¡Es una comunidad de tres personas!

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el Domingo de la Santísima Trinidad

Mons. Cristobal Ascencio García

Iniciemos hoy con un poco de historia: Hace 1,700 años, en el año 325, se celebró el primer Concilio Ecuménico en Nicea y precisamente ahí los Obispos reflexionaron sobre el misterio de la Santísima Trinidad. De este Concilio surgió el símbolo (credo) Niceno: “Creemos en un solo Dios, Padre Omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles e invisibles. En un solo Señor, Jesucristo, Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre… y en el Espíritu Santo” (Cf. Denzinger 54).

El domingo pasado terminamos el tiempo de Pascua y retomamos el tiempo Ordinario que habíamos dejado antes de la cuaresma; el color litúrgico de este tiempo es el verde, hoy usamos blanco precisamente por la solemnidad que celebramos, que es la Santísima Trinidad. Celebramos el Misterio central de nuestro cristianismo, fundamento de nuestra vida; un misterio que aprendimos desde muy niños, cuando nuestras madres nos enseñaron la doxología, que recitamos muchas veces de manera mecánica, es decir, sin darnos cuenta de lo que decimos: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, mientras trazamos una cruz en nuestro cuerpo.

Los grandes Teólogos de los primeros siglos lucharon por escribir fórmulas sencillas para hacer alusión a grandes misterios, con la finalidad de que se aprendieran con mayor facilidad. Así crearon lo que llamamos doxología, que hace alusión al gran misterio cristiano: “Dios que es Uno y Trino”. Un solo Dios en tres Personas distintas. No pretendo explicar el Misterio Trinitario, deseo respetar el Misterio e invito a contemplar la grandiosidad de Dios que ha querido manifestarse en Jesucristo y que nos deja su Espíritu Santo que nos impulsa en el mundo.

La fórmula Trinitaria la aprendimos desde muy niños y la repetimos al levantarnos y al acostarnos; cada vez que empezamos nuestros trabajos nos encomendamos a la Santísima Trinidad, a su Divina Providencia. Todo lo emprendemos con esta fórmula, la celebración de los sacramentos, los sacramentales, nuestras reuniones, etc. El gran peligro que corremos es que, es tan sencilla y tan repetitiva, que la decimos sin ser plenamente conscientes de lo que estamos recitando; lo hacemos de manera mecánica. Qué bonito que empecemos a valorar esta expresión tan sencilla y tan llena de sentido. Tengamos siempre presente que estamos ante un gran Misterio; no olvidemos que sin Jesús no es posible entender al Padre y sin el Espíritu no es posible entender a Jesús.

Hermanos, la presencia del Espíritu Santo, hace que suframos menos la ausencia física y visible de Jesús; una de las principales funciones del Espíritu Santo es recordar lo que ya ha dicho Jesús. No inspirará nada nuevo, ya que Jesús lo dijo todo,

escuchemos: “Él me glorificará porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando”.

Como cristianos, debemos ser dóciles al Espíritu Santo, ya que también una de sus funciones es, guiar hacia la verdad plena, hacia Dios, por lo tanto, debemos permitir que sea el Espíritu el que nos guíe; eso implica darle un golpe a nuestro egoísmo, a nuestra autosuficiencia, a ese creer que no necesitamos de nadie más para caminar por la vida.

En este mundo donde pareciera que no necesitamos de Dios, vemos como nos estamos deshumanizando. Qué bueno que mientras somos peregrinos en este mundo, seamos conscientes y experimentemos la presencia del Espíritu Santo, para poder ser dóciles a sus inspiraciones, de tal manera que, cuando tengamos que tomar decisiones en la vida, podemos preguntarnos: ¿Me está inspirando el Espíritu Santo? ¿No será una decisión basada en mi egoísmo, en mi orgullo, en mi soberbia? ¿Cómo decidiría una persona que se deja guiar por el Espíritu Santo?

Hermanos, Jesús al regresar al Padre el día de la Ascensión prometió que enviaría al Paráclito, al Espíritu Santo, y el día de Pentecostés fue derramado sobre los Apóstoles. El día de nuestro Bautismo y de nuestra Confirmación, el Espíritu Santo es derramado en cada uno de nosotros. No estamos solos, a través del Espíritu Santo se siguen haciendo presentes el Padre y el Hijo. Permitamos que sea el Espíritu Santo el que nos guíe a la verdad plena, que es Dios.

Dios Trinidad es una realidad vital y no una entidad abstracta, ya lo decía Schillebeeckx: ‘La Trinidad, más que un misterio de especulación, es un misterio de vivencia’. Él se manifiesta más que con palabras, en las acciones concretas de sus intervenciones salvíficas.

Hermanos, ¡qué maravilloso es Dios! ¡Es una comunidad de tres Personas!:

El Padre sabe nuestras miserias y pecados, nuestras infidelidades, pero con un corazón grande nos reconcilia con Él por la sangre de su Hijo. A ninguna persona excluye de su amor, ni a nadie niega su perdón ilimitado.

El Hijo único del Padre es Jesús, enviado por el mismo Padre al mundo para hacerse uno de nosotros. Su gozo se manifiesta en estar entre los hijos de los hombres. Es un Dios volcado hacia nosotros, que se gasta generosamente hasta la muerte para alcanzarnos el rescate y la liberación.

El Espíritu Santo es por su parte, el amor mismo del Padre y del Hijo que se derrama en nuestros corazones para enseñarnos a amar como Dios nos ama.

Digamos y démosle siempre: “Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén”.

Les bendigo a todos, en el nombre de la Santísima Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Feliz domingo para todos.

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan
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