La eucaristía nos pone en contacto vivo con la palabra de Dios. De esta forma la Biblia se va convirtiendo en parte esencial de nuestra vida cristiana. La conocemos, nos familiarizamos con ella y nos va sorprendiendo cada vez más por su frescura, actualidad y novedad que despierta en nosotros el hambre de Dios y la sed de infinito.
Aunque es un libro, vamos cayendo en la cuenta que la Biblia no es una narración histórica, ni un reporte informativo. En la Biblia, más bien, nos vamos insertando en una historia de salvación. Al tener una idea de la Biblia como palabra de Dios, puede parecer desconcertante que encontremos en ella relatos marcados por injusticias, guerras, traiciones y bajas pasiones.
La Biblia nos presenta la realidad dramática del ser humano en el acontecer histórico e incluso la realidad desconcertante de aquellos elegidos que llevaron una vida disoluta, pero que cuando se encontraron con Dios dieron un vuelco a su vida. Las Sagradas Escrituras no niegan ni esconden esos aspectos oscuros de aquellas personas que siendo llamadas por Dios iniciaron un nuevo proceso y llegaron a iluminar la vida de los demás.
Pero ante este panorama negativo y muchas veces desolador, la Biblia no se va con todo descargando su ira y descalificando a las personas, como regularmente constatamos y leemos en reportes periodísticos y en otro tipo de narraciones que muchas veces tienen como propósito denigrar y exhibir de manera puritana la maldad de los otros.
La Biblia tiene un acercamiento diferente a estos acontecimientos, pues sin tapar la maldad de los hombres va tejiendo una historia de salvación. Los que escribieron estos libros, inspirados por el Espíritu Santo, tenían muchas pruebas para explayarse sobre la realidad crítica y deleznable de muchos personajes de la época, pero su propósito era diferente.
Así lo vemos en el caso del rey Herodes que mandó decapitar a Juan Bautista (Mc 6, 17-29). Sobre este rey había muchas evidencias para señalar su maldad, su injusticia y su corrupción. Juan Bautista señaló abiertamente el pecado de Herodes cuando le decía que no le estaba permitido tener por esposa a la mujer de su hermano Filipo.
A partir de este dato podemos darnos una idea de quién estamos hablando. Pero no es este el único aspecto que comprometía y denigraba la vida de este rey, ya que también resulta alarmante haber dejado que se corrompiera el corazón de una jovencita, la hija de Herodías, y que permitiera que se desbordara en rencor, venganza y maldad al concederle, por consejo de su madre Herodías, la cabeza de Juan Bautista.
Aunque el escritor sagrado tiene todos estos datos para poner en evidencia la maldad de este rey, la palabra de Dios es tan bondadosa que en medio de tanta oscuridad descubre los destellos de luz y espera la conversión de las personas. Además de la corrupción de este rey, el evangelio destaca que Herodes respetaba a Juan y le gustaba escucharlo.
A pesar de las pruebas fehacientes, este dato confirma que nadie es completamente malo, siempre queda un residuo de bondad en el corazón de las personas, aunque la maldad muchas veces termine por corromper a las personas, como a Herodes, a Herodías y su hija.
Por supuesto que cada quien tiene la última palabra y Dios nos deja en completa libertad para actuar y decidirnos en la vida. Hay casos donde las personas recapacitan de su maldad. Dice San Agustín: “Hubo un buen ladrón, para que nadie desespere; pero sólo uno, para que nadie presuma y se confíe”.
Cualquier persona, aun en los casos más deleznables, escucha la voz de Dios y puede convertirse. Siempre quedan residuos de bondad y destellos de luz en el corazón de todos, y ahí está el caso de quien ha sido llamado “el buen ladrón”, porque al final reconoció su maldad, se arrepintió y se acogió a la misericordia.
Pero tampoco podemos abusar de la misericordia de Dios, como aquellos que cínicamente reconocen sus pecados, pero sostienen que más adelante se van a convertir, como si uno tuviera la vida comprada y asegurada, y pudiera anticipar ese desenlace a través del cual vamos a rendir cuentas en la presencia de Dios.
Por medio de Juan Bautista vemos cómo Dios va tejiendo en los acontecimientos más difíciles una historia de salvación. Juan tenía la libertad y la fortaleza para decir la verdad, incluso al mismo rey. Calculaba las represalias de éste rey corrupto y malvado que por eso lo tenía encarcelado. Pero la libertad que da el Espíritu lo llevaba a denunciar el mal, sabiendo lo que esto podría implicar.
El ejemplo de Juan nos interpela y nos anima en un tiempo en el que la policía del pensamiento y la imposición ideológica toman represalias cada vez más graves cuando en conciencia y por motivos racionales discrepamos del pensamiento políticamente correcto, de las ideologías y de la tendencia oficial.
Juan nos muestra la libertad y el carácter con los que tenemos que movernos para no dejar de actuar en conciencia. Esto no significa que al decir la verdad uno discrimine y deje de amar a las personas y desearles lo mejor, como hace suponer este pensamiento oficial para descalificar a los que discrepan de esta tendencia.
Al contrario, porque se ama a las personas nos sentimos llamados en conciencia a decir la verdad. Nos toca invitar y recordar el designio de Dios, no porque seamos perfectos, sino porque es una expresión de amor decir las cosas a tiempo para que los hermanos recapaciten.
Decir la verdad resulta difícil y genera represalias, como sucedió con Juan que fue encarcelado y decapitado. Decía San Agustín al respecto: “Piensen de Agustín lo que les plazca; todo lo que deseo, todo lo que quiero y lo que busco, es que mi conciencia no me acuse ante Dios”.
En este ambiente de amenazas y represalias cuando nos toca anunciar el designio de Dios sobre el matrimonio, la familia, la vida y la sexualidad debemos mantenernos firmes y confiados en la gracia de Dios, para llegar a parafrasear a San Agustín: de mí pueden pensar lo que quieran, y me pueden acusar de que soy intolerante, homofóbico y ultramontano, pero lo que yo busco es que mi conciencia no me acuse ante Dios.
En una conferencia, reflexionando sobre el profeta Jonás, el famoso psicólogo y escritor Jordan Peterson señala que el estado totalitario devora a quien se le rinde, como la ballena se traga a Jonás porque calló cuando estaba llamado a hablar: “La pesadilla totalitaria llega cuando cada individuo que habita el país ha decidido contener su lengua cuando está llamado a decir lo que había que decir”.
Dejar de decir la verdad expone a un peligro mayor a la sociedad pues: “Si te callas cuando estás llamado a decir lo que sabes que es verdad, no solo pones al estado en peligro, sino que te condenas a ti mismo y a todos los que amas a un viaje al lugar más oscuro que puedas imaginar”.
Y sobre este mismo aspecto añadió: “Si por cobardía huyes de los impulsos de tu conciencia, no solo es que tú caes en una inconsciencia improductiva, es que además pones en peligro a todos los que están en el ‘barco’ del que formas parte: puede ser tu marido o tu esposa, puede ser tu familia, tu comunidad, tu nación…”
En definitiva, el precio que se paga por quedarse callado es mayor que cuando se dice la verdad. En San Juan Bautista vemos el precio que se paga por decir la verdad, pero ese es el precio que valen las causas nobles y santas. Por eso, dice Jordan Peterson: “Si temes pagar ese precio, es porque no conoces el tesoro que te aguarda”. Ese tesoro es el que va desvelando la Sagrada Escritura que nos hace desear el cielo.