Cuando se trata de la madre nos desbordamos en atenciones y detalles. Así estamos viendo a las comunidades cristianas que impregnan su fe del dulce aroma de la Señora del cielo y agradecen a Dios por el mensaje y la presencia maternal de la Santísima Virgen María, en las apariciones de Fátima.
Junto a la gratitud y veneración viene también la reflexión sobre el contenido del mensaje que la Santísima Virgen María entregó a la Iglesia por medio de los tres niños pastores. Al recuperar los detalles de este mensaje alcanzo a darme cuenta de la incomodidad que puede causar el procedimiento de la Virgen María, si consideramos la mentalidad actual.
En efecto, nos puede sorprender que la Virgen María les haya mostrado a los niños la realidad del infierno. ¡Cómo es posible -se podría pensar- que la Virgen haya procedido así! Como si le hubiera faltado pedagogía, como si su procedimiento rebasara los parámetros que dicta un proceso verdaderamente pedagógico.
Estamos familiarizados con los criterios que establece la psicología y la pedagogía para la educación de los niños y en este caso cómo se debe seguir un proceso en lo que respecta a la formación afectiva y sexual de los niños. Un proceso así alcanzamos a establecer cuando se trata también de la formación espiritual de la niñez.
De tal manera que hay sectores dentro y fuera de la Iglesia que se pueden escandalizar y sentir incómodos ante esta manera de proceder. Por otra parte, ya se habla poco del infierno y hay personas que incluso ya no creen en el infierno. Se llega a pensar que el infierno es una fabricación y un recurso de la Iglesia para mantener sometida la conciencia de los fieles.
Por cierto, San Juan Crisóstomo decía que el infierno no sería nada comparado con el dolor de estar lejos de Dios. Y San Ignacio decía: “Señor, todo lo sufriré, mas no la pena de estar privado de Ti”.
Independientemente de los criterios pedagógicos y de las reservas que se puedan tener respecto de la existencia del infierno alcanzo a reconocer que la Virgen procedió de esta manera porque hay tiempos en los que todos tenemos que involucrarnos en el rescate de la humanidad, incluidos los niños.
Hay tiempos de tanta maldad, de tantos peligros y oscuridad en los que necesitamos ponernos de rodillas, clamar al cielo y recuperar lo más genuinamente humano de nuestra existencia. Decía el gran obispo francés Bossuet: “El hombre en verdad se engrandece cuando está de rodillas”.
En tiempos de tanta maldad hace falta colaborar todos y la Virgen pide a los niños su oración por la salvación de las almas y para que no se propaguen ideas que vacían de espiritualidad a los hombres, ocasionando la muerte espiritual y el desprecio de la dignidad humana.
En efecto, se siente la ternura y el dolor de la Virgen de Fátima, cuando insistiendo en la necesidad de la conversión, llega a decir: “¡No ofendan más a Dios Nuestro Señor, pues ya está muy ofendido!”
Grandes escritores como Dostoievski plantean en sus obras que la belleza salvará al mundo; nuestra intuición al respecto es que no sólo la belleza que suscita el amor, sino los niños salvarán al mundo. Los niños con su pureza, con su inocencia y con su oración; los niños con la exquisita sensibilidad que tienen para vislumbrar y degustar las cosas de Dios; los niños que con sus inquietudes y preguntas provocan que sus padres regresen a la Iglesia o por lo menos se cuestionen respecto del sentido que le dan a su vida.
Resulta impactante cómo explican los niños de Fátima su experiencia de Dios, después de ver a la Virgen y recibir su mensaje. Decía San Francisco Marto: “Lo que más me ha gustado de todo fue ver a Nuestro Señor en esa luz que Nuestra Madre nos puso en el pecho. ¡Quiero tanto a Dios!” Y su hermana, Santa Jacinta Marto, decía: “Gusto tanto de Nuestro Señor y de Nuestra Señora que nunca me canso de decir que los amo. Cuando digo eso muchas veces, ¡me parece que tengo un fuego en el pecho, pero no me quema!”
El infierno existe y es eterno, es lo que nos recuerda la Virgen de Fátima. Por eso insiste a los niños: “Oren, oren mucho y hagan muchos sacrificios porque muchas almas se van al Infierno porque no hay quien ore ni se sacrifique por ellas”.
Respecto de la Virgen de Fátima, Mons. Fulton Sheen sostiene que: “La revelación de Fátima nos recuerda que vivimos en un universo moral, que el mal nos autolesiona, y que el bien nos ayuda y conserva; que el problema fundamental del mundo no está en la política ni la economía, sino que se encuentra en nuestros corazones y en nuestras almas, que la regeneración espiritual es la condición indispensable para mejorar socialmente”.
Precisamente la piedad mariana lleva a esta regeneración espiritual en la que es fundamental la fortaleza y la esperanza para reconocer y celebrar el triunfo del bien sobre el mal, pues María es la que aplasta la cabeza de la serpiente. Ella sigue fortaleciendo nuestro camino para no desalentarnos en esta batalla en contra de las fuerzas del mal.
Acudimos a la Virgen maría para recordar y actualizar este triunfo porque Ella aplastó la cabeza de la serpiente. Frente a esta lucha se necesita carácter y fortaleza que es lo que precisamente otorga la Santísima Virgen María. Que ante las embestidas del mal que nos ataca de muchas maneras, no dejemos de recurrir a María. El triunfo de Dios ya se ha dado y por eso María expresa en el mensaje de Fátima que: “Al final mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Dentro del mensaje de Fátima estas siguen siendo las palabras de la Santísima Virgen María para los que seguimos enfrentando en nuestros tiempos las distintas manifestaciones del mal. Se trata de las palabras de una madre dirigidas a sus hijos que pasan por este valle de lágrimas, las cuales no podemos olvidar para que generen valor y carácter en esta lucha contra el mal.
En tiempos en los que se propaga la maldad hay que estar todos de rodillas haciendo oración, incluidos los niños. En la primera aparición el Ángel les mostró a los niños cómo adorar a Dios en la oración: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y Te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni adoran, ni esperan y no Te aman”
Por eso, respondiendo a la invitación de la Virgen María constantemente le pedimos al Señor en nuestras plegarias: “Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia”.
Sigamos acogiendo el mensaje de Fátima para que el mal que es aparatoso, y que irrumpe violentamente, no eclipse nuestra mirada ni nos haga desconfiar del triunfo del bien sobre el mal, del amor sobre el odio. Que, como insistieron los niños pastores, no dejemos de rezar el santo rosario por la conversión de los pecadores.
El Beato mártir Pedro Ruiz de los Paños nos recordaba el carácter imprescindible de la oración cuando señalaba: “Se ganan más batallas de rodillas que con los puños”.
Este mes de mayo al intensificar el rezo del santo rosario sigamos pidiendo que venga a nosotros el Espíritu Santo. Cuando rezamos el santo rosario meditamos sobre la vida de Jesús, en compañía de María. En Pentecostés los apóstoles estaban con María rezando, sufriendo, meditando y esperando al Espíritu Santo. Así nosotros, al rezar el rosario, busquemos a María, recemos con María para que venga la luz, el consuelo y la fortaleza del Espíritu Santo.