Queridos hermanos, hermanas, en Cristo Jesús:
A todos los saludo con mucha alegría; me da gusto ver algunos niños, adolescentes, jóvenes, adultos, adultos mayores, toda esta expresión de nuestra Iglesia, viva, que camina; y también quiero saludar a los que siguen esta transmisión a través de los medios digitales de nuestra amada Arquidiócesis de Tlalnepantla, en algunos lugares de la República Mexicana y también del extranjero. «Entre voces de júbilo, Jesús asciende a los cielos», y por eso decimos: Aleluya, alegría.
Hoy las lecturas retratan muy bien este acontecimiento de la Ascensión del Señor.
Hago un paréntesis para decir que hoy celebramos también aquí en nuestra Catedral la devoción tan hermosa del Señor de las Misericordias, por eso hemos oído, cuetes y música desde temprano, para celebrar la misericordia del Señor, el amor que nos tiene nuestro Señor Jesucristo. Cierro el paréntesis.
Vemos en la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, y en el Evangelio, de San Marcos, el mismo acontecimiento de la Ascensión del Señor a los cielos. Quiero invitarlos para que cada uno de nosotros nos imaginemos ese escena cuando Jesús se reúne con sus amigos, con sus apóstoles, y delante de ellos asciende a los cielos. ¿Ya todos se imaginaron esa escena? ¿Qué fue lo que pasó ahí?
Se nos dice que Jesús se apareció durante 40 días después de su muerte para animarlos, para darle la paz, para decirles que continuaran adelante, aunque todavía algunos, o la mayoría, todos, los apóstoles, estaban despistados, tanto que alguno le preguntó a Jesús: «¿Ahora sí vas a restaurar la soberanía de Israel?», porque pensaban que había venido a eso, y Jesús vino a salvarnos, a enseñarnos los caminos de salvación, de su Reino. Y Jesús, seguramente con mucha paciencia, les explicaba a qué había venido al mundo, pero que ya tenía que partir.
Y entonces sucede ese ese acontecimiento de que, en su presencia, empieza a subir a los cielos.
Jesús había hecho milagros extraordinarios, como la multiplicación de los panes, como resucitar a Lázaro, a muertos, y subió a los cielos para estar a la derecha del Padre. Ahí queda este hecho, pero podemos preguntarnos cuál es el significado profundo.
Jesús los deja y ellos están tristes, porque ya no lo van a ver físicamente, pero lo más importante es que les iba a dar, y nos da, al Espíritu Santo.
De tal manera que se quedaron anonadados, se quedaron inmóviles, ahí, parados, viendo que subía a los cielos, y por eso se les aparecen dos ángeles, dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacen ahí parados? Ustedes tienen que ir a dar testimonio, a ser testigos del Evangelio».
Jesús les había dicho en esa escena el mandato misionero: «Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio», tenemos el mandato en el Evangelio de San Marcos. Después ellos, con la fuerza del Espíritu Santo, continuaron la misión de Jesús.
Y qué maravilloso, qué hermoso es que en nuestra Arquidiócesis, ya desde hace algunos años, también nosotros queremos seguir este mensaje. Él les dice a sus Apóstoles, pero nosotros formamos ya parte de esta Iglesia de Jesucristo, fundada hace XXI siglos, y también el mandato es para todos los bautizados, para cada uno de nosotros.
Hace años empezó esta experiencia de tener la Gran Misión Católica, el que podamos salir, tocar las puertas, tocar el corazón de las personas, para anunciarles a Jesucristo, pero también tenemos la fuerza del Espíritu Santo.
Yo siempre digo que a nosotros nos toca poner la semilla, plantar y regar, para que vaya creciendo esa semilla que se convierte en un árbol, pero el que le da crecimiento y le da frutos es el Espíritu Santo.
Así es que nosotros no vamos a esta Misión Católica por nuestra cuenta, vamos en nombre de Jesucristo, en nombre de la Iglesia, y el Señor es el que va a hacer maravillas.
Uno de los aportes más importantes para la misión, es que en el 2007, en una reunión en Aparecida, Brasil, la reunión del Episcopado Latinoamericano, quedó una cuestión muy clara, estando de Papa Benedicto 16: «La misión no es de un día, la misión es permanente, es de todos los días».
Hoy es sensacional que las 200 parroquias, los seis municipios que comprenden nuestra Arquidiócesis, todos salgamos, es un signo muy bonito, pero no quiere decir que la misión termina hoy, la misión continúa todos los días, para anunciar a Jesucristo.
Vamos a invitar a la gente para que se acerque a la Iglesia, a sus parroquias, para que pueda tener algún retiro, para que se puedan formar pequeñas comunidades, y también una cosa muy importante es invitarlos a participar en los conversatorios por la Paz, que es algo que nos preocupa mucho.
El problema número uno en México es la violencia, la inseguridad, y tenemos que pedirle al Señor que nos de Paz, pero también nosotros la vamos construyendo.
Entonces estos conversatorios nos van a ayudar a ir tomando conciencia de que somos corresponsables en esta tarea.
Salgamos con alegría hoy a las calles, sabiendo que nos acompaña el Espíritu Santo.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles vemos cómo las primeras comunidades vivían unidas, compartían lo que tenían, eran constantes en la fracción del pan y en la Palabra, una experiencia que se repite, y yo que el signo más importante era que manifestaban alegría, felicidad.
Que también la gente, cuando nos vea a nosotros, experimenten: ¿Por qué están alegres? Porque hemos tenido un encuentro con Jesús, muerto y resucitado.
Que se den muchos frutos para nuestra amada Arquidiócesis de Tlalnepantla y que nosotros nos sintamos hoy discípulos misioneros, discípulas misioneras, de Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.
+José Antonio Fernández Hurtado
Arzobispo de Tlalnepantla