Viaja con nosotros, en cualquier época de la historia, un susurro serpenteante, que desfigura la realidad, los pensamientos y las palabras. Como vamos haciendo experiencia a cada paso del camino, y aprendemos lentamente, tardamos en descubrir las múltiples maneras del susurro, que no llega a ser una voz clara y se queda en la penumbra donde el propio capricho le concede forma y concreción. La mentira, la manipulación del lenguaje, la ocultación maliciosa de una parte de la verdad que resulta esencial para comprender algo o, directamente la confección de una gran mentira cargada de falsos argumentos, hoy discurren con mucha más velocidad y facilidad, que en cualquier otra época. Se va estrechando el círculo de emisores que consideramos veraces, y se va haciendo necesaria una selección, que obedece a las convicciones propias.
Alguien decía que la mentira es un antilenguaje cuando valoramos la palabra como el más alto medio de la expresión humana y la comunicación interpersonal. Mentir pertenece a la prohibición del octavo mandamiento de nuestro Decálogo; y la cosa debe ser tan grave, que la reconocemos por su contrario que es la verdad, con la que se identifica el propio VERBO de DIOS : “YO SOY la VERDAD”, nos dice en el evangelio de san Juan, capítulo catorce, versículo seis. La convivencia humana se fundamenta en la confianza entre las personas y en la Fe en DIOS. La veracidad que nos ofrecen los demás es el punto de partida para forjar unas relaciones de confianza, que son vitales para el crecimiento personal, familiar y social. Incluso las relaciones comerciales, que no dejan de ser un tipo de relaciones personales, se establecen en el fundamento de la confianza, que proviene de la palabra dada.
Altera gravemente el crecimiento psíquico del niño un ambiente familiar en el que la mentira esta instalada como una costumbre. Los grandes modelos sociales se derrumban cuando se descubre su mentira o corrupción. De la misma forma operan los grandes mitos sociales revestidos de una leyenda con tintes heroicos, que en realidad es pura ficción. Produce sonrojo ver a un homosexual luciendo la camiseta del Che Guevara, cuando éste se distinguió, entre otras cosas, por asesinar homosexuales por el hecho de serlo.
No mentir es el primer paso para decir la verdad, porque esto último exige en muchas ocasiones un gran esfuerzo. Cuando el periodista o el historiador tiene un compromiso básico con la verdad, él mismo se somete a una rigurosa exigencia de veracidad y comprobación de fuentes y testimonios. La verdad de los hechos tiene que prevalecer por encima de las opiniones, pues de lo contrario se van corrompiendo las bases sociales. Una historia alterada voluntariamente es una traición social que afecta a muchas personas, de forma especial a las generaciones más jóvenes. Nosotros en España tenemos ejemplos para cansar a cualquiera sobre las grandes mentiras diseñadas por los nacionalismos independentistas, que se revisten de víctimas cuando han crecido a costa de todos los demás, y en la actualidad nos parasitan con fruición.
En este tiempo del alarde democrático se promueve, como en otros tiempos, la verdad oficial. Entre nosotros pugna por salir la Ley de Memoria Democrática, que pretende dictar lo que sucedió de forma especial desde la Segunda República hasta ahora. Me imagino que esa ley verá con buenos ojos que se reconozca el registro de los miles de asesinatos por causa de la Fe católica; o que se tenga en cuenta el golpe de estado a la Segunda República perpetrado por el Partido Socialista y otros compañeros de viaje. Pero me temo que las cosas no van a ir por esos derroteros, y la verdad oficial servirá de mordaza a la investigación histórica, a la libertad de expresión y de opinión. Otro ejemplo de las restricciones de la verdad oficial la ha destacado en los últimos días el intelectual, Pablo Muñoz Iturrieta, argentino de nacimiento que vive ahora en Canadá. En un youtube reciente de más de una hora de duración expone la iniciativa de la ONU para crear listas negras con todos aquellos que discrepen de la Ideología de Género. El nuevo dogma mundial tiene que ser acatado sin discrepancia alguna, e Iturrieta señala en el video algunas situaciones concretas que chirrían al sentido común ante las cuales la discrepancia es tomada como intolerancia, homofobia o exclusión. El mismo se ve incorporado a esa lista, a la que irán sumándose otros muchos, pues empezarán por aquellos considerados como pertenecientes a las élites, para ir abarcando todos los estratos sociales. El control de la discrepancia hoy es tecnológicamente posible, y cada vez más factible. El ejemplo es China con su carné de buena conducta ciudadana. Ya no se necesitan campos de concentración, el individuo puede ser controlado en sus mínimos movimientos por los algoritmos de los grandes ordenadores que en tiempo real disponen de los pasos siguientes que una persona puede dar. La Agenda 2030 de la ONU va en esta misma línea, y en los comienzos de la década, que ya estamos, con la pandemia del COVID todo se ha puesto a merced de los planes más totalitarios y despóticos.
No hay duda que entre los objetivos prioritarios a controlar está el Cristianismo, y de forma especial los católicos con algunos obispos. El mantenimiento de la verdad impide que se reconozca una identidad fuera de la condición masculina y femenina del ser humano, pero esta verdad fundamental no la admite la Ideología de Género, que se muestra extremadamente beligerante frente a todo aquel que manifieste argumentos biológicos, psicológicos e incluso espirituales para fundamentar sus afirmaciones. La verdad oficial de la Ideología de Género es que el sexo no existe, pues es una construcción cultural, por lo que cada uno debe decidir el género a que pertenece y los demás están obligados a reconocerlo. Si uno dice que es un gato, no hay más discusión, aunque el de en frente esté viendo un individuo raro, pero ser humano al fin y al cabo. Este es el nuevo reto, la resistencia ante la verdad oficial que nos pretenden imponer desde algunos gobiernos como el español y las agencias internacionales como la ONU.