Podría decirse que los dos grandes personajes de la jerarquía católica desaparecidos estos últimos días –el Papa Benedicto y el cardenal australiano George Pell– se han ido a la casa del Padre con sendas críticas al pontificado de Francisco.
En un caso, es exactamente lo último que sabemos hizo antes de morir. El cardenal George Pell, horas antes de ingresar para la operación de la que no habría de salir con vida, envió al semanario británico The Spectator una aguda y brutal crítica al proyecto estrella del Santo Padre en estos momentos, el sínodo de la sinodalidad, que califica de “pesadilla tóxica”. A eso quizá, o quizá no, podemos sumar la andanada aún más general firmada hace un año por un tal Demos que, a decir del prestigioso vaticanista Sandro Magister, no sería otro que el propio Pell. En este incendiario documento, que circuló profusamente entre los cardenales, se calificaba directamente el pontificado de Francisco como “desastroso, una catástrofe”.
La crítica del más discreto y silente Benedicto no es verbal ni directa. Pero solo ahora hemos sabido por el libro de su secretario, monseñor Georg Gänswein, Nada más que la verdad, que la lectura del motu proprio de Francisco Traditionis custodes le rompió el corazón. Tampoco es una sorpresa, teniendo en cuenta que el TC viene a derogar un documento que el mismo Benedicto había promulgado solo catorce años antes.
Pero estos dos casos son solo los más llamativos de una corriente en la que, no lo ocultamos, se ha incluido también INFOVATICANA y en la que, desde luego, no hemos estado solos. Surge la pregunta: ¿Es lícito criticar a un Sumo Pontífice, al Vicario de Cristo, a aquel que no puede ser juzgado por nadie en esta tierra?
Dejemos que responda una fuente autorizada: “Primero que nada las críticas siempre ayudan, siempre. Cuando uno recibe una crítica rápidamente se debe hacer autocrítica y decir esto es cierto, esto no, o ver hasta qué punto. Yo siempre en las críticas veo ventajas. A veces enojan, pero sí hay ventajas”.
Son palabras, como quizá hayan recordado, del propio Francisco en 2019, a la vuelta de su periplo africano. Y agregaba: “La crítica es un elemento de construcción y si tu crítica no es certera prepárate a recibir la respuesta y a dialogar, a una discusión y llegar a un punto justo: esta es la dinámica de la verdadera crítica”. Ya en el inicio de su pontificado, de hecho, Francisco animó a que le criticasen, argumentando que “criticar al Papa no es pecado”.
Siempre que sean respetuosas y que tengan como fin la corrección o la aclaración, las críticas pueden ser incluso necesarias. Puede leerse como crítica, por ejemplo, las dubia formales presentadas por cuatro cardenales en las que rogaba al Papa que aclarase determinados puntos confusos de su carta postsinodal Amoris laetitia. Y el hecho de que Francisco respondiese con el silencio, además de hacernos dudar de su deseo de ser criticado, subraya la principal razón por la que el Papa debe ser criticado: la tendencia a rodearse de sicofantes y cortesanos que le den en todo la razón, aislándole de esa voz del Pueblo de Dios que dice querer escuchar.
Si algo nos hace temer del desarrollo del sínodo criticado por Pell no es solo que su planteamiento sea frontalmente contrario a la doctrina católica, es decir, a lo que es siquiera lícito debatir, o que dé pie a una forma de entender la Iglesia, jerárquica por deseo de su Fundador, como una estructura ‘democrática, que también. Tememos, además, y no sin indicios más que razonables, que se convierta en una cámara de eco en la que se tome por “voz del Pueblo de Dios” la opinión de activistas heterodoxos seleccionados o autoseleccionados en un ‘proceso de escucha’ que, por ser suave, ha tenido poco de representativo.
Por CARLOS ESTEBAN.
MARTES 17 DE ENERO DE 2023.
INFOVATICANA.