Los hechos del Evangelio de este domingo están ubicados en el templo de Jerusalén; en aquel lugar, centro religioso de los judíos, se encontraban y se codeaban los escribas y fariseos, cumplidores de la ley, además los escribas eran los que aleccionaban sobre la Torá. Jesús sigue enseñando; no olvidemos que el Evangelio de San Marcos está dedicado a la instrucción del discipulado: cómo ha de ser el discípulo de Jesús, el encargado de vivir y trasmitir el Reino de Dios. Hoy nos deja dos grandes instrucciones:
- Jesús pone en guardia a los discípulos frente a los escribas del templo, ya que la vivencia de su religión iba por caminos equivocados, era una práctica externa, es fachada que tapa la codicia. Jesús previene a sus discípulos para que no repitan el modo de ser de los escribas que se la dan de mucho, cuando en su interior no existe ni el amor a Dios, ni al prójimo, sólo amor a sí mismos.
- Jesús hace que nos fijemos en una viuda, pobre en dinero, pero rica en confianza en Dios y en una generosidad sin límites.
Los escribas: Ellos eran los conocedores de la ley y la enseñaban, pero gran número de ellos, no podemos afirmar que todos, se habían quedado en el conocimiento muy alejado de la práctica, ya que buscaban su propia gloria y explotaban a los más débiles. A ellos no hay que admirarlos y menos seguir sus ejemplos.
Jesús advierte sobre estos tres defectos de los escribas:
- La vanidad: Se nos dice que se paseaban de manera pomposa en las plazas; les gustaba esos saludos ceremoniosos y reverencias; el ocupar los lugares de honor.
- La hipocresía: Consistía en una devoción ostentosa, basada en extensión de oraciones, ofrecida como espectáculo para adquirir admiración y estima. No conducían a los demás a Dios, sino que atraían la atención hacia sí mismos.
- La codicia: Se da entender que la religiosidad era falsa; en lugar de ayudar a los pobres, a los indefensos, no dudan en explotarlos sin pudor; aprovechaban cualquier oportunidad.
Jesús critica esa falsa piedad, esa piel de oveja, esa rapacidad de aquellos conocedores de la ley. Advierte a sus seguidores y nos sigue advirtiendo a nosotros para que no caigamos en esos defectos. Cuidemos las apariencias, que frente a Dios cae todo tipo de máscaras.
La viuda: Jesús entra al templo y está en el lugar donde se colocan las ofrendas; no se dice que haya colocado su ofrenda, pero por algo está en ese lugar. Observa a aquellos que depositan su ofrenda en las alcancías; desde los que dan con abundancia y lo hacían de manera aparatosa para que los vieran, hasta los que dan desde su pobreza, como aquella viuda pobre que sus monedas no hacen ruido en la alcancía.
Jesús se queda con la actitud de una viuda pobre; es capaz de ver lo que echa “dos monedas de ínfimo valor, todo lo que tenía para vivir”. Es una actitud que no quiere que quede en el anonimato; llama a sus discípulos para que aprendan de aquella viuda, ya que difícilmente encontrarán en aquel lugar un corazón más religioso y más solidario con los necesitados. Esa viuda no busca honores, da todo lo que tiene, con la certeza que otros pueden necesitar; pone su granito de arena con toda la generosidad. Esa actitud la podemos encontrar en nuestros días en muchas personas de nuestras comunidades; por ejemplo, cuando llegan las colectas para ayudar al seminario, a las misiones o a damnificados, son las que colocan su ofrenda recordando aquella viuda. Ellas son las que hacen del Evangelio una actitud de vida; de estas personas debemos aprender. Aquella viuda era sensible a las necesidades de los demás y se compadeció de aquellos necesitados.
Hermanos, vivimos en una cultura donde buscamos el bienestar personal y corremos el riesgo de olvidar la compasión; nos cuesta saber padecer con el que sufre. Cada uno se preocupa de sus cosas y los demás quedan fuera de nuestro horizonte. En este mundo individualista, se entienden menos los problemas de los demás.
Cuando damos, es porque sabemos que otros necesitan y queremos hacernos solidarios. El dar, implica la sensibilidad y damos de manera desinteresada, nos centramos en la necesidad del otro. Ese otro que necesita, damos, no porque pertenezca a tal o cual grupo, o religión, o pertenezca a una raza determinada, sea blanco o negro, damos porque lo necesita y sin esperar nada a cambio.
Aquella viuda nos enseña mucho y me hace recordar las dádivas que hacen algunos gobiernos como: repartir despensas con el logotipo, sin duda, esperando un día el favor se regrese con votos para su partido. Dan a los de su partido, dan no de lo de ellos, sino lo del mismo pueblo, pero esperando aplausos. Es momento de que todos pensemos:
¿Somos capaces de dar? Y si damos ¿con qué intención lo hacemos? ¿Damos de lo que nos sobra o damos de lo que tenemos para vivir? ¿Somos generosos? Frente a Dios no sirven las máscaras; Él conoce las intenciones de nuestros corazones. No olvidemos que las máscaras un día caen, las apariencias pasan y no hay camuflaje que dure.
Hermanos, aprendamos a no imitar la codicia de los escribas y a hacer nuestra la actitud de la viuda, esa actitud de generosidad y confianza en Dios. Dios no tiene necesidad de lo que tenemos, sino de lo que somos, y la viuda le ofreció su vida y su corazón.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!