“Eviten toda clase de avaricia”

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XVIII Domingo del Tiempo Ordinario.

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Jesús nos sigue dando lecciones en su Evangelio. Ante la petición de un hombre que le solicita sea el árbitro en la repartición de la herencia con su hermano, Jesús aprovecha para dejar una lección sobre la avaricia, ya que al parecer se han olvidado del dolor causado por la pérdida de aquel que les dejó la herencia, andan preocupados por las cosas materiales. Recordemos que la avaricia es el afán de poseer muchas riquezas por el solo placer de tenerlas sin compartirlas con nadie. Jesús en Galilea conoció algunos ricos que poseían bienes de más y muchos pobres que les costaba la sobrevivencia. Felizmente Jesús no quiso meterse en líos de herencias y se los dice claramente: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre ustedes?”. Lo único que hace Jesús es darles la clave para que entre ellos busquen la solución y la respuesta: “Guárdense de toda clase de codicia”, les dice. El problema no está en la herencia misma, el problema lo lleva cada uno dentro de su corazón. El filósofo Séneca escribió: ‘Los pobres siempre quieren algo, los ricos, mucho, y los avarientos lo quieren todo’. La codicia empobrece al hombre, lo hace menos humano incluso inhumano, y por último lo convierte en ciego y por consiguiente desprovisto de la única luz capaz de aclarar la noche inevitable.

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Jesús cuenta que un rico se encontró con una cosecha inesperada y se preguntó: “¿Qué haré?”. Esa pregunta también se la hacen aquellos campesinos que le han trabajado sus tierras, que viven al día: ‘¿Qué hará ahora que Dios lo ha bendecido con una abundante cosecha?’; ellos piensan en alguna remuneración que beneficie a todos los trabajadores, pero para aquel hombre sólo existe él, entabla un diálogo consigo mismo, él se pregunta: ‘¿Qué haré?’ Pero también se responde: “Ya sé lo que voy hacer”. No existe nadie más, no se habla de esposa, hijos, parientes, pobres, necesitados, sus trabajadores, él es el centro de todo. No se ha conformado con lo acumulado, cree conveniente acumular más para darse la buena vida; para él la buena vida consiste en: “descansar, comer, beber”. Los pobres y necesitados, los hambrientos y desposeídos, no entran en sus horizontes de planeación; su egoísmo, su ensimismamiento, están por encima de todo. Aquel hombre está equivocado con los bienes materiales; aquel hombre es definido como un necio, ya que los bienes no aseguran la vida a nadie. Jesús deja claro que la vida es breve y depende de Dios.

La cultura actual marcada por un materialismo, nos va conduciendo a creer que poseyendo cosas seremos más felices, se irán terminando nuestros problemas, se llenará el vacío que ha dejado la ausencia de Dios, pero se observan tantos ricos que no le encuentran sentido a sus vidas, que necesitan de sustancias tranquilizadoras para poder dormir; que por acumular riquezas, descuidaron la familia. Muchos se han dado cuenta que la felicidad no se encuentra en el acumular riquezas y han cambiado a tiempo sus vidas. Cuidémonos de la avaricia, cuidémonos de ese afán desenfrenado por conseguir cosas materiales a cualquier costo.

Hoy Jesús nos habla fuerte, para que nos preguntemos: ¿Qué reino estamos construyendo, el de Dios o el nuestro? Pensemos hermanos: ¿Hay algo más vacío que esa inmensa cantidad de personas agitándose en los grandes almacenes, comprando cosas que para nada necesitan? ¿Hay algo más inhumano que enriquecerse aprovechándose y utilizando a los demás? ¿Hay algo más antihumano que eliminar la vida de los demás, para tener más poder o riquezas, como lo hacen quienes militan en el crimen organizado? Las palabras de Jesús no han perdido nada de su fuerza: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios! Qué difícil es vivir en la verdad, descubrir el valor último de la vida y abrirse a Dios, cuando se tiene el corazón poseído por el dinero. “Necio” es un calificativo que podríamos dirigirnos y dirigir a un gran número de personas de nuestro entorno.

Recordemos que este mes de julio, hemos acordado los Obispos de realizar ciertas acciones que nos ayuden a recordar la descomposición social en la que nos encontramos. El 10 de julio, hemos pedido y recordado en las Misas a los sacerdotes asesinados y a todas las víctimas; hemos pedido que del 10 al 31 de julio, en cada Diócesis se ofrecieran Misas, horas santas, procesiones, etc. para pedir la paz que tanta falta nos hace.

En este último domingo del mes, se acordó por la Conferencia del Episcopado Mexicano, que en todas las Misas pidamos por los victimarios, es decir, por aquellos hermanos que han causado daños, sufrimiento y muerte. El pedir por ellos, no es que estemos de acuerdo en su actuar, es que reconocemos que como personas se han equivocado de camino y la oración tiene fuerza para lograr su conversión, ya que deseamos que rectifiquen y vuelvan al camino correcto; si hay que arreglar algún asunto con la justicia que lo hagan.

Da tristeza saber que muchos de los que forman el crimen organizado fueron seducidos por la avaricia; entraron pensando en el dinero fácil, en poseer bienes, se centraron en ellos mismos como el hombre de la parábola, sin darse cuenta el daño que causan a los demás e incluso a sus seres queridos, como son sus padres, hermanos, esposas e hijos, etc.

Deseo hacer ‘eco’ de la voz expresada por la Conferencia del Episcopado Mexicano, en ese comunicado dado el día 4 de julio del presente, que dice: ‘Estamos ante un problema complejo que necesita de todos y todas para atenderlo desde la raíz y así dejar que el Cristo Resucitado haga surgir una nueva mirada que permita construir los acuerdos que hoy México necesita’.

Hermanos, sigamos orando por la paz, pero también hagamos lo que está a nuestro alcance para conseguirla y nunca pongamos nuestra confianza en la acumulación de bienes y mucho menos en bienes ilícitamente adquiridos, sino que, como discípulos de Jesús depositemos nuestra seguridad en el amor del Padre Celestial y de los hermanos.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan