Quienes pretenden atacar a quienes se han mantenido fieles al llamado Rito Tridentino [la Misa Tradicional en latín], argumentan que esta es una actitud contradictoria, ya que lo que hizo San Pío V fue también una especie de introducción de una «Nueva Misa». Sin embargo, esta objeción no se sostiene. Veamos por qué.
San Pío V no inventó nada.
Es cierto que promulgó un misal tras el Concilio de Trento, pero en realidad se limitó a establecer y circunscribir sabiamente un rito que ya se utilizaba en el contexto católico desde hacía siglos.
Un rito que se remontaba al menos (y conviene subrayar «al menos») mil años, precisamente desde el papa Gregorio Magno (540-604). Y por eso la definición precisa es: Rito Romano Antiguo o Rito Gregoriano.
El rito tridentino ha sido prácticamente el mismo desde San Dámaso (finales del siglo IV), con añadidos de Gregorio Magno a finales del siglo VI. En resumen, el rito tridentino fue el estructuramiento de un canon que ya era de origen apostólico.
La llamada Misa «Tridentina» tiene un núcleo central inmutable, establecido por el mismo Cristo, continuado y perfeccionado por los Apóstoles y preservado intacto a lo largo de dos milenios de historia.
La red de ritos y ceremonias que la caracteriza ha evolucionado poco a poco hasta alcanzar una forma casi definitiva a finales del siglo III, que san Gregorio Magno consolidó en cierto modo.
No han faltado elementos secundarios: la solicitud maternal de la Iglesia no ha cesado de restaurar y embellecer el rito, eliminando de vez en cuando las impurezas que amenazaban con oscurecer su esplendor primitivo. (Sor María Perillo, Los orígenes apostólico-patrísticos de la Misa Tridentina, Informe a la Conferencia Summorum Pontificum, mayo de 2013)
Por lo tanto, la Misa Tridentina no fue una novedad, por lo que no es apropiado llamarla «tridentina». De ahí la preferencia por definiciones como «Rito Romano Antiguo» o «Rito Gregoriano».
Lo que el Concilio de Trento y San Pío V (1504-1572) se limitaron a hacer fue una pequeña reforma de un rito de origen apostólico. El padre Louis Bouyer escribe:
El canon romano se remonta, como lo es hoy, a san Gregorio Magno (+604). No existe, ni en Oriente ni en Occidente, ninguna plegaria eucarística que haya permanecido en uso hasta nuestros días que pueda presumir de tanta antigüedad . (L. Bouyer, Mensch und Ritus, 1964).
Monseñor Klaus Gamber, en 1979, escribió:
La liturgia romana ha permanecido casi inalterada a través de los siglos en la (…) forma que se remonta a los primeros cristianos.
Se identifica con el Rito más antiguo. (…). La liturgia Damasiano-Gregoriana es la que se celebró en la Iglesia Latina hasta la reforma litúrgica de nuestros días. (…).
No existe una “Misa Tridentina” o “Misa de San Pío V” en sentido estricto, porque un nuevo “Ordo Missae” nunca fue promulgado después del Concilio de Trento por San Pío V.
Más bien, el Misal que San Pío V había preparado en 1570 era el Misal de la Curia Romana, en uso en Roma durante muchos siglos, que se remonta a la era apostólica. (…).
Hasta Pablo VI, los Papas nunca hicieron ningún cambio en el Ordo Missae, sino solo en las Misas “Propias” de los días festivos individuales. (…).
El padre Reginald Marie-Rivoire escribe:
San Pío V impuso ciertamente un Misal Romano único, pero no se trataba en absoluto de un Misal «nuevo» como el de San Pablo VI que Francisco hoy pretende imponer a la Iglesia latina; se trataba del antiguo Misal Romano «restaurado» según los decretos del Concilio de Trento, es decir, apenas modificado con respecto a las versiones de la Edad Media.
Precisamente por esta razón —su antigüedad— este Misal pudo ser un factor de unidad en la Iglesia. Porque la unidad de la Iglesia no se concibe solo de manera sincrónica, sino también diacrónica.
De hecho, el Misal Romano adoptado por San Pío V contribuyó poderosamente a ambas dimensiones. Mediante la precisión de sus rúbricas, que no dejan nada al azar ni a la improvisación, sino que confieren a cada gesto o postura de los ministros un hieratismo impregnado de noble sencillez, mediante su impecabilidad doctrinal y su purísima expresión de la «lex credendi», favoreció la unidad sincrónica de la Iglesia.
Debido a su carácter esencialmente tradicional, fruto de un desarrollo homogéneo, ha favorecido la unidad diacrónica de la Iglesia.
De hecho, contiene oraciones milenarias que han acompañado toda la historia de la Iglesia y aún hoy nos conectan, en sus partes más antiguas, con los primeros testimonios conocidos de la liturgia en Occidente (siglos III-IV).
El ritus modernus de san Pablo VI es incapaz de cumplir esta doble función unificadora del misal de san Pío V. Su carácter proteico impide la unidad sincrónica, ya que su creatividad a menudo conduce, como el propio papa Francisco reconoce en su carta adjunta, a deformaciones que llegan al límite de lo soportable; su nuevo carácter impide la unidad diacrónica, ya que difiere, tanto en su espíritu como en sus formas externas, del rito romano tal como se ha celebrado hasta entonces.
Finalmente, la reforma de Pablo VI es profundamente distinta de la de Pío V, pues el Papa dominico, al promulgar su misal, respetó todos los ritos – que eran numerosísimos – que podían jactarse de una antigüedad de más de doscientos años. ( El motu proprio Traditiones Custodes puesto a prueba de la racionalidad jurídica, año 2025, pp. 30-32).
El entonces teólogo Joseph Ratzinger escribió:
A propósito, cabe recordar que la manera de introducir el nuevo Misal se aparta de la práctica jurídica del pasado, como observó San Pío V, por ejemplo, en su reforma del Misal, que disponía explícitamente que un «consuetudo» observado durante más de 200 años «nequam auferimus»; así, por citar algunos ejemplos, en Colonia y Tréveris, hasta el siglo XVIII, y en Milán, hasta el Vaticano II, se mantuvo en uso otro tipo, al igual que en la Orden Dominicana; y sería fácil encontrar otros ejemplos.
Con esto, el Misal de Pío V no era un nuevo Misal, sino una forma del Misal Romano en uso en la ciudad, muy poco corregido según las fuentes, es decir, nada más que el círculo de crecimiento del antiguo tronco, desarrollado en línea recta, según un proceso que data de la época de Hipólito.
Por lo tanto, considero que hablar de una «Misa Tridentina» y del «Misal de Pío V» es históricamente falso y teológicamente fatal.
El problema del nuevo Misal [impuesto tras el Concilio Vatica no II] reside, por el contrario, en su abandono de un proceso histórico que siempre ha continuado, antes y después de San Pío V, y en la creación de un volumen completamente nuevo, aunque compilado con material antiguo, cuya publicación vino acompañada de una especie de prohibición de lo anterior, una prohibición, por lo demás, desconocida en la historia jurídica y litúrgica.
Puedo afirmar con certeza, basándome en mi conocimiento de los debates conciliares y en la lectura repetida de los discursos de los Padres conciliares, que esto no se corresponde con las intenciones del Concilio Vaticano II (Carta al profesor Wolfgang Waldstein, Ratisbona, 14 de diciembre de 1976).
En realidad, San Pío V, con su misal, abolió todos los ritos litúrgicos que no podían presumir de más de dos siglos de antigüedad, debido a que errores doctrinales se habían infiltrado en la Iglesia desde hacía tiempo; errores que habían propiciado la herejía protestante.
Existía, en resumen, la seria sospecha de que las innovaciones introducidas en el rito de la misa, a partir del humanismo y el renacimiento, estaban marcadas, al menos implícitamente, por el peligro de herejía.
Así, San Pío V salvó todos los ritos más antiguos (ambrosiano, mozárabe, cartujo, dominico) y restauró en la Iglesia latina, en la pureza de su Tradición Apostólica, el Misal Romano, cuyo canon, por testimonio universal, se remonta al apóstol Pedro.
En resumen, podemos concluir que el Rito Romano Antiguo es de origen apostólico:
Los Padres de los siglos III y IV, al hablar de algún rito o ceremonia en particular, afirman con frecuencia que es de origen o tradición apostólica.
Con esta expresión —científica e históricamente verificable—, probablemente querían referirse al período más antiguo de la Iglesia, demostrando así la vigencia del recuerdo de la actividad litúrgica de los Apóstoles en las diversas Iglesias.
En toda la antigüedad cristiana no hay evidencia que sugiera, como afirman los protestantes y ciertas corrientes teológicas, una injerencia directa de las Comunidades en las funciones del culto. El establecimiento y la regulación progresiva de la Liturgia siempre parece ser tarea exclusiva de los Apóstoles y de los obispos que los sucedieron. (Sor María Perillo, cit.)

Por CORRADO GNERRE.