Pensaba dedicar este artículo a comentar la rueda de prensa en vuelo del Santo Padre a su regreso de Chipre y Grecia, pero me confieso vencido: no hay nada que comentar, al menos nada interesante.
Porque, sí, se puede titular como lo ha hecho Fernando Beltrán, con eso de que la Unión Europea debe respetar a cada país. Pero, ¿significa algo? Porque también nos dice que Europa debe volver al proyecto de los padres fundadores, que no era otro que hacer de Europa un solo país. Y así, todo.
Así, de una de estas ruedas de prensa se pueden sacar titulares contrarios, al gusto del lector o del periodista. ¿Inmigración? Puedo elegir este titular: “Si llega una oleada de inmigrantes así, no se puede gobernar”. O también, en la misma línea prudente: “Los gobernantes saben cuántos migrantes pueden recibir; están en su derecho”. O bien se puede ir por el lado contrario, siempre de la misma persona en la misma ocasión. Ejemplo: “Los migrantes deben ser acogidos, acompañados, promovidos e integrados”. Por increíble que parezca, son frases sucesivas, en un mismo párrafo.
Nos dice que “la democracia es un tesoro”, y en seguida denuncia el peligro del ‘populismo’. Se me dirá que no hay aquí contradicción, que el populismo es una enfermedad de la democracia, pero no es cierto: ‘populismo’ es solo un modo despectivo de referirse a la democracia cuando los resultados no nos gustan.
¿Cómo se suele describir al ‘populismo’? Se dice que se da cuando un grupo propone soluciones simplistas a problemas complejos, se recurre a lemas fáciles y sonoros en lugar de recurrir a argumentos y se establece una división maniquea entre “ellos” y “nosotros”. Lo que supone una descripción bastante precisa de cualquier campaña electoral de cualquier partido político desde que existen.
¿Qué más? Le encanta la diversidad, el hecho de que Caritas en Suecia sea común para católicos y luteranos, pero la Misa Tradicional es un peligro, y todos los que no aceptan el ‘espíritu del Concilio’ hasta la última coma es un rígido, y no hay nada peor.
Empieza su errática conversación con una autoalabanza oblicua porque ha pedido perdón por algo en lo que no ha tenido arte ni parte y que ocurrió antes de que naciera. No sé, no me parece demasiado difícil. También “le salió del corazón” disculparse “por el escándalo del drama de los migrantes, por el escándalo de tantas vidas ahogadas en el mar, etc”, es decir, por cosas sobre la que todos sabemos que no solo no es responsable, sino que siempre las ha atacado.
Incluso cita elogiosamente, como un libro profético, El Amo del Mundo, de Benson, “que sueña con un futuro en el que un gobierno internacional con medidas económicas y políticas gobierna a todos los demás países, y cuando se tiene este tipo de gobierno, explica, se pierde la libertad y se intenta conseguir la igualdad entre todos”, que es exactamente lo que tantos denuncian desesperadamente como plan evidente de las instituciones supranacionales que tanto gustan al Santo Padre y de neomaltusianos como Jeffrey Sachs, al que acaba de integrar en la Academia Pontificia de las Ciencias.
Quizá lo más interesante, por incomprensible, sea lo que dice sobre la aceptación de la renuncia del arzobispo de París, por un dudoso lío de faldas. El Papa, preguntado por el asunto, hace una defensa algo confusa pero razonable de la inocencia del prelado, es decir, de la inconveniencia de aceptar la renuncia que, de hecho, ha aceptado. Se diría que está deplorando un fenómeno natural, como una riada o un terremoto, algo completamente ajeno a su voluntad. Y en seguida, al darse cuenta de que, al final, ha estado criticando su propia decisión, acaba con la explicación más desconcertante: “Por esto acepté su dimisión, no en el altar de la verdad, sino en el altar de la hipocresía”.
Antes lo ha aclarado mínimamente: no encuentra prueba alguna de que Aupetit haya hecho mal alguno. Pero debe ceder y quitarle de en medio porque “cuando la charlatanería crece, crece, crece y le quita la fama a una persona, no, no podrá gobernar”. Es curioso. Se nos ocurre así, sin recurrir a hemeroteca alguna, una buena cantidad de prelados de su cercanía sobre los que “la charlatanería” (quizá, incluso, con alguna base) ha “crecido, crecido y crecido” sin que al Papa se le haya pasado por la cabeza removerlo.
Por CARLOS ESTEBAN.
Infovaticana.