En la protesta del Vaticano Dios no aparece, aunque fue el ofendido en París y no «los sentimientos de los cristianos»

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* Pero en la protesta vaticana, en cambio, Dios no figura, no aparece, no cuenta para nada.

Empiezo como empecé otro texto de principios de año, con una anécdota bastante significativa:

Cuentan que la novelista católica norteamericana Flannery O’Connor fue invitada en una ocasión a una comida con otros escritores. Al confesarse católica, uno de los comensales, intentando ser amable ante tamaña retrógrada, mencionó su Primera Comunión y alabó la Eucaristía como “un símbolo conmovedor”. A lo que la escritora, para pasmo de sus compañeros de mesa, respondió: “Si la Eucaristía es un símbolo, ¡al infierno con ella!”.

Y lo que me sale decir, en el caso que nos ocupa, es: ¡al infierno con el sentimiento de los cristianos! Porque…esa es la razón que ha puesto el Vaticano (el Vaticano (el Vaticano, no el Papa, al que ni siquiera se cita en la nota de “protesta”) para deplorar a destiempo y con la boca pequeña la blasfema parodia de la Última Cena en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París.

La Santa Sede, dice la nota, “no puede dejar de sumarse a las voces que se han alzado en los últimos días que deploran la ofensa cometida contra tantos cristianos y creyentes de otras religiones”. Y la sensación que deja en los fieles es, me temo, más desoladora que si hubieran mantenido el incómodo silencio.

Porque, para un católico, lo grave de esa parodia es que se trata de una ofensa a Dios; lo de los ‘sentimientos’ de los fieles es real, pero es infinitamente menos importante. El sentimiento es algo subjetivo, y se puede ‘ofender’ incluso legítimamente. Si digo lo que pienso sobre el ateísmo o el Islam, puedo ofender a ateos y musulmanes, pero no deja de ser lo que creo verdadero.

La gravedad de una blasfemia se basa en la ofensa que se dirige a Dios, a los derechos de Dios a ser adorado. Pero es como si la moderna jerarquía temiese reconocer ante el mundo que cree en Dios, que cree que Dios es real, y que el hombre puede ofenderle. En la protesta vaticana, en cambio, DiOs no figura, no aparece, no cuenta para nada. No es Dios el ofendido, sino la susceptibilidad de un grupo de retrógrados que sigue aferrándose a sus fantasías mitológicas.

En la feroz lucha espiritual en la que está inmerso nuestro mundo, ¿cómo podrá sobrevivir una estructura eclesial que tiene miedo de parecer creerse lo que constituye su razón de ser?

Por CARLOS ESTEBAN.

LUNES 5 DE AGOSTO DE 2024.

INFO VATICANA.>

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