que no se conforma con el templo hecho de piedras, sino que se reúne alrededor de la persona de Jesús. En esta página se vislumbra al pueblo de los creyentes de todos los tiempos, el pueblo santo de Dios, que aquí en Malta es numeroso y vivaz, fiel en la búsqueda del Señor, vinculado a una fe concreta, vivida. Les doy las gracias por esto.
Al describir la escena del Evangelio del día, el Papa alertó que sus personajes nos dicen que también en nuestra religiosidad popular pueden insinuarse la carcoma de la hipocresía y la mala costumbre de señalar con el dedo. Es un riesgo “en todo tiempo, en toda comunidad”, dijo. “Siempre se corre el peligro de malinterpretar a Jesús, de tener su nombre en los labios, pero desmentirlo con los hechos”, afirmó el Obispo de Roma.
El Pontífice se preguntó cómo verificar si somos discípulos en la escuela del Maestro: “Por nuestra mirada, por el modo en que miramos al prójimo y nos miramos a nosotros mismos”.
¿Cómo miramos a los demás?
Al desarrollar la manera en que miramos al prójimo, se refirió a dos actitudes: si lo hacemos como Jesús nos muestra hoy, es decir, con una mirada de misericordia; o de una manera que juzga, a veces incluso que desprecia, como los acusadores del Evangelio.
Según el Santo Padre, estos acusadores se erigen como “paladines de Dios, pero no se dan cuenta de que pisotean a los hermanos”. En realidad –prosiguió el Pontífice-, el que cree que defiende la fe señalando con el dedo a los demás tendrá incluso una visión religiosa, pero no abraza el Espíritu del Evangelio porque olvida la misericordia, que es el corazón de Dios.
¿Cómo nos miramos a nosotros mismos?
En segundo lugar, Francisco apuntó que los acusadores de la mujer están convencidos de que no tienen nada que aprender. “Ciertamente, su estructura exterior es perfecta, pero falta la verdad del corazón”, aseveró.
Para el Pontífice, estos personajes “son el retrato de esos creyentes de todos los tiempos, que hacen de la fe un elemento de fachada, donde lo que se resalta es la exterioridad solemne, peor falta la pobreza interior, que es el tesoro más valioso del hombre”.
Entonces nos hace bien, cuando estamos rezando y también cuando participamos en hermosas ceremonias religiosas, preguntarnos si hemos sintonizado con el Señor. Podemos preguntárselo directamente a Él: “Jesús, estoy aquí contigo, pero Tú, ¿qué quieres de mí? ¿Qué quieres que cambie en mi corazón, en mi vida? ¿Cómo quieres que vea a los demás?”. Nos hará bien rezar así, porque el Maestro no se conforma con la apariencia, sino que busca la verdad del corazón. Y cuando le abrimos el corazón en la verdad, puede hacer grandes cosas en nosotros.
“Dios nos visita valiéndose de nuestras llagas interiores”
La vida de la mujer adúltera –comentó Francisco- cambió gracias al perdón. “Incluso se podría pensar que, perdonada por Jesús, aprendió a su vez a perdonar. Quizá haya visto en sus acusadores ya no personas rígidas y malvadas, sino personas que le permitieron encontrar a Jesús”, dijo.
El Papa recordó que “el Señor desea que también nosotros sus discípulos, nosotros como Iglesia, perdonados por Él, nos convirtamos en testigos incansables de la reconciliación, de un Dios para el que no existe la palabra ‘irrecuperable’, de un Dios que siempre perdona, que sigue creyendo en nosotros y nos brinda a cada momento la posibilidad de volver a empezar.
Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano