Festividad de la Sagrada Familia…en medio de feroz ataque global a la familia en sí.

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No existiría la Navidad sin la familia como otras muchas realidades esenciales.  También el HIJO de DIOS precisó de una familia para venir a nosotros. La sociedad  ha ido cambiando a lo largo de los siglos, y la estabilidad de antaño de la familia extensa es algo extraño en el estilo de vida de Occidente. Razones laborales principalmente dispersan a los miembros de una familia por lugares muy distantes  unos de otros. Por lo menos una vez en el año muchas familias tienen por costumbre reunirse, y vuelven a reencontrarse hasta cuatro generaciones de la misma familia, pues abundan los bisabuelos. Al movimiento de dispersión sucede en estas fechas el de reunión, pero la virulencia del COVID 19 está poniendo muchas trabas a las reuniones familiares. La fuerza de los lazos familiares todavía mueve a las personas a vencer obstáculos de cierta consideración, y el que pretende viajar para reunirse con sus familiares tiene que realizar alguna prueba, que le permita acreditar que está libre de este virus muy contagioso. Debido a los riesgos del contagio algunos prescinden de las reuniones familiares de estas fechas, lo que significa podría reforzar la necesidad del reencuentro con la familia, precisamente por su imposibilidad. No se puede alterar el orden natural de las cosas y los vínculos familiares están en la trama de la vida desde el origen en general y lo particular. La cultura impregnada por el Cristianismo confirió un nuevo sentido a la reunión familiar dándole un carácter de acontecimiento religioso: el Nacimiento del SALVADOR. No es fácil disolver este fondo cristiano de la Navidad; y, de momento, se puede estar a favor o en contra, pero todavía no está vigente lo de las fiestas de invierno, o las fiestas de luz.

Tercera y cuarta generación

A los padres y abuelos se dirige el libro del Eclesiástico, en primer término: “el SEÑOR glorifica a los padres en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole” (Cf. Eclo 3,2). Coincide el Eclesiástico con el Salmo ciento veintisiete: “la herencia que da el SEÑOR son los hijos, y su salario el fruto del vientre” (Cf. Slm 127,3). JESÚS dirá: “la gloria de mi PADRE está en que deis mucho fruto y que vuestro fruto dure” (Cf. Jn 15,16). Aunque las palabras de JESÚS tienen un sentido más amplio que la estricta generación, no cabe duda que la incluye por su importancia y excelencia. Nada más grande por parte del hombre, que la colaboración con el CREADOR en la acción dada en los orígenes como un precepto: “creced y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Cf. Gen 1,28) La ideología actual que demoniza al hombre individual como enemigo de la naturaleza, del ecosistema, de los animales y hasta del mismo género humano en general, no tiene nada que ver con el principio establecido por DIOS desde los orígenes. Las corrientes anti vida muestran su macabro rostro en contra de forma radical con las directrices de DIOS. La procreación humana dentro de este sentido religioso hace participar al hombre de la misma estirpe de DIOS. Los padres no engendran seres animados simplemente, sino personas a “imagen y semejanza de DIOS” (Cf. Gn 1,27), dotadas de un alma inmortal infundida por DIOS mismo en la generación de un nuevo hijo suyo procreado por el mismo hombre. DIOS del barro hizo y dignificó al hombre, haciéndolo colaborador suyo (Cf. Gen 2,7.15). El propio hombre en la actualidad pretende hacer masilla a su semejante para obtener un monstruo manejable por los intereses de todos aquellos que se atribuyen capacidades divinas. Podéis asomaros a lo que se está consiguiendo en la línea transhumanista, la hibridación, las quimeras o los humanos alterados genéticamente o manipulado su cerebro por medio de las nuevas tecnologías. La ciencia sin DIOS esclaviza al hombre, pues el hombre la utiliza para hacerse DIOS.

Es inevitable en cualquier asunto tratado por la Palabra de DIOS traer sus implicaciones al momento presente, y los tiempos actuales no son favorables a la paternidad y la maternidad. Se desprestigia a los padres, se trata de disuadir la creación de familias numerosas, pese al invierno demográfico que vivimos en países como España; se ofrecen todo tipo de argumentos y elementos contrarios a la vida  humana. En sintonía y simpatía con las tesis globalistas, a los padres se les viene vaciando de contenido su papel y labor educativa, pues los hijos, como dijo aquella ministra, no son de los padres; porque el Estado está dispuesto a sustituir a la familia  hasta donde le sea posible. Omitir estas situaciones nos convierten en personas que viven como Alicia en el país de las maravillas. Pero la realidad es de otro sesgo. Los padres tienen un papel crucial, pero muchos han perdido desde hace tiempo el sentido de su misión y tarea, porque se les ha dicho que ellos no saben, y otros lo van a sustituir mucho mejor. No existe serie televisiva en las últimas décadas donde aparezca el rol de los padres ejercido como corresponde a unas directrices paternas y maternas. Aparecen siempre familias más o menos disfuncionales, en las que normalmente el padre es un débil de carácter, que no se entera de nada, y gracias a sus hijos adolescentes el padre va poniendo los pies en la realidad. Con estas caricaturas de familias, el modelo de familia emanado de la Biblia o de una orientación cristiana puede resultar una cosa anacrónica. Pero, al final, cuando vienen los descalabros, entonces se echa de menos no haber ejercido, como dice el texto del Eclesiástico, una autoridad moral para marcar los principios y valores válidos para  llevar adelante una vida bien encauzada. La línea divisoria entre lo correcto y lo erróneo, lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo engañoso, puede ser muy tenue; por lo que al carecer de herramientas de discernimiento, el individuo seguirá el camino más fácil y ancho en un principio. Cuando ese camino termine en un punto ciego puede que sea tarde. Todos nos vamos a equivocar, salvo raras excepciones, pero no se puede privar a los padres de ejercer la paternidad y la maternidad, que incluye el acompañamiento de los hijos hasta que puedan defenderse por sí mismos. Los primeros pedagogos de los hijos tiene que ser los padres, pues en la familia se dictan las lecciones fundamentales de la vida. Se aprende a amar en la familia, lo mismo a perdonar, o a comprender puntos de vista diferentes. La familia tiene que ser la primera escuela de solidaridad y respeto mutuo, donde se apoyan los distintos ritmos de crecimiento personal. Como dice el papa Francisco en la familia es el primer ámbito, en el que se piden disculpas, se agradece lo recibido y las cosas se piden “por favor”.

El cuidado del padre y de la madre

Quien se esfuerza en la guarda del cuarto mandamiento del Decálogo y dispensa su atención al padre y a la madre obtendrá los siguientes beneficios, según el libro del Eclesiástico: expiará sus pecados, será escuchado en sus oraciones, a su vez los propios hijos le corresponderán en esa misma medida, obtendrá larga vida y permanece en la obediencia del SEÑOR (Cf. Eclo 3,3-7).Una de las acciones diabólicas más contundentes está en la destrucción de todo lo que signifique generación. Se propone en el profeta Malaquías, al hablar del profeta Elías, que éste vendría a devolver la concordia entre los padres y los hijos (Cf. Mlq 4,6); porque todo el desorden social hunde su raíz en el enfrentamiento familiar. Puede ser muy lícita y necesaria una cierta tensión generacional, pero no está en el orden natural de las cosas que los padres sean denigrados por los hijos; o que los padres dejen a los hijos abandonados a su suerte, cuando estos se encuentran carentes de cualquier experiencia real. Los fracasos y las tensiones conyugales repercuten de forma inmediata en los  hijos cuando se encuentran en una corta edad, lo que puede originar una futura desafección cuando los padres lleguen a la vejez. Por otra parte, el autor bíblico escribe su libro con un modelo de familia muy distinto del actual, aunque los valores esgrimidos tengan total actualidad. La familia se ha vuelto reducida a los miembros indispensables: el matrimonio y los hijos; el padre y la madre con sus hijos.  Pero al comienzo señalábamos la fuerza de los lazos familiares para reagrupar a los miembros dispersos de una familia, y convocarlos en celebraciones especiales. Los espacios en los que se mueve la familia nuclear, matrimonio e hijos, es diferente al que mantenían las familias extensas donde se encontraban conviviendo varias generaciones e incluso parientes colaterales. Pero cuando las respectivas familias convivientes crecían y se hacía difícil la convivencia; entonces se procuraba la separación de mutuo acuerdo por el bien de la convivencia, como fue el caso de Abraham y su sobrino Lot (Cf. Gen 13,8-11).

La enfermedad

El texto del Eclesiástico señala el hecho inexorable del envejecimiento y la enfermedad. La muerte en edad avanzada se consideraba un signo de la protección y bendición de DIOS, aunque el libro de la Sabiduría recoge el caso sorprendente de la muerte del joven en el SEÑOR (Cf Sb 4,7ss). Pero, ayer como hoy, lo considerado normal era y es la muerte que llega después de haber hecho un recorrido por esta vida con un compendio de buenas acciones. La vejez de una persona entrada en años de vida y experiencia era valorada por constituir la memoria viva de la tradición de la familia y del Pueblo. La Biblia se nutre en gran media de las historias transmitidas de forma oral. La narración ocupaba largas horas de reunión familiar, y aquellos depositarios de las múltiples narraciones eran los ancianos, los abuelos, los mayores. Las actitudes narrativas eran las que otorgaban las cátedras en aquellos tiempos, en que los jóvenes se disponían alrededor de los mayores para saber de sus tradiciones familiares, con lo que ponían cimientos a su procedencia. Quien no conoce sus raíces familiares tiene serias dificultades al fijar su identidad; y, por consiguiente, la estabilidad personal, la integración social y el sentido de pertenencia. Los de mi generación estamos en la frontera de los cambios de época, y por ello vivimos una infancia donde no había pantallas, y todos, mayores y niños, nos reuníamos por las tardes de forma casi espontánea en cualquiera de las casas a contar historias; que, aunque repetidas, parecían nuevas, pues, como niños, las vivíamos de nuevo. No faltaban las conversaciones que giraban en torno a cuestiones religiosas, y por supuesto, entre nosotros, de índole cristiana. Cuando se echa la mirada hacia atrás se añora la riqueza de aquella convivencia, que tenía defectos, pero eran muy superiores  los aspectos positivos. Vino la televisión, en un principio, que siendo de mucha más calidad en su programación que la actual, rompió en gran medida los vínculos de convivencia, y comenzó a perderse la narrativa personal y de viva voz. Entonces, empezó a ser la pantalla la que pontificaba, decía, enseñaba y se pronunciaba como autoridad indiscutible. Se comenzó a escuchar: “esto que digo lo dijo la televisión”; entonces aquello no tenía discusión. De forma paulatina la cosa ha adquirido una deformación que hace irreconocible lo vivido en los tiempos de la narración de los mayores. No es posible retroceder a décadas anteriores, pues las nuevas tecnologías tienen grandes ventajas, pero estamos dejando que las personas quedemos omitidas a su imperio. Los consumidores de las nuevas tecnologías, que somos la inmensa mayoría deberíamos estar muy alertas de la influencia que ejercen sobre todos y cada uno de los que vivimos en este planeta.

La demencia senil

“Aunque tu padre chochee no lo ridiculices” (Cf.  Eclo 3,14).  ¿Nos morimos por causa de la vejez o de la enfermedad? La vejez y la enfermedad se alían para demostrarnos que el tiempo del hombre sobre la tierra se termina, y con respecto a la eternidad, noventa o cien años es inapreciable; incluso, aunque fueran mil años los que se alargara la vida en este mundo. Los avances presentes en genética y biología ya apuntan a la posibilidad de triplicar la edad presente del hombre. Esto forma parte del juego permanente del hombre que pretende ser DIOS, pero después nos quedamos en el abismo del propio fracaso. Vivimos unos tiempos de grandes contradicciones: por una parte tenemos medios para mejorar y alargar la vida; y, por otra, nos intentan convencer de la gran distorsión originada en el planeta por el exceso de población. Como sobra gente; o mejor, sobramos una mayoría de comensales inútiles, es como nos califican algunos de la élite mundial. ¿Quiénes son los comensales inútiles? Pues, se los puede imaginar el lector: los ancianos, que viven y viven con un gasto multiplicado en atenciones sanitarias y farmacológicas. Los deficientes psíquicos o físicos; es decir, todo aquel que padezca cualquier minusvalía, como en mi caso la ceguera. Pero pensemos en el diagnóstico prenatal de un síndrome de Down, la recomendación inmediata a la madre es el aborto: hay que eliminar al inútil comensal. Está asumido como paradigma incuestionable la exigencia de la ”calidad de vida”, y no se sabe muy quién lanzó ese eslogan pero ha cuajado en la sociedad occidental como si bajara del Sinaí. “La calidad de vida” es uno de esos conceptos líquidos, sin consistencia, que carecen de contenido y marcan la superficialidad de las relaciones humanas. Los disminuidos psíquicos o físicos, en principio según los que repican a los ideólogos, carecen de calidad de vida, y los que dicen tenerla deciden eliminarlos, porque son pobres desgraciados que no son rentables. El criterio de rentabilidad está moviendo desde hace años a la sociedad holandesa, que lleva varias décadas con la eutanasia aprobada. No teníamos bastante con la actual pandemia, que paraliza la economía, el gobierno de España va a poner en activo su propia ley de eutanasia a finales de enero. Se irán abriendo unidades en los hospitales con este fin. Con España son seis los países en el mundo que tienen aprobada la ley de eutanasia, que se propone como un derecho. Los médicos tendrán que acogerse, mientras les sea posible a la objeción de conciencia, si quieren mantenerse en el juramento hipocrático, que los obliga a procurar las acciones médicas necesarias para salvar la vida de los enfermos. Muy triste noticia para la Navidad, pues estas fechas tienen siempre un componente agridulce de forma especial por los familiares que ya no están, porque se han muerto.

Nuestros gobernantes del mundo occidental han dejado la cordura para situarse en la zona psíquica de la locura carente de cualquier signo de empatía. Amordazan a la población y a las principales instituciones del país, y se disponen a promulgar leyes  que siegan la vida de las personas con todos los sellos de la legalidad que les da una ficción democrática. Las leyes promulgadas tienen un componente ejemplarizante, que las hace trasmisoras de legitimidad para un grupo creciente de población. El camino para la eutanasia está trillado cuando se han aprobado leyes que admiten el aborto. En esta ocasión la gran manipulación del lenguaje, y mediante éste de los sentimientos de las personas y la alteración de la realidad de los hechos, deja un espacio abierto para que las leyes sobre la eutanasia encuentren una población doblegada y muy bien dispuesta. Ahora somos los mayores, los discapacitados, los enfermos crónicos, los que estamos en el punto de mira. No quieren que suframos: mentira. La medicina paliativa, en estos momentos, está en condiciones de ofrecer los medios precisos para evitar el dolor insoportable en las fases finales de la vida. El precepto releído por el libro del Eclesiástico dice: “no abochornes a tu padre cuando éste pierda la cabeza”. Veremos casos en los que a los enfermos de alzheimer se los seleccionará para que no causen bochorno. La ley de eutanasia se convertirá en una ley para la eugenesia, pues el garantismo de fachada esconde sus pasillos  disimulados por donde transitarán los que van a sacar pingües beneficios de la industria de la muerte. Nuestros gobiernos piensan en sus ciudadanos y nos hacen regalos de este tipo por Navidad.

Una familia religiosa

Los dos primeros capítulos de san Lucas nos muestran que la Sagrada Familia cumplía con las obligaciones religiosas prescritas. MARÍA estaba emparentada con Isabel casada con Zacarías de la tribu de Leví. Como sabemos los levita estaban dedicados a tareas del Templo como sacerdotes o cantores. El sacerdocio de los levitas era de un rango inferior al de los saduceos, que representaban la casta sacerdotal  con toda la autoridad sobre el funcionamiento del Templo y su repercusión en el orden social, juntamente con las disposiciones del Sanedrín. Los levitas tenían su competencia en la realización del culto. Los sumos sacerdotes no se manchaban de sangre con las ofrendas de animales en el Templo: esas funciones estaban relegadas a los levitas. Los saduceos se beneficiaban del resultado económico de esas ofrendas.

En este clima religioso, la Sagrada Familia cumple con las obligaciones prescritas, y en el tiempo debido después del nacimiento de JESÚS, José y MARÍA van al Templo con el NIÑO. A los cuarenta días, la mujer que había dado a luz tenía que realizar los ritos de purificación; y el primogénito varón debía ser rescatado según la Ley de Moisés con la sustitución en la ofrenda por un sacrificio cruento de animales. Según el evangelio de san Lucas, la Sagrada Familia permaneció en Belén después del nacimiento los cuarenta días posteriores para cumplir con los ritos señalados, y después se dirigieron a Nazaret. Para nuestro comentario nos interesa mucho más quedarnos con los datos aportados por san Lucas, que entrar en la visión comparada con los datos aportados por san Mateo sobre el mismo periodo de tiempo. La Sagrada Familia vive en un ambiente religioso marcado por el Judaísmo y se asumen sus categorías y costumbres; y, así, completamos la visión que lleva consigo la Encarnación. JESÚS toma la humanidad del seno de MARÍA, pero además entra en la corriente religiosa de su pueblo, se educa en ella  y crece dentro de la misma.

El anciano Simeón

San Lucas relata con cierto detalle el encuentro entre el anciano Simeón y la Sagrada Familia. Según la secuencia de los hechos, José y MARÍA ya habían terminado de realizar lo mandado en las leyes cultuales y el NIÑO estaba ritualmente rescatado. Fue, entonces, cuando el anciano Simeón se cruza con aquellos padres jóvenes con el NIÑO, al que Simeón reconoce inmediatamente. Hay personas de avanzada edad, que de forma sorprendente conservan una visión de gran calidad. Claro está, para ver en el NIÑO al enviado del SEÑOR había que tener algo más que una buena visión física. San Lucas señala que el ESPÍRITU SANTO le había hecho una promesa al anciano Simeón: “No vería la muerte antes de haberse encontrado con el SALVADOR” (Cf. Lc 2,26). Sorprende el número de veces que san Lucas refiere la acción del ESPÍRITU SANTO en los capítulos iniciales de este evangelio. Lo cierto es que el anciano Simeón tiene ojos para ver porque el ESPÍRITU SANTO se los ha dado: primero con la promesa del encuentro, después en el momento de la identificación, posteriormente en su declaración profética. El anciano Simeón esperaba la liberación de Israel como la práctica totalidad de los judíos religiosos de su tiempo, pero  manifiesta una hondura mayor. Israel tiene que ser restaurado o liberado, pero “la     Salvación ha de venir a todos los pueblos” (v.32) Las distintas manifestaciones de DIOS recogidas por el evangelista, en estos dos capítulos iniciales, siguen la pauta señalada en todo el evangelio: los grandes secretos de DIOS son revelados a los sencillos (Cf. Lc 10,21). No aclara san Lucas cuál es la relación del anciano Simeón con el Templo, pero da a entender que no tenía función institucional alguna en ese momento, aunque considerase ese lugar como lo más importante dentro de las instituciones religiosas, pues la presencia del SEÑOR habitaba en esa casa. Pero Simeón tenía una mirada superior cuando le dice a MARÍA: “mira, ÉSTE está puesto, para que muchos en Israel caigan y se levanten. Será como una bandera discutida” (v.34). No sabemos muy bien lo que Simeón vería en ese momento, pero su profecía se cumplió: aquel NIÑO, JESÚS de Nazaret, sería “signo de contradicción”, y muchos viendo los grandes signos de misericordia por ÉL realizados, sin embargo renegarían de  ÉL. Con brevedad, aquel anciano delineó  la trayectoria que el NIÑO iba a describir  en su vida, al tiempo que presagiaba su destino. A MARÍA también se dirigió el anciano para decirle: “y a ti una espada de dolor te traspasará el alma” (v.35). Seguro que esta sentencia profética quedó grabada a fuego en el corazón de la joven MADRE y le serviría, al mismo tiempo, de certeza y seguridad del Plan de DIOS que se mueve por sendas desconocidas y exige la confianza incondicional. Hablamos de la Fe de MARÍA y hacemos bien en tomar su comportamiento como modelo, pues ELLA que vivió la máxima cercanía de DIOS no le supuso una vida desentendida de los avatares humanos; por el contrario, vivió en la pobreza o el bienestar material que podía proporcionarle el rendimiento de un artesano, san José, y con la gran responsabilidad de conducir a su HIJO que además lo era de DIOS. Por otra parte, esa procedencia y condición no la podía compartir con nadie, excepto con san José.

Una profetisa

Ana, hija de Fanuel, de ochenta y cuatro años, viuda, no se apartaba del Templo y lo servía con ayunos y oraciones (v.36-37). Entraría ciertamente en la categoría de viudas, de las que habla san Pablo (Cf. 1Tm 5,3); y en este caso ejerciendo el profetismo propio del Nuevo Testamento, que se define por dar testimonio de JESÚS como el único SALVADOR: a todos los que encontraba por los atrios del Templo les hablaba del NIÑO (v.38)

Carta a los Colosenses, 3,12-21

En la doctrina de san Pablo, para mantener la unión con CRISTO es necesario adherirse a un conjunto de virtudes, que por una parte son don y Gracia, y por otra exigen dedicación y esfuerzo personal. Antes de enumerar una serie de cualidades  que los cristianos deben exhibir con propiedad, san Pablo señala el principio de unidad e igualdad en CRISTO. La pluralidad de lo realizado por DIOS mantiene, al mismo tiempo, el común denominador de la hermandad y la fraternidad por la Gracia. La unidad familiar se consigue fomentando principios, virtudes y carismas; y, al mismo tiempo, respetando la pluralidad de los componentes. Los hermanos, siendo hijos de unos mismos padres, sin embargo a medida que van creciendo presentarán universos muy diferentes, porque la singularidad de cada uno responde al mismo plan de DIOS.

“Revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar el conocimiento perfecto, según la imagen de su CREADOR” (v.10). Todo lo nuevo, para san Pablo, está en CRISTO, con quien él se encontró camino de Damasco, y para todos propone un itinerario similar. El RESUCITADO nos hace nacer de nuevo, porque posee la fuerza y el poder necesario para hacerlo, pero es preciso estar abierto al ejercicio de la virtud por CRISTO. Todo en el campo de la SALVACIÓN es Gracia, pero en cuanto al perfeccionamiento personal hay que colaborar con la Gracia para no hacerla inútil.

“”Donde no hay griego ni judío; circuncisión o incircuncisión; bárbaro o escita; esclavo o libre, sino que CRISTO es todo en todos” (v.11) El nacimiento en Belén es el contrapunto de esta realidad expresada por san Pablo. El apóstol parte de la visión  operante del RESUCITADO en las almas, que dispone la manifestación tangible, por la que DIOS confraterniza con la condición humana y derriba las barreras de clase, raza y condición religiosa. Esta igualdad se vive en la nueva condición personal en la que somos revestidos del mismo CRISTO. Con propiedad, en estas fechas podemos asistir al nacimiento de CRISTO en cada uno de nosotros, porque la manifestación de DIOS y el crecimiento personal así lo posibilitan. El deseo expresado a los amigos y familiares, en estas fechas, para que CRISTO nazca de nuevo en nuestros corazones es un dato de realismo espiritual, pues es DIOS quien así lo quiere y hace posible.

“Revestíos, pues, como elegidos de DIOS santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (v.12) Cinco rasgos o virtudes, que es preciso diferenciar para saber el don de Gracia que podemos necesitar y pedir con cierta insistencia. No es igual la misericordia, que la humildad: tampoco es lo mismo  la mansedumbre que  la paciencia. Estamos en un camino, en el que precisamos de los dones del ESPÍRITU SANTO para indagar la ciencia espiritual y la conciencia clara de aquello en lo que habremos de trabajar el revestimiento espiritual, que incluye también la dimensión moral: la misericordia se ejercita con el prójimo en actos concretos; la humildad se pondrá aprueba cuando llegue la humillación; la bondad tendrá que ser valorada por los que nos rodean, pues aparece como una resultante de muchas interacciones personales; la mansedumbre puede quedar más escondida, pues nadie debe saber la carga o peso en la vida que estás soportando, salvo excepciones; lo mismo ocurre con la paciencia, que puede perderse en una fracción de segundo.

“Soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro” (v.13). La convivencia es difícil, porque las relaciones personales son frágiles.  Hoy día proliferan los recetarios de autoayuda, que ofrecen consejos aprovechables, pero adolecen de dos equívocos muy importantes: considerar el eje de la superación personal en la fuerza interior que posee el individuo; y, consecuentemente, prescindir de DIOS para cualquier meta u objetivo. El resultado puede ser una nueva forma de neurosis. Sobrellevar con paciencia a nuestros semejantes es algo que se hace más urgente cuanto más estrecho es el marco de convivencia. Sólo la Gracia otorga la distancia interior que respeta a los semejantes en su talante y manera de ser, sin pretender hacerlos a la propia medida con la que podríamos pensar, que entonces nos sentiríamos a gusto. Se dice que el perdón es divino, y la experiencia da la razón a esta afirmación. Decían bien aquellos fariseos cuando objetaban: “nadie puede perdonar pecados más que DIOS” (Cf. Mc 2,7). Es verdad, que en este caso nos situamos en un plano doméstico o comunitario, pero la fuerza interior para dispensar el perdón de una ofensa tiene que venir de DIOS.

“Por encima de todo esto, revestíos del Amor, que es el vínculo de la perfección” (v.14). La virtud teologal de la Caridad es don y tarea. El carisma de la Caridad es una capacidad que viene al hombre como un don extraordinario, que se constituye en fuente de irradiación del Amor de DIOS de múltiples formas. Esa vigencia ardiente del Amor de DIOS en el corazón de un creyente es una gracia que dispone al individuo por el recto camino de la santidad, pero tiene su contrapunto que es la expiación, que cotiza mucho menos. Es verdad que las personas tocadas por DIOS con un don extraordinario de Caridad aceptan de buen grado las múltiples cruces, que el SEÑOR  tenga a bien mandarles. La fuente de todos los dones y virtudes es la presencia  misma del ESPÍRITU SANTO en el corazón del creyente, que ofrece a éste “una fuente que salta hasta la vida eterna” (Cf. Jn 4,14) La unidad y la infinita diversidad es obra del ESPÍRITU SANTO, que el apóstol desea esté presente en la vida de las comunidades para garantizar su vida en el SEÑOR.

“Que la paz de CRISTO presida vuestros corazones”

La paz es una necesidad, un deseo y una conquista. Si en algún momento fuese necesaria la guerra, nadie la considera como algo permanente, pues es imposible la existencia en procesos de violencia extrema de larga duración. La paz es el objetivo final de cualquier contienda. Incluso los que promueven guerras para vender armamento e innovarlo, también se ven obligados a periodos de reconstrucción ante el caos originado. Hubo épocas en que los periodos de paz eran treguas para volver a las contiendas bélicas. El deseo de paz estaba en muchos israelitas del tiempo de JESÚS, aunque les pesaba el yugo de la dominación romana. El MESÍAS tenía que aparecer pronto, devolver al Pueblo la libertad y asegurar con su extraordinario  liderazgo la paz de un modo duradero como aseguraban las profecías. Pero la paz  dada por el MESÍAS tenía un calado mayor, que la creación de un ambiente social pacífico por medios políticos, militares o policiales. La paz social real nos es dada cuando se pacifican los corazones de los hombres. En el claustro interior de las conciencias y de las almas sólo entra DIOS. Las características del MESÍAS que llegó pudo realizar esta hazaña espiritual, contando siempre con la Fe. Dos mil años después de aquellos singulares acontecimientos seguimos esperando la paz con la misma urgencia y necesidad. Estos tiempos finales, que no tienen porqué ser últimos, se hacen propicios a una intervención de DIOS con alcance universal, pues el hombre está escalando cotas de poder e influencia con las que pretende asemejarse a DIOS: eso es el dominio mundial que procuran los globalistas. Estos también prometen paz y felicidad, a condición de entregarles la libertad individual como se recoge en la agenda 2030.

“La Palabra de DIOS habite entre vosotros con toda su riqueza. Instruíos y amonestaos con toda sabiduría” (v.16) La Palabra de la Biblia es buena para  conocerla y estudiarla; también debe pasar por el corazón y dejar su huella, y para ello es buena la meditación; y en la Palabra de la Biblia encontramos las palabras para orar, o hablar con DIOS, como conviene. Instruíos y amonestaos con toda sabiduría, dice el apóstol, porque la Palabra debe estar presente en el ámbito familiar y en el comunitario o parroquial. Nos quejamos de la influencia arrolladora de las pantallas y las nuevas tecnologías; pero es preciso insistir que la Palabra tiene un poder superior de transformación en el corazón de las personas. DIOS entrará en libertad en el corazón de sus hijos, permitiendo incluso errores y desviaciones, pero la fuerza de la Palabra anclada en el interior dará el fruto a su debido tiempo. También en el Pueblo de DIOS hay un pequeño resto, que tiene el sentido del valor de la Palabra y sabe de su poder transformador. Existen familias en las que la Palabra tiene su lugar y ejerce su poderosa acción. Hay sabiduría en la Palabra y con ella se puede proseguir el camino con la apreciación compartida propuesta con humildad y generosidad. La palabra profética puede llegar al sencillo antes que al docto, y por su apertura de corazón.

“Cantad agradecidos himnos y cánticos inspirados” (v.16b) La Biblia tiene sus propios cánticos, que son los Salmos; pero el apóstol recomienda el canto en su diversa formas como expresión de la paz y la alegría. El canto no sólo expresa alegría, sino que la genera dentro de un clima de oración, que hace a los participantes entrar en un ambiente espiritual diferente. Sabemos que al acudir a un templo lo hacemos a un espacio sagrado, pero la diferencia entre el espacio común y el sagrado se acentúa cuando entra en acción el canto religioso participativo. No es de menor importancia  el matiz que señala el apóstol para la realización de cualquier canto dirigido a DIOS: el agradecimiento. Un corazón agradecido canta de verdad, y ese canto obtiene la profunda respuesta de la Presencia del SEÑOR. ¿Se puede convertir la familia en un lugar donde se lea, escuche, comparta la Palabra; y se cante agradecido al SEÑOR?

“Todo lo que hagáis sea en el Nombre de nuestro SEÑOR JESUCRISTO” (v.17). La actividad diaria no queda fuera de la esfera de influencia espiritual, y de producirse habría una quiebra en la unidad de vida. Una de las grandes quejas se formula así: no soy capaz de concentrarme, me falta atención, estoy disperso. Un gran objetivo espiritual es reducir la compartimentación de la jornada diaria o de la vida en general.  Sin en todo lo que hacemos podemos estar en la Presencia del SEÑOR, los procesos de transformación personal se pueden mantener en el tiempo. Cada día que amanece y anochece es una imagen de la realidad que nos acompaña: la vida es un gran trayecto en el que empezamos y concluimos innumerables veces, y se ofrecen muchas oportunidades de comenzar de nuevo un encuentro con el SEÑOR. La Presencia continua del SEÑOR elimina la rutina de lo cotidiano y aporta la novedad de las pequeñas cosas, que forman parte del quehacer diario. La grandeza de una acción no radica en la acción misma, sino en haberla realizado en la presencia del SEÑOR. La insignificancia objetiva y material está en la propia condición humana, que DIOS mismo acepta y asume, como queda demostrado al nacer en el anonimato de una cueva de pastores en Belén

Consejos para el matrimonio y los hijos

“Mujeres sed obedientes a vuestros maridos como conviene en el SEÑOR” (v.18). La obediencia es una escucha atenta y valorativa de lo que alguien me está diciendo. No resulta extraño que el círculo matrimonial y familiar deba realizarse el mayor esfuerzo por la escucha atenta y considerada. La mujer tiene que escuchar al marido, lo mismo que el marido ha de escuchar a su esposa. El  asentimiento a lo escuchado está sujeto al resultado del diálogo, que no es preciso resolver en una sola conversación. En todo matrimonio y familia existen normas explícitas y normas implícitas, que se dan por asumidas y nunca se explicitan. La obediencia o sumisión a unas y otras entra dentro de la conducta normal de cualquier matrimonio, que desee estabilidad y permanencia.

“Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas” (v.19) Desgraciadamente muchos matrimonios se rompen por el mutuo intento de prevalecer un cónyuge sobre otro, al entender la relación mutua como un asunto de dominio. El antídoto de esta actitud es el amor profundo, que hace valer la mutua valía y trata de acompañar la convivencia de las cualidades derivadas del amor señaladas por el apóstol en 1Cor 13.

“Hijos obedecer en todo a vuestros padres, porque esto es grato a DIOS” (v.20). Amor y coherencia son dos palabras casi mágicas para marcar la clave de la educación de los hijos. En primer lugar el amor entre los esposos tiene que ser una fuente de afecto para los hijos, a los que se tratará en su total singularidad: ningún hijo es igual a otro, por lo que ninguno es más que otro. Los mensajes comparativos lanzados por los padres pueden acabar con la integración familiar y el desplazamiento del hijo más vulnerable. La ejemplaridad de los padres es esencial para la crianza y educación de los hijos. La adolescencia es la prueba de fuego para los padres y los propios hijos, pues estos inician un proceso de elaboración de su propia personalidad, y tienen que dejar atrás el estado de crisálida anterior para renacer con una personalidad asumida. En todo este proceso es vital la integridad y coherencia de los padres, pues de no ser así se rompe la ejemplaridad y el caos de la adolescencia hace correr graves riesgos a los hijos en el proceso de maduración. Nadie es perfecto y los padres sabrán el momento de pedir perdón a los hijos, si esto fuera necesario. Como en casi todos los procesos de convivencia proponemos la regla de oro conocida: diálogo atento y la correspondiente medida de amor. La Sagrada Familia de Nazaret nos inspirará y acompañará siempre en nuestro camino.

Por Pablo Garrido Sánchez 

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