El texto evangélico de hoy, donde “Jesús camina sobre las aguas”, viene inmediatamente después de la multiplicación de los panes; Jesús apremia a sus discípulos a embarcarse y a cruzar el lago, mientras que Él despide a las personas y dedica un tiempo a la oración.
Los discípulos navegaban solos en medio de las aguas, en aquel momento agitadas y turbulentas el lago de Tiberiades; van compartiendo lo que han presenciado esa tarde, pero avanza la noche y se encuentran en medio de la inseguridad del mar, la barca está siendo sacudida por las olas, el viento es contrario, pareciera que todo se vuelve en su contra; además la oscuridad lo envuelve todo, la barca corre el peligro de hundirse. En medio de aquella situación de peligro y de sufrimiento, Jesús aparece caminando sobre el agua, lo cual ocasiona que lo confundan con un fantasma y den gritos de terror; Jesús les parece algo no real, una ilusión de su miedo, no son capaces de reconocerlo en medio de la tempestad y las tinieblas. En ese ambiente, aparecen firmes las palabras de Jesús: “¡Tranquilícense y no teman. Soy yo!”.
Jesús, usando tres verbos, pretende serenarlos:
- “Tranquilícense y no teman. Soy yo”. Dos en imperativo: “Tranquilícense y no teman” y uno en indicativo: “Soy yo”. “Tranquilícense”, Jesús viene a calmar los miedos, viene a infundir ánimo y esperanza en el mundo;
- “No tengan miedo”, es decir, debemos aprender a confiar y a reconocerlo en medio de las dificultades. Qué importante es escuchar a Jesús en medio de las tormentas que vivimos en nuestras vidas. La voz de Jesús calma los temores.
- “Soy yo”, es decir, no es un fantasma, es real, está lleno de vida y de fuerza salvadora.
Ante aquella situación, Pedro, dudando de que fuese Jesús, hace una petición “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”; el Pedro impulsivo desea vivir la experiencia de ir hacia Él caminando sobre el agua; no sobre la seguridad de la tierra, sino en la seguridad de la fe. Jesús le dice: “Ven”.
Pedro, baja de la barca y se pone a caminar hacia Jesús; esa es la fe desnuda, caminar en medio de las inseguridades hacia Jesús. Pero Pedro sintió la fuerza del viento, “le entró miedo y empezó a hundirse”; el enemigo de la fe es el miedo, su grito fue: “¡Sálvame, Señor!”. Jesús está pendiente de él y “le tiende la mano, lo sostiene y le dice: ¡hombre de poca fe!” y lo interpela: «Por qué dudaste?”. El cardenal John Henri Newman dice: ‘Cuando Pedro puso su mirada en Jesús, empezó a caminar sin dificultad sobre el agua, pero cuando volteo a ver dónde se apoyaban sus pies, sintió miedo’. Hermanos, cuando perdemos de vista a Jesús, los miedos se apoderan de nosotros y podemos hundirnos; no olvidemos gritar a Jesús: ‘¡Sálvame!’, que Jesús estará atento para tendernos la mano.
Nos encontramos ante una hermosa catequesis sobre la fe y la adhesión a Jesús en momentos críticos. El relato nos va llevando, primero pareciera que estamos solos y que las fuerzas contrarias debemos enfrentarlas solos, sin tener un horizonte anclado en Jesús; ponemos nuestra atención sólo en las fuerzas que tiene el mal, nos entra el miedo y empezamos a dudar, caemos en la desesperanza.
No vemos cómo salir de la situación en la que vivimos, por ejemplo, vemos la situación de inseguridad y de violencia, vemos a nuestro país tan golpeado por la violencia; esa situación puede conducirnos a la desesperanza, a la falta de horizontes, a caer en una resignación. Nos olvidamos que debemos mirar a Jesús: ‘Es allí en las crisis donde se aquilata nuestra fe’, como decía Henri de Lubac. Nos toca gritarle a Jesús: ‘Sálvanos’. Es decirle, desde lo más profundo de nuestro ser: ‘Nosotros solos no podemos; haznos humildes y humanízanos’. No estamos solos, ni Jesús es un fantasma o una ilusión. Jesús está para tendernos la mano. Imaginemos aquella experiencia de Pedro, tomado de la mano de Jesús y sin miedo subió a la barca; aquellos discípulos temerosos que habían gritado: “Es un fantasma”, ahora decían: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.
Hermanos, cada uno en nuestra vida hemos experimentado a Dios de diferentes maneras, hemos sentido su presencia y hemos recibido algún favor que le hayamos pedido; pero a pesar de esa experiencia, muchas veces seguimos dudando, y con certeza Jesús puede decirnos: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? ¿Por qué sigues dudando?”. No nos quedemos en las dificultades de la vida y en lo mal que está el mundo; es momento de levantar nuestra mirada a Jesús y gritarle: ‘¡Sálvanos!’. No olvidemos que, en medio de la oscuridad y los vientos contrarios, Jesús se hace presente y es allí donde la fe debe hacerse más fuerte; es allí donde debemos aferrarnos a la mano de Jesús para que llegue nuestra calma. Tomados de Jesús, no quiere decir que no habrá tempestades y vientos contrarios, quiere decir que, caminaremos seguros sin miedos a naufragar. Levantemos la mirada hacia Jesús y dejemos que el viento siga soplando. Cuando las tribulaciones, los miedos, las ausencias de fe, se hagan presentes en nosotros; cuando nos hundamos, no olvidemos invocar al Señor que nos salvará, y llegará la calma y el cambio de la tribulación a la paz, porque Dios siempre sale al encuentro de los hombres angustiados y temerosos, invitándoles a confiar y asegurándoles su presencia.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!