‘Éste es el Cordero de Dios’… Al oír estas palabras, siguieron a Jesús

- I I º Domingo de Tiempo Ordinario -

Canónigo Juan de Dios Olvera Delgadillo
Canónigo Juan de Dios Olvera Delgadillo

+ Del santo Evangelio según san Juan: 1, 35 – 42

            En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: “Éste es el Cordero de Dios. Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?. Ellos le contestaron: “¿Dónde vives, Rabí? (Rabí significa maestro). Él les dijo: Vengan a ver.

            Fueron,  pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo:Hemos encontrado al Mesías (que quiere decir el Ungido). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo:Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás (que significa Pedro, es decir, roca).

Palabra del Señor.        R. Gloria a ti, Señor Jesús.

REFLEXIÓN:

  1.  Con este domingo iniciamos a recorrer el tiempo litúrgico llamado Tiempo Ordinario, en el cual iremos recibiendo las enseñanzas de Jesús, esas enseñanzas que Cristo daba diariamente a todos los discípulos que le seguían, y que fueron su predicación pública durante 3 años. Nos situamos así como sus discípulos, no como sus alumnos, pues Jesús no es un profesor, sino un maestro de vida, el único que nos habla como Hijo único de Dios altísimo, el Maestro. Se nos llama pues, a ser buenos discípulos, es decir, no a aprender de memoria lo que oímos, sino a recibir en el corazón lo que escuchamos, la Palabra de Cristo, su Evangelio, y a proyectarlo en nuestra vida diaria, viviendo como Cristo quiere y nos va enseñando, en amor, en perdón, en misericordia, en fe, en confianza, como verdaderos hijos de Dios por nuestra unión con Cristo.
  2. Precisamente el Evangelio de este domingo nos narra cómo se comienza a ser discípulos de Jesús, y como ello es un don, un regalo de la bondad del Padre que nos conduce hasta su Hijo. Veamos el texto evangélico de este domingo.
  3. En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: ‘Éste es el Cordero de Dios :  Vemos cómo San Juan el Bautista cumple su misión de precursor del Mesías, y presenta directamente a Jesús; los discípulos de San Juan Bautista escuchan sus palabras y saben que son palabras contundentes que señalan al “esperado” como Salvador.
  4. Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús: Ellos no comenzaron a especular qué sería conveniente hacer; el mensaje profético del Bautista es claro, Cristo es el Mesías, y la actitud de los discípulos la correcta: hay que seguir a Jesús y no perderlo de vista. Cuánto de esta actitud nos hace falta al escuchar el Evangelio, cuánta duda anteponemos, cuánto nos resistimos a dar el paso de seguir al que será nuestra felicidad. La actitud de los discípulos nos muestra cómo no hay otro camino que el del seguimiento decidido cuando hemos encontrado al Salvador.
  5. “Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: ‘¿Qué buscan?. Ellos le contestaron: ‘¿Dónde vives, Rabí? (Rabí significa maestro). Él les dijo: Vengan a ver : La respuesta de los discípulos es que quieren estar con el Maestro, con quien les enseñará el camino de la verdad y la vida, quieren dejar de ser discípulos del Precursor, del Bautista, y comenzar a ser, por indicación del mismo Bautista, discípulos del Maestro que tiene palabras de vida eterna (Jn 6,68).
  6. Fueron,  pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde: Los comentaristas y teólogos resaltan el detalle de cómo los discípulos recuerdan y precisan la hora del encuentro, para subrayar la veracidad del mismo; un momento importante y esencial en sus vidas, el momento feliz en el que iniciaron a seguir al Maestro y a ser sus discípulos. La esencia de ser discípulos del Señor es “estar con Él”, vivir con Él, seguirlo a donde quiera que vaya, incluso hasta la cruz, pues Él nos promete llevarnos, a través de la cruz, a la vida en plenitud: Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11,25).
  7. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que quiere decir el Ungido): Andrés con verdadera emoción y gozo en el corazón comienza también a ser apóstol; le anuncia a su hermano la feliz noticia: Hemos encontrado al Mesías, algo increíble, la salvación de Dios que durante siglos el Pueblo de Israel esperaba con fe y esperanza. Increíble es el amor de Dios que se manifiesta a los sencillos, como se manifestó a estos pescadores de Galilea, y que se manifiesta a todos los hombres sin que lo merezcamos, ¿quiénes somos nosotros para que el Salvador busque nuestro corazón? La respuesta no es: por aquello que valemos, sino por lo mucho que Dios nos ha amado.
  8. Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás (que significa Pedro, es decir, roca): San Andrés comienza a ser apóstol al llevarle a su hermano Simón; sabe Andrés que no basta con que él le refiera maravillas a su hermano, es necesario que su hermano se encuentre personalmente con Cristo, pues sólo Él puede transformar su vida: “… te llamarás Kefás. Es necesario que todos y cada uno de nosotros seamos personalmente discípulos de Cristo para poder ser transformados por Él. Si abrimos el corazón para que ello suceda, seremos, como aquellos pescadores, inmensamente felices de habernos encontrado con Cristo, y comenzaremos a caminar con Él, seguros de tener en Él la vida eterna. Que la misma inmensa alegría que tuvieron estos pescadores de Galilea, sea la misma que tengamos nosotros al encontrarnos personalmente con Cristo en nuestra vida, y al seguirlo como sus discípulos.
  9. Que la Virgen Santísima de Guadalupe, que siempre nos conduce a su santísimo Hijo, nos tome de su bendita mano, como personas, familias y Nación, y por su poderosa intercesión, salve nuestra Patria y conserve nuestra fe.
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