Epifanía a la mexicana

Guillermo Gazanini Espinoza
Guillermo Gazanini Espinoza

La rosca persiste. Hoy, tiendas y panaderías, las venden variadas y en diversas presentaciones. Tradicional o gourmet, con Niños Dios, reyes sorpresa o “puesta a la moda” donde Jesús Niño es usurpado por el baby Yoda, muñequitos extraños ante el vacío del significado que implica la búsqueda del Niño en ese trozo de pan.

Fieles a sus promesas, los magos de oriente cumplieron su compromiso esta madrugada del 6 de enero. Sonrisas, caritas de ilusión y del estupor por ver que, una noche antes, el nacimiento bajo el árbol ahora luce más colorido con esos regalos que sólo los reyes pueden dar.

Después de la pandemia,  queremos ver en los magos el anuncio de la Buena Noticia, de alegría y revelación, en el día de la rosca, convertida en reina de la reunión familiar mientras los pequeños gozan de los juguetes aparecidos milagrosamente esta mañana.

Epifanía, fiesta que para los mexicanos es enganchar otro compromiso para el 2 de febrero, los padrinos del Niño Dios en la rosca, tamales y atole prolongando la Navidad y la nostalgia por la navidad y el fin de año.

De España nos llegó esa tradición en los primeros años de la evangelización. Elaborado, cuidadosamente adornado, ese pan simboliza el mundo para tomarlo en búsqueda del Niño Jesús, odisea única en la cosmovisión de esta parte de mundo donde lo espiritual se conjuga con el alimento temporal de la fiesta de la Epifanía, rosca “ovalada”, entre más alargada, mejor, conveniente para reunir a la familia, ese lujo que adorna al pan con frutas secas y curtidas, acitrones, membrillos y cerezas. Esa representación del mundo oculta en su interior al “muñequito” que nadie quiere sacar por temor al compromiso tamalero del día 2 de febrero, para “no hacerse rosca” y sostener con dignidad el padrinazgo.

¿Cuándo inició esa práctica de poner a Jesús escondido? Nadie lo sabe, pero las crónicas decían que una confitura o haba se ocultaba para que, quien la descubriera, se obligaba espiritualmente a presentar al Niño Dios del nacimiento en el día de la Candelaria. Después, en lugar de habas y confites, el Niño de porcelana, difícil de deglutir para no evadir el compromiso adquirido.

Partiendo la rosca de reyes, varios Niños están en su interior a la espera de ser descubiertos para que, como los magos, nos postremos y adoremos.

La rosca de reyes sobrevive en memoria de las tradiciones que superan la bruma de los tiempos, fortaleciendo los lazos familiares y recuperando la esperanza para estar juntos, la que nació y fue puesta en el humilde en el pesebre en la “Primera Epifanía, la del amor, bondad y verdad, fiesta del Día de Reyes, día de dones”, el recuerdo de los magos quienes en Belén, llenos de alegría al reconocer la estrella que anunció, jamás imaginaron que en la mesa, miles los semejarían al buscar al Niño en una fiesta a la mexicana donde todos quieren rosca, pero cruzan los dedos para no encontrar al Hijo de Dios.  

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