Europa: iglesias incendiadas e iglesias cerradas. ¿Cómo reutilizar debidamente las abandonadas?

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Marcel Proust fue un profeta fácil, cuando ya en 1904 veía demasiadas “iglesias asesinadas” a manos del gobierno francés, que las convertía “en lo que le da la gana: museos, palacios de congresos o casinos”.

Hoy en Francia es aún peor, con tres iglesias incendiadas en menos de una semana, el pasado enero, el último de una serie de actos hostiles contra lugares de culto cuya única debilidad es que cada vez están más vacíos de fieles.

Más que las agresiones, miles de iglesias en Europa sufren el abandono. Con cada vez menos católicos asistiendo a Misa, se encuentran vacías. Y por eso se cierran. En Alemania, en Holanda, en Bélgica, las cifras son asombrosas. Pero también en Italia crece el número de iglesias en desuso. Aquí, al menos, las iglesias no son propiedad estatal, sino eclesiástica, por lo que gozan de una protección espontánea y duradera por parte de las respectivas comunidades diocesanas y parroquiales. Pero cuando estas comunidades se adelgazan y desaparecen, es el fin para las respectivas iglesias. Corren grave peligro de ser enajenados y acabar en el mercado, quizá transformadas en supermercados o salas de baile, o en cualquier caso en algo opuesto al fin para el que fueron construidas.

En el Vaticano intentaron estudiar cómo remediarlo. A finales de noviembre de 2018, el Pontificio Consejo para la Cultura presidido por el cardenal Gianfranco Ravasi promovió una conferencia en la Pontificia Universidad Gregoriana con delegados de los episcopados de Europa y América del Norte, titulada: “¿Dios ya no vive aquí?“. El resultado fueron unas “directrices” que desaconsejaban la “reutilización comercial con fines especulativos” y alentaban, en cambio, la “reutilización con fines sociales”, con objetivos “culturales o sociales”: museos, salas de conferencias, librerías, bibliotecas, archivos, talleres de arte, centros de Cáritas, clínicas, comedores sociales, etc. Salvo en el caso de “construcciones más modestas sin valor arquitectónico”, se permite la “transformación en viviendas particulares”.

Pero más de cuatro años después de aquella conferencia, el riesgo, agigantado, sigue acechando. El número de iglesias en desuso crece a un ritmo acelerado, con una exigencia aún mayor de identificar criterios sensatos para su reutilización.

Esto es lo que intenta hacer, en el último número de “Vita e Pensiero” -revista de la Universidad Católica de Milán- Giuliano Zanchi, sacerdote de Bérgamo, profesor de teología y director de otro mensuario de la misma universidad,  “La Rivista del Clero Italiano”, gran experto en arte y en temas que están en la frontera entre la estética y lo sagrado.

En un artículo titulado “Diversamente chiese, la posta in gioco”, hay dos criterios que Zanchi sugiere seguir en la reutilización de iglesias que han dejado de serlo, pero que desean “volver a proponerse en la vida civil como encrucijada cultural y umbral espiritual”.

El primer criterio, escribe, es el que “aprovecha la dignidad artística normalmente asociada a edificios sagrados históricos, que, en este particular espíritu de los tiempos, definido como “postsecularidad”, ha asumido universalmente las facultades de actuar como indicador de trascendencia”.

Esto se debe a que “las formas del arte, especialmente las que reavivan la fascinación por las glorias clásicas de la cultura occidental, se dan como un culto secular que hereda claramente las funciones que en una época desempeñaba la devoción religiosa”.

Es una fascinación que afecta “incluso al ciudadano agnóstico de la ciudad contemporánea”. En efecto, existe hoy un “culto social del arte, que tiene sus santuarios, sus liturgias, sus sacerdotes, sus mitos, sus sacramentos, sus peregrinaciones y sus días festivos”, que, a su vez, junto con la música, el cine y la literatura, “delimitan un espacio muy hospitalario de una ‘actitud de pensamiento’ común y compartida”.

En resumen, “la sacralidad histórica de muchos edificios religiosos que ya no funcionan como espacios para la liturgia posee todas las cualidades para poder acoger estas necesidades sociales tan arraigadas y funcionar como una verdadera encrucijada de una ‘fraternidad cultural’ en la que animar, en el debate, en la confrontación, en la pluralidad, en la hospitalidad, un sentido común de lo humano”.

El segundo criterio, prosigue Zanchi, consiste en cambio en “esa necesidad típica de la ciudad contemporánea” de disponer de zonas límite, umbrales, “capaces de orientarse hacia lo profundo y lo trascendente, que a falta de otra cosa se identifican en teatros, museos, bibliotecas y otros lugares de anterioridad no utilitaria”.

Se trata de una ulterioridad, un “deseo de espiritualidad”, que ya expresan las iglesias en funcionamiento, incluso para quienes no entran en ellas o son ajenos al culto que se celebra en ellas. Pero que también deberían mantenerse vivas en las iglesias en desuso.

Escribe Zanchi: “En nuestras ciudades, que siguen siendo despiadadamente horizontales incluso cuando construyen rascacielos que desafían al cielo, necesitamos espacios que puedan ser atravesados como ‘umbrales espirituales’ y que vivan un impulso vertical incluso cuando permanecen ocultos en las plantas bajas de la vida urbana. Mantener esta función de todas las formas posibles sería, para muchas iglesias que ya no tienen un uso litúrgico, un destino totalmente coherente con su naturaleza, en las muchas formas concretas en que podría suceder esto”.

Estos dos criterios, prosigue Zanchi, “pueden entrelazarse entre sí” y la Iglesia debería hacer todo lo posible para ponerlos en práctica ella misma, por iniciativa propia. De hecho, si se reutilizan bien, estas reliquias eclesiásticas podrían ofrecer “ambientes de un fuerte simbolismo que aún puede reunir, aglutinar, en torno a necesidades que todo el mundo siente y nadie ve”.

Naturalmente, conscientes de que, para lograrlo, la “condición previa esencial” es que haya en la Iglesia “una visión pastoral espiritualmente libre y capaz de imaginación, que tenga sentido de la perspectiva, el talento para la creatividad y una visión fraterna de su propia presencia en el mundo”.

“Y éste es un punto”, concluye Zanchi, “en el que el catolicismo aún parece vacilar”. En Italia y no sólo en ella.

Por SANDRO MAGISTER.

CIUDAD DEL VATICANO.

MARTES 14 DE FEBRERO DE 2023.

SETTIMO CIELO.

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