Las lecturas de este domingo nos invitan a confiar en las promesas de Dios, a creer en su palabra y su proyecto divino, a estar en vela, esperando el regreso de nuestro Señor. Veamos.
«LA FIRMEZA DE LAS PROMESAS EN QUE HABÍAN CREIDO»
Dios prometió a Abraham que lo haría padre de una gran descendencia (cf. Gen 12,1-3) y él creyó íntegramente en su palabra. Dios promete liberar a su pueblo y darle una “tierra que mana leche y miel” (EX 3,17) y, por medio de Moisés, los saca de Egipto y los conduce a la tierra de promisión. Dios promete a su pueblo un Salvador (cf. Is 7,14) y “llegada la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de una mujer” (Gal 4,4). Las promesas de Dios se basan en la verdad, por eso tienen un alto grado de credibilidad y suscitan en el corazón humano una gozosa esperanza. Dios siempre cumple lo que promete. Además, esperar implica una actitud de vigilancia, como lo marca el Evangelio (cf. Lc 12,40).
«LA FE ES LA FORMA DE POSEER LO QUE SE ESPERA»
La FE es una virtud, por lo tanto es un hábito o actitud buena, que consiste en asentir con el pensamiento o el corazón, una verdad de fe o un acontecimiento humano. La fe nos permite poseer ya desde ahora los bienes futuros y es garantía de conocimiento lo que no se ve (cf. Heb 11,1). La fe, por lo tanto, significa certeza, seguridad y confianza y está íntimamente ligada a la esperanza. Como discípulos del Señor, debemos creer totalmente en la Palabra de Dios, confiar en su proyecto de amor y esperar pacientemente su segunda venida, para la cual, debemos estar alertas (cf. Lc 12,40). Además, la fe es un movimiento del corazón, que impulsa al creyente a vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, por ello requiere: aceptación, decisión y entrega. ¿Cómo es la calidad de tu fe?
¡ESTÉN PREPARADOS!
En el Evangelio, Jesucristo nos invita a poner nuestro corazón en las cosas de Dios, en lo que perdura para siempre, en lo que no se apolilla (cf. Lc 12,33). Para esto es importante dejarse conducir por el Espíritu santo, para elegir lo bueno, lo que le agrada a Dios, lo perfecto (cf. Rm 12,2). Hay dos actitudes básicas que nos exige en esta espera: «la túnica puesta y las lámparas encendidas» (Lc 12,35). Por ello, debemos estar en vela, lo cual requiere disciplina, constancia y perseverancia. Además, Jesucristo habla de un encuentro con el novio, sin saber la hora de su llegada, ello requiere responsabilidad, creatividad y productividad. Jesucristo nos invita a estar preparados, tanto con el corazón, como con el alma y la mente: es decir, debemos amar, vivir y pensar bien. Esta preparación debe ser espiritual y existencial. ¿Cómo te estás preparando para el encuentro con Dios?