Las sórdidas y reprobables imágenes del artero crimen cometido contra Dante Emiliano, en Paraíso, Tabasco, deberían suscitar la repulsa más enérgica y condena de todos los sectores sociales. Los hechos, de todos conocidos, no dejan lugar a duda del demencial estado de violencia en la que nos hemos sumido. No es culpa del pasado, pero sí de los errores del presente y de la impunidad complaciente. En cualquier otro estado que se diga respetuoso del derecho y de la ley, ya habrían rodado cabezas, se habrían dado las primeras pesquisas y los responsables estarían tras las rejas para cumplir la condena máxima por las atrocidades.
Pero no en México. Un país descompuesto, podrido y subyugado. República decadente en la detestable visión de un hombre que ha perdido rumbo, brújula y realidad. Inconcebibles sus palabras y la manera como trató el caso de Dante Emiliano, su paisano. Siempre culpando al pasado, haciéndose ridículo mártir y víctima abnegada. Todo achacándolo a los corruptos y al poder del dinero, de su santurronería política y grotesca ética que le ha pervertido el juicio y a él sí le ha obnubilado para siempre la razón.
El artero crimen contra Dante Emiliano es de los más escandalosos e indignantes. En su más pura inocencia, aferrarse a la vida era lo único que quería, misma que perdió porque ese sistema de salud no es como el de Dinamarca. ¿Lo más fácil y réprobo? Decir que la muerte de Dante sirve para “lucrar” con el clima electoral.
Sobre los hombros del inquilino de Palacio, pesará otra deuda. En este sexenio de horror, desolación, mediocridad, ineptitud, corrupción, rapacidad, voracidad y devastación han muerto más de 12 mil personas entre 0 y 17 años según cifras de la organización Tejiendo Redes Infancia en América Latina y el Caribe.
Pensemos por un momento dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos. La completa devastación de este país se impone cuando estos crímenes contra niños ocurren sin que se muestre el mínimo remordimiento, cuando el presidente de México, megalómano, sólo cree que su imagen debe permanecer invulnerable, no importa cuánta sangre deba correr o si esta le llega hasta el cuello.
Preguntémonos qué México queremos. Dante Emiliano es uno de los miles cuya voz cesó mientras la diatriba del poder es el único argumento para ocultar nuestra descomposición. En el sexenio de AMLO, se perpetraron alrededor de 180 mil homicidios dolosos, es decir, uno cada quince minutos. Cifras de horror en un país donde no hay guerra, pero sí abrazos a la delincuencia. El examen es obligado y la reflexión debería ser incisiva. Nos encontramos ante una de las peores administraciones en la historia moderna de México y ese horror, esa sangre, está goteando de las manos del López Obrador cuyo juicio de la historia no será ni benévolo ni complaciente.
A la memoria de Dante Emiliano y de todos los niños y niñas muertos en este sexenio. Murieron porque los abrazos ya no alcanzaron para cubrir tantos balazos.
Descansen en paz.