Escuchar a Jesús en medio de la crisis

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XIX Domingo del tiempo Ordinario.

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

El texto evangélico de hoy, donde “Jesús camina sobre las aguas”, viene inmediatamente después de la multiplicación de los panes; Jesús apremia a sus discípulos a embarcarse y a cruzar el lago, mientras que Él despide a las personas y dedica un tiempo a la oración.

Los discípulos navegaban solos en medio de las aguas, en aquel momento agitadas y turbulentas el lago de Tiberiades; van compartiendo lo que han presenciado esa tarde, pero avanza la noche y se encuentran en medio de la inseguridad del mar, la barca está siendo sacudida por las olas, el viento es contrario, pareciera que todo se vuelve en su contra; además la oscuridad lo envuelve todo, la barca corre el peligro de hundirse. En medio de aquella situación de peligro y de sufrimiento, Jesús aparece caminando sobre el agua, lo cual ocasiona que lo confundan con un fantasma y den gritos de terror; Jesús les parece algo no real, una ilusión de su miedo, no son capaces de reconocerlo en medio de la tempestad y las tinieblas. En ese ambiente, aparecen firmes las palabras de Jesús: “¡Tranquilícense y no teman. Soy yo!”.

Jesús, usando tres verbos, pretende serenarlos:

  1. “Tranquilícense y no teman. Soy yo”. Dos en imperativo: “Tranquilícense y no teman” y uno en indicativo: “Soy yo”. Tranquilícense”, Jesús viene a calmar los miedos, viene a infundir ánimo y esperanza en el mundo;
  2. “No tengan miedo”, es decir, debemos aprender a confiar y a reconocerlo en medio de las dificultades. Qué importante es escuchar a Jesús en medio de las tormentas que vivimos en nuestras vidas. La voz de Jesús calma los temores.
  3. “Soy yo”, es decir, no es un fantasma, es real, está lleno de vida y de fuerza salvadora.

Ante aquella situación, Pedro, dudando de que fuese Jesús, hace una petición “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”; el Pedro impulsivo desea vivir la experiencia de ir hacia Él caminando sobre el agua; no sobre la seguridad de la tierra, sino en la seguridad de la fe. Jesús le dice: “Ven”.

Pedro, baja de la barca y se pone a caminar hacia Jesús; esa es la fe desnuda, caminar en medio de las inseguridades hacia Jesús. Pero Pedro sintió la fuerza del viento, “le entró miedo y empezó a hundirse”; el enemigo de la fe es el miedo, su grito fue: “¡Sálvame, Señor!”. Jesús está pendiente de él y “le tiende la mano, lo sostiene y le dice: ¡hombre de poca fe!y lo interpela: «Por qué dudaste?”. El cardenal John Henri Newman dice: ‘Cuando Pedro puso su mirada en Jesús, empezó a caminar sin dificultad sobre el agua, pero cuando volteo a ver dónde se apoyaban sus pies, sintió miedo’. Hermanos, cuando perdemos de vista a Jesús, los miedos se apoderan de nosotros y podemos hundirnos; no olvidemos gritar a Jesús: ‘¡Sálvame!’, que Jesús estará atento para tendernos la mano.

Nos encontramos ante una hermosa catequesis sobre la fe y la adhesión a Jesús en momentos críticos. El relato nos va llevando, primero pareciera que estamos solos y que las fuerzas contrarias debemos enfrentarlas solos, sin tener un horizonte anclado en Jesús; ponemos nuestra atención sólo en las fuerzas que tiene el mal, nos entra el miedo y empezamos a dudar, caemos en la desesperanza.

No vemos cómo salir de la situación en la que vivimos, por ejemplo, vemos la situación de inseguridad y de violencia, vemos a nuestro país tan golpeado por la violencia; esa situación puede conducirnos a la desesperanza, a la falta de horizontes, a caer en una resignación. Nos olvidamos que debemos mirar a Jesús: ‘Es allí en las crisis donde se aquilata nuestra fe’, como decía Henri de Lubac. Nos toca gritarle a Jesús: ‘Sálvanos’. Es decirle, desde lo más profundo de nuestro ser: ‘Nosotros solos no podemos; haznos humildes y humanízanos’. No estamos solos, ni Jesús es un fantasma o una ilusión. Jesús está para tendernos la mano. Imaginemos aquella experiencia de Pedro, tomado de la mano de Jesús y sin miedo subió a la barca; aquellos discípulos temerosos que habían gritado: “Es un fantasma”, ahora decían: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.

Hermanos, cada uno en nuestra vida hemos experimentado a Dios de diferentes maneras, hemos sentido su presencia y hemos recibido algún favor que le hayamos pedido; pero a pesar de esa experiencia, muchas veces seguimos dudando, y con certeza Jesús puede decirnos: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? ¿Por qué sigues dudando?”. No nos quedemos en las dificultades de la vida y en lo mal que está el mundo; es momento de levantar nuestra mirada a Jesús y gritarle: ‘¡Sálvanos!’. No olvidemos que, en medio de la oscuridad y los vientos contrarios, Jesús se hace presente y es allí donde la fe debe hacerse más fuerte; es allí donde debemos aferrarnos a la mano de Jesús para que llegue nuestra calma. Tomados de Jesús, no quiere decir que no habrá tempestades y vientos contrarios, quiere decir que, caminaremos seguros sin miedos a naufragar. Levantemos la mirada hacia Jesús y dejemos que el viento siga soplando. Cuando las tribulaciones, los miedos, las ausencias de fe, se hagan presentes en nosotros; cuando nos hundamos, no olvidemos invocar al Señor que nos salvará, y llegará la calma y el cambio de la tribulación a la paz, porque Dios siempre sale al encuentro de los hombres angustiados y temerosos, invitándoles a confiar y asegurándoles su presencia.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan