El misterio de la Trinidad expresa claramente cómo el amor debe ser juzgado por la verdad. Veamos en qué sentido.
La Trinidad está compuesta por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
No se dice: del Espíritu Santo, el Hijo y el Padre, ni del Hijo, el Padre y el Espíritu Santo, sino: del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Todo en una sucesión lógica, pero no cronológica.
Esto significa que sin el Hijo no habría Espíritu Santo, y sin el Padre no habría Hijo.
Pero —y también lo hemos dicho— no es que el Padre haya creado al Hijo y el Hijo al Espíritu Santo. Porque, si así fuera, el Hijo y el Espíritu Santo serían criaturas, y no es así.
Así pues, una sucesión lógica, pero no cronológica.
El cristianismo ortodoxo (el de los rusos, los serbios y los griegos, para ser claros) está lejos del catolicismo no solo porque no reconoce la primacía del obispo de Roma (el Papa), sino también porque, en cuanto a la Trinidad, no reconoce la llamada doctrina del Filioque, es decir, que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
El Espíritu Santo, según los ortodoxos, procedería únicamente del Padre.
Una cuestión de hilar fino, dirían algunos. Puntillos inútiles, dirían otros. Pero no, la pregunta es importante, por no decir extremadamente importante.
Didácticamente, la acción de la creación se atribuye al Padre, la de la redención al Hijo, la de la santificación al Espíritu Santo.
Esto no significa que en el momento de la creación el Padre actuara sin que el Hijo y el Espíritu Santo participaran, ni que en la redención el Hijo actuara sin que el Padre y el Espíritu Santo estuvieran ausentes.
En la creación actuaron el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y así en la redención… pero metodológicamente se dice así:
el Padre crea,
el Hijo redime,
el Espíritu Santo santifica.
Al Hijo también se le llama Verbo (Palabra) para indicar que Él es el Dios que se manifiesta, que se comunica.
El Hijo es también el Logos, la Verdad,
mientras que el Espíritu Santo es Amor.
Y aquí está el quid de la cuestión.
La procesión lógica verdad-amor ya se respeta plenamente en Dios.
El amor siempre debe juzgarse por la verdad; de lo contrario, también puede convertirse en algo terrible.
Tomemos un ejemplo:
- Un padre de familia abandona a su familia porque se enamora de otra mujer, ¿hace lo correcto? Hoy muchos responderían que sí y dirían: «si lo hizo por amor… «
- Dos hombres o dos mujeres se enamoran y deciden vivir juntos, ¿hacen lo correcto? Dirían otros: «Si «lo hacen por amor… «
Pero esa es la cuestión, el error. No juzgar el amor en razón de la verdad.
Si el amor no se juzga por la verdad, se convierte en lo contrario de sí mismo.
Tomemos otro ejemplo:
- ¿Por qué Hitler y sus hombres decidieron perseguir a los judíos? La respuesta puede parecer paradójica, pero no lo es: por demasiado «amor» a la raza aria.
- ¿Por qué Stalin decidió exterminar a millones y millones de pequeños terratenientes? Por demasiado «amor» al estado socialista.
- ¿Por qué Robespierre decidió cortar cabezas tras cabeza? Por demasiado «amor» a la Revolución que sentía amenazada.
¡Esto es amor separado de la verdad!
Si lo piensas bien, este es uno de los errores más comunes de nuestros tiempos.
Hay quienes se quejan de que hoy hay poco amor. No, no es así; hoy lo que falta no es amor, sino conciencia de la Verdad, ¡que es otra cosa!
Hoy falta la convicción de que el amor, para ser verdadero, debe juzgarse por la verdad.
Debemos volver a meditar sobre la naturaleza de Dios para comprender cómo esta verdad ya está presente en su naturaleza íntima, es decir, que el amor es verdadero si se conforma a la Verdad.
Solo así podremos comprender también por qué la Iglesia Católica siempre se ha mantenido firme en el punto del Filioque.
Por CORRADO GNERRE.
