En las tragedias, junto a la beneficencia debe ir la benevolencia

Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Las desgracias cimbran nuestra conciencia y despiertan nuestra humanidad, a pesar de que hayamos escalado niveles peligrosos de confrontación y descomposición social, como estamos viviendo inexplicablemente en México.

Cuando parece que todo está perdido y que no hay forma de esperar lo mejor de las personas, resurge nuevamente nuestra humanidad, se siente el despertar de la conciencia y se enciende la chispa del amor en nuestros corazones, al sentir como propio el dolor de los demás y al no quedarnos indiferentes ante la tragedia de muchos hermanos.

Junto a esta reacción generalizada de bondad y de humanidad, también constatamos con tristeza la mezquindad y la bajeza de quienes siguen girando en sí mismos, de quienes no se conmueven, de quienes no cambian su estilo de vida, de quienes no se comprometen ante la tragedia de otros hermanos.

En los momentos más aciagos de la vida es apremiante la altura de miras y es cuando tendríamos que dejar de atizar las rivalidades, cuando deberíamos remontar las diferencias para unirnos delante de la emergencia, porque otros nos necesitan urgentemente, porque su dolor e indigencia no pueden esperar.

A pesar de que parta el corazón y no demos crédito a este tipo de actitudes mezquinas, no hay que dejar de fijarse en las historias de luz, en la movilización solidaria, en el testimonio de amor y en las expresiones muchas veces heroicas de tantos hermanos que se suman al rescate y que se desprenden hasta de lo que necesitan, con tal de portarse como verdaderos hermanos de los demás.

Como ha sucedido invariablemente en nuestra historia, la sensibilidad de nuestro pueblo, así como su inmediata respuesta siguen siendo lo más hermoso que constatamos en momentos delicados como los que estamos pasando. Aunque los gobernantes nos lleven por otros derroteros, se manifiesta espontáneamente nuestra esencia: la unidad, la hospitalidad, la solidaridad y la bondad que están siempre allí y que renacen en momentos apremiantes.

No obstante, tanta crispación y confrontación, brotan sentimientos de humanidad y se escucha un llamado en lo más profundo del alma que nos hacen salir al rescate de los demás.

Los poetas no solo vislumbran los misterios de la vida y cantan al amor entre un hombre y una mujer, sino que también destacan la capacidad del ser humano para cuestionarse sobre la situación del otro y para salir al encuentro del más necesitado, como lo señala de manera reveladora el poema de John Donne Las campanas doblan por ti: “La muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.

Aunque no los conozca, aunque nunca los haya visto, aunque estuviéramos confrontados, aunque no fueran de mi familia, aunque no fuéramos amigos, la desgracia y la muerte de cualquiera me afecta, no me deja indiferente y me hace reaccionar para regresar a lo esencial, para no perderme en lo marginal y en lo visceral, como sucede con los que delante de las emergencias no desisten de ser autorreferenciales.

Las desgracias que hemos enfrentado en los últimos años ante la ola imparable de violencia, secuestros, desapariciones y asesinatos, así como la muerte y destrucción que provocan los fenómenos naturales, como el que acaba de suceder en Guerrero, tienen que sacudir nuestra conciencia y hacernos reaccionar, pues se trata de situaciones que apelan a nuestra humanidad.  

Ni siquiera en la bonanza se puede uno dar el lujo de escalar las rivalidades, de despilfarrar, de desdibujar la humanidad y de vivir de manera temeraria, como si ya tuviéramos resuelto todo el problema de la vida. Mucho menos cuando política, económica, social y geográficamente somos vulnerables, y cuando hay factores adversos que van asomado su poder de destrucción, y delante de los cuales debemos estar preparados, mentalizados y unidos para enfrentarlos porque nos debemos unos a otros.

La tragedia, por lo tanto, nos implica y nos debe hacer reaccionar con urgencia para socorrer a los que se quedaron sin nada, a los que no tienen a nadie, a los que apelan a nuestra humanidad.

Sin embargo, hay otra respuesta que se espera de nosotros frente a la tragedia. Hacia afuera, hay que reaccionar con prontitud frente a los que nos necesitan, para asegurarse de su recuperación. Y, hacia dentro, debe llevarnos a cambiar nuestra vida, a hacernos más humildes, a reflexionar sinceramente sobre el rumbo que le estamos dando a nuestra vida.

En este momento nos convocan y organizan distintas asociaciones para ofrecer nuestra colaboración y ser donadores. Pero esta coyuntura debe hacernos cada vez mejores. No somos indestructibles, somos vulnerables y necesitamos de todos.

Estamos expuestos a las fuerzas de la naturaleza, a la maldad de los hombres, a visiones ideológicas que nos confrontan, a eventos mundiales que tienen el potencial de hundirnos en una crisis generalizada. Ante tanta inestabilidad no podemos ser tan mezquinos para seguir actuando y viendo la vida de manera maniquea, manteniendo sistemáticamente la confrontación, cuando hay mucho sufrimiento y cuando hay factores que amenazan nuestra estabilidad y rumbo como nación.

Delante de tantas necesidades no dejemos de dar, sin dejar de ver que es tiempo para mejorar. El dolor que hemos experimentado, el pesar que se ha sentido es necesario que no se quede únicamente en un sentimiento, sino que debe llevarnos a abrir la mente y el corazón para reconocer que nos necesitamos y que no podemos pasarnos toda la vida descalificando y despreciando a los demás.

Me resisto a aceptar que también pudiera aplicarse a los mexicanos lo que Joaquín Bartrina señala irónicamente sobre los españoles:

“Oyendo hablar a un hombre fácil es

acertar dónde vio la luz del sol.

Si habla bien de Inglaterra, será inglés;

si os habla mal de Prusia, es un francés;

y, si habla mal de España, es español”.

Dejemos que el amor envuelva nuestra vida y le dé un rumbo cierto a nuestra existencia. No limitemos la experiencia del amor a la caridad y las donaciones que podamos hacer en este y en otros momentos de emergencias. La caridad va más allá de la donación, pues como dice el Cardenal Raniero Cantalamessa:

“Cuando se habla de amor al prójimo la mente va enseguida a las «obras» de caridad, a las cosas que hay que hacer por el prójimo: darle de comer, de beber, visitarle; en resumen, ayudar al prójimo. Pero esto es un efecto del amor, no es aún el amor. Antes de la beneficencia viene la benevolencia; antes que hacer el bien, viene el querer bien”.

Junto a la emergencia de socorrer a los damnificados, está también la emergencia de frenar la hostilidad y dejar de regularizar la violencia, cualquiera que sea su modalidad y el lugar de donde venga. Viviendo en la descalificación sistemática nos exponemos a una destrucción mayor que afectará a todos.

Por lo tanto, que además de la beneficencia brote sobre todo la benevolencia que nos haga mejores personas. Hay que ayudar y hacer el bien, pero sobre todo hay que querer bien a los demás para que el amor nos reconcilie, nos haga salir al rescate de los necesitados y nos asegure una verdadera recuperación, después de tanta destrucción física y moral que priva en nuestra patria.

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