Fiesta de la Divina Misericordia

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

“DIOS, rico en Misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos nos dio vida por CRISTO” (Cf. Ef 2,4-5). Con estas palabras da comienzo la segunda encíclica de san Juan Pablo II (1980), después de haber reflexionado en su primera encíclica sobre el misterio de la Redención con Redemptor Hominis -El Redentor de los hombres-. JESUCRISTO revela el rostro del PADRE, que es la fuente de la Divina Misericordia: “quien me ve a MÍ, ve también al PADRE, que me ha enviado” (Cf. Jn 14,9). La Divina Misericordia está destinada a los hombres, que estamos necesitados de ella de forma ineludible. Nuestra condición pecadora sólo encuentra una salida auténtica y fiable en la Divina Misericordia. Pero la fuente de la Divina Misericordia es independiente de la necesidad proveniente de la condición humana. La Divina Misericordia no surge porque el hombre está afectado por el pecado, sino porque DIOS es AMOR (Cf. 1Jn 4,8). El PADRE es la fuente de la Divina Misericordia, y “tanto amó DIOS al mundo que envió a su HIJO único, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve  por  ÉL (Cf. Jn 3,16-17). Ahora es el HIJO quien se encarga de hacer presente el Amor de DIOS a los hombres mediante sus palabras y los signos que las acompañan. JESUCRISTO se va a revelar como el “Buen Samaritano”, que curará las heridas del hombre maltrecho en el descenso que va de Jerusalén a Jericó (Cf. Lc 10,33-35). El hombre se encuentra en una gran debilidad por las heridas producidas por el pecado, en el camino de descenso simbolizado por el desnivel entre Jerusalén y Jericó. DIOS no se ha podido acercar más al hombre para manifestarle su Amor como lo ha hecho en JESUCRISTO. La predicación de JESÚS con sus parábolas, los signos y milagros, podrían ser insuficientes para algunos en cuanto a la revelación de la Divina Misericordia, pero la generosidad de DIOS no escatimo hasta el último aliento, y el HIJO completó su itinerario entre nosotros entregando su vida inocente en las manos del odio humano, que lo condujo a la Cruz. La victoria de la Divina Misericordia se alcanzó por el perdón incondicional del HIJO en el descenso a los estratos más bajos de la humillación por todos nosotros. La muerte expiatoria del HIJO abrió para siempre la fuente de la Divina Misericordia. JESÚS murió perdonando: lo que aconteció hace dos mil años, sigue realizándose en un presente continuo, que durará hasta el fin de los tiempos. El perdón máximo de JESÚS sigue operativo entre los hombres y los cristianos no podemos silenciar el hecho: hay que hacer honor a la infinita condescendencia divina para con los hombres: es cierto, “DIOS no quiere la muerte del pecador, sino que se arrepienta de su conducta y viva” (Cf. Ez 33,11). Después de la muerte de JESÚS en la Cruz, no existe pecado alguno por grave que este sea que no pueda ser perdonado, si el hombre pide perdón. Esta verdad es preciso predicarla o decirla de todas las formas posibles, pues de ella depende el destino eterno para muchas personas. En alguna ocasión el Diablo le dice a santa Faustina Kowalska, que no escribiera que DIOS es Misericordioso, sino que DIOS es justo. Al enemigo de las almas le molesta especialmente que se abran las puertas de la Divina Misericordia para los hombres, cuyo destino eterno es siempre inminente. La desesperación es el caldo de cultivo más propicio para que la persona reniegue de DIOS y de su Divina Misericordia, que no impide para nada la Divina Justicia.

 

La Divina Misericordia como último recurso para la humanidad

De muchas formas, a santa Faustina Kowaslka, el SEÑOR le dice en sus revelaciones: en los tiempos críticos por los que ahora está pasando la humanidad sólo tiene la salida que le ofrece la Divina Misericordia. Recordemos que estas revelaciones tienen lugar principalmente en la década de los años treinta del siglo pasado, hasta que la santa muere el cinco de octubre, de mil novecientos treinta y ocho. Estamos, pues, en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial y en una de las épocas de mayor convulsión de las últimas décadas. Dos potencias se disputan Europa: Rusia y Alemania, que busca su “espacio vital”; un imperio en decadencia, el Imperio inglés, y la emergencia de los EE.UU. como potencia mundial al final de la guerra, que está a las puertas de desencadenarse. Los momentos que le toca vivir a santa Faustina son en verdad apocalípticos y en ellos se produce esta gran revelación privada, que  tiene un especial eco para la Iglesia y el mundo en las décadas posteriores y cobra toda su actualidad en nuestros días. Fue otro polaco, el papa san Juan Pablo II, quien institucionalizó en la Iglesia la fiesta de la Divina Misericordia como lo venía pidiendo el SEÑOR a santa Faustina Kowalska. Las promesas ofrecidas a esta santa devoción no añaden nada a lo contenido en el propio Evangelio, pero realzan aquellos pasajes del mismo donde la Divina Misericordia brilla con luz propia, pero inédita por un gran desconocimiento. Una gran insistencia en las predicaciones sobre la Divina Justicia, pretendiendo salvaguardar la Santidad de DIOS, dejó relegada en la mayor parte de las ocasiones la Divina Misericordia. Todavía hoy distintos sectores, pensamos que con buena intención, alzan grandes muros de condenación sobre distintos grupos de personas y de cristianos de otras confesiones, olvidando en algunos casos la gran cantidad de mártires de esas iglesias por confesar a CRISTO. La Iglesia ortodoxa Rusa cuenta con el número más abundante de mártires de todo el Cristianismo anterior; y la sangre de estos mártires bajo la espada del Comunismo no se hubiera producido sin una asistencia especial del ESPÍRITU SANTO. En otras ocasiones hemos hecho mención de otros mártires pertenecientes a distintas confesiones cristianas en países de misión. Nadie da la vida por JESUCRISTO si no está ungido por el mismo ESPÍRITU de JESUCRISTO: “nadie puede decir que JESUCRISTO es SEÑOR, si no es bajo la acción del ESPÍRITU SANTO” (Cf. 1Cor 12,3). Los católicos poseemos la plenitud de la Verdad a condición que la hagamos valer dentro de la humildad y la infinita MISERICORDIA que es DIOS mismo. La Verdad de JESUCRISTO y su Evangelio no es un dogma formal que es preciso preservar, sino una Verdad que se sustenta en la persona misma de JESUCRISTO. ¿Podía un samaritano realizar una acción meritoria, digna de consideración religiosa a los ojos de los judíos? Los samaritanos eran considerados como unos paganos, pero JESÚS lo pone de ejemplo de amor al prójimo en la parábola mencionada del hombre abatido por los salteadores que lo dejaron malherido. También la samaritana que dio de beber a JESÚS (Cf. Jn 4,1ss), recibió el don del ESPÍRITU SANTO gracias a la Divina Misericordia, que se acercó a ella y tuvo palabras de Vida y Verdad. En los tiempos presentes, a comienzos de un nuevo siglo, las cosas se disponen con una gran incertidumbre y las estadísticas de los males que nos aquejan dan razón suficiente para la desesperanza de muchos: de nuevo las guerras y el peligro de su generalización, el empobrecimiento de las clases medias y obreras en occidente, las revueltas sociales en un buen número de países, la gran amenaza de la pobreza energética generalizada a todos los países, el riesgo de nuevas pandemias más severas de las que hemos pasado, y el hambre como cierre de todos los males, que siguen presentes por causa de una mala gestión de las autoridades a nivel local y mundial, que condenan sin paliativos a grandes áreas de la población mundial a la muerte por inanición. Sin la ayuda de lo alto las miradas humanas chocan con una dura realidad muy difícil de superar.

 

Historia de la Divina Misericordia

Desde la primera página de la Biblia hasta el final se cuenta lo que la Divina Misericordia va realizando con el hombre. DIOS busca al hombre para ofrecerle su perdón y amistad. Establecida la rebeldía desde el principio por parte del hombre, DIOS no cede a la aplicación de la estricta Justicia, pues de hacerlo es posible que no existiese el hombre sobre la tierra. La Justicia Divina se aprecia en la Biblia como corrección a la conducta culpable que origina a la vez un daño profundo al que realiza el mal y a sus semejantes. Pero DIOS no ha dejado de manifestar su Amor de predilección por su Pueblo elegido como representante del resto de los demás pueblos, ante los cuales debía aparecer como un ejemplo a seguir. Las cosas no fueron exactamente de ese modo, pero no por eso, DIOS, dejó de mantener su Pacto con Israel por pura Misericordia: “no te ha elegido YAHVEH porque seas el Pueblo más grande y poderoso o más sabio. El SEÑOR te ha elegido porque te ama” (Cf. Dt 7,7-8). DIOS nos ha pensado y creado en el exceso de su AMOR, y para mantener su fidelidad su AMOR se torna Misericordia, porque tiene que establecer una relación de perdón con cada uno de nosotros. La Divina Misericordia instaura para nosotros la Justicia Restaurativa. El daño que nos infringimos por el pecado tiene que ser subsanado mediante una rehabilitación integral. La Gracia tiene que operar en todos los ámbitos y de forma especial en la vertiente moral y espiritual. El programa evangelizador de JESÚS propuesto en la sinagoga de Nazaret, tomando el texto de Isaías, declara: “el ESPÍRITU del SEÑOR está sobre MÍ, porque me ha ungido; y me ha enviado a dar la vista a los ciegos, a liberar a los cautivos, a sacar de las mazmorras a los oprimidos; a dar la Buena Nueva a los pobres; y a proclamar el Año de Gracia del SEÑOR” (Cf. Is 61,1-2; Lc 4,18-19). Con JESÚS la Divina Misericordia llega a su plenitud de manifestación para la humanidad. A medida que la historia de los hombres va avanzando se producen nuevos descubrimientos de los tesoros de Gracia escondidos en la Redención. Algunos de los que poblamos el planeta y contamos unas cuantas décadas, hemos vivido los tiempos en los que las homilías de las misas giraban en torno a dos temas básicos: el pecado y el infierno. La exposición exagerada de la Justicia Divina fue cayendo progresivamente en el descrédito, alejando a los fieles que no aceptaron la pedagogía del miedo a DIOS. El razonamiento se hacía sencillo: si del pecado no podemos escapar, porque nos dicen que somos muy malos, y DIOS es justísimo y no acepta fallo alguno; entonces es inútil caminar por la senda que exige la Iglesia. La sociedad del momento presente se ha vuelto muy compleja y la Iglesia encuentra serias dificultades para establecer marcos de encuentro de las personas con JESÚS el RESUCITADO; pero cuando esto se produce da lugar la conversión personal. En la imagen que el SEÑOR mandó pintar a santa Faustina Kowalska aparecen los dos rayos proyectados desde el corazón: un rayo de luz blanca y otro color rojo. El mismo SEÑOR le dice a la santa que el rayo de luz blanca significa la purificación que debe recibir la persona mediante los sacramentos del Bautismo y de la Confesión; y el rayo color rojo simboliza la Vida, de la que es fuente principal el Sacramento de la Eucaristía. La devoción a la Divina Misericordia conjuga la piedad particular con la Coronilla a la Divina Misericordia como medio principal; y la base sacramental centrada en la Santa Misa. Gracias muy especiales a partir de esta devoción están reservadas para los últimos momentos previos a la muerte, que debieran ser tenidos muy en cuenta. Hablar de la muerte no cae bien a muchas personas, pero es de necios negar la fugacidad de la vida y la seguridad de que más bien pronto que tarde nos vamos a encontrar con su visita inapelable. Las promesas del SEÑOR para los devotos de su Divina Misericordia van en la línea de las palabras dirigidas por JESÚS al ladrón arrepentido, que acompañó a JESÚS en la crucifixión: “te lo aseguro, hoy estarás CONMIGO en el Paraíso” (Cf. Lc 23,43). El único paliativo espiritual para dejar este mundo sin traumas y acceder al otro plano de existencia, o mundo espiritual es la Divina Misericordia de JESUCRISTO nuestro único SALVADOR. Como diría santa Teresa es un buen negocio preparar de forma conveniente el último episodio del paso particular por este mundo. Las promesas recogidas por los escritos de santa Faustina, dadas por el SEÑOR, no exceden en nada el fondo de las promesas evangélicas, por lo que tales revelaciones tienen el asentimiento tácito de la iglesia que canonizó a santa Faustina y elevó a festividad de la iglesia Universal la fiesta de la Divina Misericordia, en el segundo domingo de Pascua, como lo había pedido el SEÑOR. Los escritos de santa Faustina recogidos en su diario se pueden enmarcar dentro de los textos místicos de más alto rango, pues así lo ha reconocido la iglesia en la instrucción del proceso de canonización.

 

La Iglesia se pone en marcha

El tiempo litúrgico de Pascua actualiza el comienzo de la Iglesia, por lo que estamos en una nueva oportunidad de renovación en todas las vertientes de la misma. La Iglesia de JESUCRISTO surge cuando aparecen los testigos cualificados del RESUCITADO, que son capaces de anunciar este acontecimiento único con la fuerza del ESPÍRITU SANTO. A su manera, los evangelios por un lado y el libro de los Hechos de los Apóstoles por otro van presentando las grandes líneas de fuerza que actúan en la iglesia, la ponen en marcha y la mantienen en el tiempo. En el evangelio de san Mateo, los Apóstoles reciben el encargo de “hacer discípulos de todos los pueblos” (Cf. Mt 28,19). San Marcos indica de modo imperativo, “id, a toda la Creación” (Cf. Mc 16,15). San Lucas reitera la necesidad de estar revestidos de la fuerza de lo alto para anunciar el mensaje en Jerusalén, Samaría y hasta los confines de la tierra (Cf. Lc 24,47-49; Hch 1,8). San Juan presenta a la Iglesia sustentada en los discípulos que son enviados con el poder del ESPÍRITU SANTO en el Día del SEÑOR, el Primer Día de la semana (Cf. Jn 20,19-22). El libro de los Hechos de los Apóstoles narra la secuencia de la venida del ESPÍRITU SANTO en Pentecostés, con los Apóstoles como testigos del RESUCITADO, que se dirigen a una multitud, que por miles se empiezan a unir a las filas de los creyentes (Cf. Hch 2). La diversidad en la iglesia está en sus raíces para que se compruebe desde los primeros momentos que la unidad es obra del ESPÍRITU SANTO, que diversifica los carismas.

 

Algunos rasgos de la Iglesia

De forma especial, los primeros capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles ofrecen algunos rasgos a mantener por la iglesia en todos los tiempos.

< La Iglesia de los discípulos de JESUCRISTO son testigos de su Resurrección: “el SEÑOR fue levantado en presencia de ellos y una nube lo ocultó a sus ojos” (Cf. Hch 1,9).

< Los discípulos perseveran en la oración para ser investidos de la unción del ESPÍRITU SANTO: “Los apóstoles con MARÍA y otros discípulos perseveraban reunidos en la oración” (Cf. Hch 1,15) La estancia donde se reunían tenía una amplitud considerable, pues nos dice el mismo versículo que estaban ciento veinte hermanos (v.15). No es desdeñable señalar que en este mismo lugar pudo haberse realizado la Última Cena y con toda probabilidad tendrá lugar el acontecimiento de la venida del ESPÍRITU SANTO en Pentecostés.

< El ESPÍRITU SANTO como fuego transformador y viento del cielo imprime un nuevo vigor y dinamismo espiritual a los discípulos del SEÑOR (Cf. Hch 2,2-3). Esta acción del ESPÍRITU SANTO tiene que ser permanente para que la Iglesia pueda subsistir.

< El grupo de los discípulos ahora son testigos del RESUCITADO y su cometido principal es el de anunciar que JESÚS el Nazareno, vive: “tenga en cuenta toda la casa de Israel, que este JESÚS, al que vosotros habéis crucificado, DIOS lo ha constituido SEÑOR y CRISTO” (Cf. Hch 2,36). JESUCRISTO es DIOS y hombre, el único SALVADOR por quien nos viene el don del ESPÍRITU SANTO para hacernos cristianos.

< La Iglesia constituida está sustentada en cuatro columnas: “la enseñanza de los Apóstoles, la Fracción del Pan; las oraciones y la comunión” (Cf. Hch 2,42). La vida interna de la Iglesia  conjugará estas cuatro vertientes de forma adecuada para el debido crecimiento. La predicación es el medio principal de la misión. Los que se unen al grupo de los creyentes tienen que alimentar su vida cristiana en la enseñanza de los Apóstoles, los sacramentos y de modo especial en la Eucaristía; las oraciones comunitarias y personales y la comunicación solidaria de los bienes, según las propias posibilidades.

 

Otros aspectos importantes (Hch 5,12-16)

Los distintos sumarios que el libro de los Hechos de los Apóstoles ofrece nos dan descripciones modélicas que debemos tener en cuenta. La primera lectura de este domingo aporta un sumario en el que se recogen algunas de las riquezas carismáticas de los primeros tiempos de la Iglesia. Nos equivocamos al considerar que las señales, signos, prodigios y milagros de aquellos tiempos no representan un valor añadido a la predicación, del que deberíamos beneficiarnos en nuestros días. Claro está, no pueden producirse manifestaciones de ese carácter cuando la vitalidad interna de las comunidades está en niveles mínimos. “Por mano de los Apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el Pueblo” (Cf. Hch 5,12), hasta el punto que traían de otros lugares de la región a los enfermos para ser curados: “sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y camillas, para que al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno; también acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos y todos eran curados” (Cf. Hch 5,15-16). Como dice el papa Francisco, la Iglesia deberá ser un hospital de campaña en medio del mundo, que agita los ánimos de las personas de muchas maneras, y encontrar en ella un lugar de verdadera liberación interior. La Iglesia debería mantener la fuente de Paz y Amor que los hombres necesitamos y el mundo no puede dar: “la Paz os dejo, mi paz os doy; no doy mi Paz como la da el mundo” (Cf. Jn 14,27). El Amor de JESÚS no es el amor del que se habla con facilidad en el mundo, pues el carácter adulterado de éste lo convierte en algo muy distinto de su etiqueta publicitaria. Los “espíritus atormentados” podrían encontrar paz y liberación en una Iglesia en la que actúa el Poder de JESUCRISTO en términos similares a los vividos por las primeras generaciones cristianas, pues “JESUCRISTO es el mismo ayer, hoy y siempre” (Cf. Hb 13,8).

 

Continuidad

Los primeros cristianos con los Apóstoles a la cabeza intentaron la continuidad con el Judaísmo, pero no fue  posible. El libro de los Hechos nos dice en distintos lugares, y también en la primera lectura de hoy, que los Apóstoles acudían al Templo a orar y a enseñar: “solían estar todos reunidos con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón” (Cf. Hch 5,12b); y había opiniones diversas pues “el Pueblo hablaba de ellos con elogio, pero otros no se atrevían a juntarse con los seguidores de CRISTO” (Cf. Hch 5,13), pues sabían que corrían el riesgo de ser perseguidos. No obstante, “una multitud de hombres y mujeres se adherían al SEÑOR” (Cf. Hch 5,14). La proclamación del Evangelio, el anuncio de JESUCRISTO puede crear inicialmente esta disensión en los destinatarios. Cada persona tiene una experiencia personal en la llamada y el seguimiento del SEÑOR, y los tiempos precisos para realizar la ruptura con la vida anterior e iniciar el Nuevo Camino tiene un ritmo particular en cada caso. En la Iglesia sigue presente el ESPÍRITU SANTO y lo único que puede impedir su actuación son los obstáculos humanos hasta cierto punto.

 

El Domingo

El Primer Día de la Semana, cuando resucitó el SEÑOR, fue un día largo con motivos para la inquietud y la meditación para los Apóstoles. El Primer Día de la Semana se convirtió en el Día del SEÑOR, el Domingo. Todavía al atardecer de aquel Primer Día reinaba en el grupo de discípulos el miedo a ser delatados y apresados como seguidores del NAZARENO crucificado el viernes y enterrado a la hora de nona. Los recuerdos estaban muy vivos y ninguno de los recuerdos era bueno. Si los discípulos hacían caso a lo que decían las mujeres podían sumirse en mayor tristeza y decepción, pues según ellas lo habían visto. ¿Sería que ellas gozaron de ese privilegio por haber permanecido con ÉL hasta el último momento? Ellos habían huido del MAESTRO y el miedo a los judíos los perseguía, por eso estaban escondidos: “al atardecer de aquel día, el primero de la semana; estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Se presentó JESÚS en medio de ellos y les dijo: la Paz con vosotros” (v.19). Los discípulos recuperaron la Paz y a JESÚS como el centro de su vida. JESÚS no sólo traspasó las barreras físicas del local donde estaban, sino las densas barreras del miedo y la culpabilidad personal. Iban a recibir en aquel encuentro los dones necesarios para ser testigos del RESUCITADO.

< JESÚS no era un fantasma: sus manos, pies y costado presentaban las señales de la Cruz. El que estaba ante sus ojos era el mismo que el viernes había sido ajusticiado. Aquellas heridas significaban todo el sufrimiento vicario del HIJO de DIOS por ellos y toda la humanidad.

La Misericordia había triunfado.

< Los discípulos se alegraron: Los discípulos estaban experimentando un proceso de nueva creación espiritual, que en el encuentro con el RESUCITADO se vive con alegría bienaventurada. Se había disipado el miedo y la tristeza que invadía sus ánimos. El RESUCITADO no dirige reproche alguno a los discípulos y les ofrece todo aquello que necesitan para hacerse verdaderos testigos.

< JESÚS repitió: “la Paz con vosotros. Como el PADRE me envió, también YO os envío” (v.21) Los testigos del RESUCITADO tienen que transmitir realidades distintas de las que existen en el mundo. La Paz de la que se trata es una bendición mesiánica para los nuevos tiempos, en los que se hace presente el Reino de DIOS. La fragilidad moral y espiritual que caracteriza al hombre hace necesario que la Paz del SEÑOR restablezca el orden interno. A lo largo de la Santa Misa, el que preside la celebración repite varias veces, “la Paz esté con vosotros” y la despedida final dice: “podéis ir en  Paz”. DIOS está dispuesto a dispensarnos su Paz y bendición durante toda la semana que se inicia con el Día Primero, el Domingo. Esta paz es una bendición extensiva y comunicable. El que recibe la Paz nota que la bendición del SEÑOR está en su corazón, la puede experimentar y la debe compartir anunciándola: JESÚS se la ha regalado. Esa Paz no se puede comprar, sólo recibir como regalo y bendición del SEÑOR. Esta paz es tan necesaria para el alma como el aire lo es para el cuerpo.

< “JESÚS sopló sobre ellos: y les dijo: recibid el ESPÍRITU SANTO” (v.22) El CRISTO, el UNGIDO es el que con un nuevo soplo de Vida insufla el ESPÍRITU SANTO en la vida de sus discípulos. Ahora están constituidos en testigos cualificados, porque el gran TESTIGO mora en ellos con la fuerza suficiente para el testimonio y la misión. De otra forma, san Juan señala la efusión del ESPÍRITU SANTO que JESÚS había anunciado, y los discípulos tenían que recibir para continuar la misión evangelizadora.

< “A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quien se los retengáis, les quedan retenidos” (v.23). La obra de reconciliación y de implantación del Reino de DIOS pasa por resolver desde la raíz lo que se opone a DIOS. El pecado es la acción directa, consciente y voluntaria en contra de la Voluntad de DIOS. La Divina Misericordia es infinita, pero actúa cuando el pecador confiesa arrepentido su pecado. El juicio que se establece es del todo benévolo, pues el que juzga está siempre de parte del pecador arrepentido. Extraña manera de juzgar que DIOS practica con el hombre. La justicia humana condena al delincuente, aunque éste confiese arrepentido su delito; sin embargo DIOS perdona y absuelve siempre al que confiesa arrepentido su pecado. DIOS convierte el perdón del pecado y la trasgresión en una fiesta (Cf. Lc 15,7).

< La Fe de Tomás: “si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto el dedo en el agujero de los clavos, y no meto mi mano en su costado, no creeré” (v.25). El texto transmite la descripción del hecho, pero las actitudes nos pueden venir sugeridas por el discurrir de las distintas secuencias. Tomás vuelve al grupo de los discípulos, pues indica que tiene interés en seguir buscando al SEÑOR, ya que de no ser así no se le hubiera manifestado. Cada uno de los discípulos tenía sus dificultades particulares para aproximarse al RESUCITADO, pero JESÚS atiende al gesto mínimo por acercarse a ÉL, y con toda la imperfección que podamos imaginar, Tomás llega a la confesión del señorío de CRISTO, que el resto de los discípulos hasta ese momento no habían reconocido: “SEÑOR mío y DIOS mío” (v.28).

< Nueva bienaventuranza: “dichosos los que crean sin haber visto” (v.29). De alguna manera, lo que Tomás estaba pidiendo era una experiencia mística de alto rango, que el SEÑOR concede en ocasiones muy especiales, como es el caso de santa Faustina Kowalska, el gran instrumento del SEÑOR en nuestros tiempos para difundir la devoción a la Divina Misericordia. Pero las palabras de JESÚS en este caso son aplicables a una inmensa mayoría que debemos aproximarnos al SEÑOR a través de las señales de su Presencia y Providencia. Es verdad que los grandes místicos como santa Faustina o el padre Pío, obtienen en este mundo experiencias auténticamente celestiales, que pueden estar seguidas de notables noches oscuras como medios de expiación por el resto de la humanidad. El común de los cristianos no vivimos esas polaridades espirituales, ni son precisas para la Fe o la santidad; y con esta última bienaventuranza JESÚS lo certifica.

< “Otros muchos signos hizo el SEÑOR, y estos se han escrito para que creáis, y creyendo tengáis vida eterna” (v.30-31). El SEÑOR sigue realizando señales, porque su Día no ha concluido, y mientras tanto nos queda leer e interpretar esos signos que hablan del Autor Divino.

 

Apocalipsis 1,9-19

Nos toca a cada generación realizar una lectura aplicada de este último libro de la Biblia. Desde que JESÚS resucitó estamos en los “últimos tiempos” sujetos a grandes tensiones, porque las fuerzas espirituales que entran en la contienda saben que el tiempo es corto. San Pablo decía: “el tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa” (Cf. 1Cor 7,29-31) Unos miles de años de la humanidad en este planeta es una insignificancia con respecto a la eternidad. Las fuerzas antagónicas a DIOS, descritas de manera figurativa en este libro, experimentan desesperación porque una vez completado el número de los elegidos, que han de heredar la vida eterna (Cf. Ap 6,11), los secuaces de Satanás con él a la cabeza se quedan sin trabajo –entiéndase la ironía-:  “Satanás sabe que le queda poco tiempo” (Cf. Ap 12,12). El Maligno tiene que darse prisa por hacer todo el mal posible, y en ello está. Por tanto, el libro del Apocalipsis debe ser leído por cada generación de cristianos con la misma novedad que lo hicieron sus coetáneos: este libro sagrado señala de forma rotunda la victoria de JESÚS, el CORDERO inmolado por todos nosotros, en cuya sangre  blanquean sus vestiduras todos los redimidos y bienaventurados (Cf. Ap 7,14). Apocalipsis significa “revelación” y va dirigida a las siete iglesias que aparecen en los primeros capítulos. Quien se dirige a ellas es el VIVIENTE; y el vidente, Juan, el que fielmente transmite la visión del libro destinado a la consolación espiritual, porque nada se puede oponer a la victoria del “León de la tribu de Judá” (Cf. Ap 5,5).

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