HOMILÍA
III DOMINGO DE ADVIENTO,
“GAUDETE”.
Ciclo B
Is 61, 1-2. 10-11; 1 Tes 5, 16-24; Jn 1, 6-8. 19-28.
“Enderecen el camino del Señor” (Jn 1, 23).
In láak’e’ex ka t’aane’ex ich maaya kin tsikike’ex yéetel ki’imak óolal. Le u k’iinbejsa’ bejla’e’ yaan u jach Kili’ich toj noj k’iino’ob yéetel u ki’imak óolalil, k’ajóolta’an u óoxp’éel domingo ichil u síijil Jesús, bey domingo “Gaudete” u k’áat ya’ale’ Ki’imakchak a wóole’ex. Lelá u k’aat t’aantiko’ob ti’olal le k’iino’ob náads u taal u síijil Jesús.
Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor en este tercer domingo del tiempo de Adviento, domingo tradicionalmente llamado “Gaudete”, que significa “Alégrense”.
En este domingo toca encender la vela color de rosa de la corona de Adviento, y algunos sacerdotes usarán hoy este color de ornamento para celebrar la santa misa. Este color es signo de la alegría que nos produce el objeto de nuestra espera. Casi todas las mujeres que llevan en su vientre un hijo, por más que tengan incomodidades y sobrelleven sacrificios por su embarazo, mantienen la alegría a causa del niño que esperan. Hay muchas otras cosas que podemos esperar con alegría, pero nada produce tanto gozo como el niño que está por nacer.
Nosotros esperamos celebrar la Navidad, es decir, el nacimiento del “Niño” con mayúscula, que ha significado el centro de nuestra historia. Por eso la liturgia de la Iglesia en los templos nos hace vivir el memorial, es decir, el recuerdo vivo de una realidad que se actualiza. Pues no es algo sólo de nuestra memoria o de la historia, sino que toca a cada ser humano en cualquier época. Son muchas las cosas que se hacen en casa en esta fiesta, con un sentido cuasilitúrgico: el nacimiento, el pino, los adornos, las posadas, los regalos (especialmente los que se dan a los niños), los cánticos; todo nos ayuda a vivir la memoria que sigue dando sentido a nuestra existencia.
El hombre que ha vivido la más perfecta alegría es el mismo Hijo de Dios encarnado. En el pasaje de hoy en la primera lectura, el profeta Isaías nos anuncia al Mesías que ha de venir, y pone en sus labios las siguientes palabras: “Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me revistió con vestiduras de salvación y me cubrió con un manto de justicia, como el novio que se pone la corona, como la novia que se adorna con sus joyas” (Is 61, 10). Cuando Jesús vivió entre nosotros, también hizo notar su alegría, como cuando dice el evangelio que: “En ese momento, Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo” (Lc 10, 21).
Fijémonos bien en que el pasaje de Isaías compara la alegría del Mesías con la alegría de un novio, que se engalana para su boda, o la de una novia, que se adorna con sus joyas. Ya se había figurado en otros pasajes del Antiguo Testamento el amor de Yahvé-Dios por su pueblo Israel, como el de un enamorado esposo. También algunos pasajes del nuevo Testamento nos hablan de este simbolismo, como cuando Jesús predica el Reino de Dios bajo la figura de un banquete de bodas, también cuando san Pablo, en su Carta a los Efesios, pone como modelo para los esposos cristianos la relación que existe entre Cristo el Esposo y su Esposa la Iglesia; o la alegría de las bodas del Cordero con su esposa la Iglesia, que aparece en el Apocalipsis.
Igualmente, los Santos Padres de la Iglesia han hablado de la Navidad como el inicio de las Bodas del Señor con su pueblo. De hecho, la liturgia del tiempo de Navidad en algunos momentos cita el pasaje de las bodas de Caná. La alegría de las bodas se anuncia e inicia desde ahora. Dice el himno del Oficio de Lectura del día de hoy en la Liturgia de las Horas: “Ya la tierra reclama su fruto y de bodas se anuncia alegría; el Señor que en los cielos habita se hizo carne en la Virgen María”.
El salmo responsorial de hoy, no es sino un pasaje del evangelio de san Lucas que nos trae la alegría de la Santísima Virgen expresada en su cántico, que nosotros hemos proclamado diciendo: “Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc 1, 47). No ha habido pues, ni habrá en la historia, ninguna mujer más feliz que María, por ser la más santa. Ella es la que experimentó la alegría más profunda, a pesar de haber pasado por tantos trabajos y sacrificios; sobre todo, por haber participado como nadie de la pasión de su Hijo.
En el pasaje de hoy de la Primera Carta a los Tesalonicenses, san Pablo llama a aquellos cristianos a estar siempre alegres, del mismo modo que hoy el Señor nos llama a nosotros a vivir siempre con alegría. Con un gozo fundado en la oración y en la fidelidad al Señor, que permita la acción del Espíritu en nuestras vidas. Dice san Pablo: “El que los ha llamado es fiel y cumplirá su promesa” (1 Tes 5, 24). La fe nos lleva a esperar el cumplimiento de la promesa del Señor y esa es la fuente de nuestra alegría.
En el santo evangelio de hoy, según san Juan, aparece Juan el Bautista. Algunos de los sacerdotes y levitas fueron a preguntarle quién era él, pues pensaban que podría ser el Mesías, pero con toda humildad confiesa que no lo es, ni tampoco es Elías, ni el Profeta, sino que es aquel que anuncia Isaías, es decir: “La voz que grita en el desierto: ¡Enderecen el camino del Señor!” (Jn 1, 23). Y en verdad él sólo es la voz, pues la Palabra es el Hijo de Dios venido al mundo. Fingir lo que no somos nunca nos dará verdadera alegría. No hay como el gozo del temor del Señor, reconociendo cuál es nuestra vocación y nuestro lugar en el mundo. La autenticidad nos da gozo interior.
Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán