El señorío de Cristo

2Samuel 5,1-3 | Salmo 121 | Colosenses 1,12-20 | Lucas 23,35-43

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Una misma verdad enhebra todas las verdades de Fe, las fiestas litúrgicas durante el año, los acontecimientos históricos o la marcha de la Iglesia: JESUCRISTO es el SEÑOR. Esta es la verdad fundamental que la Iglesia y los cristianos tratamos de testimoniar. Desde el momento en el que san Pedro el día de Pentecostés lo declaró de forma pública, la Iglesia no ha dejado de proclamar: “tenga en cuenta toda la Casa de Israel –todo el mundo-, que a este JESÚS que vosotros habéis crucificado, DIOS lo ha hecho SEÑOR y CRISTO” (Cf. Hch 2,36). JESUCRISTO es el SEÑOR, porque haciéndose víctima propiciatoria por todos los hombres destruyó la fuerza del pecado y sometió la muerte con su Resurrección. Los poderes espirituales le han quedado sometidos: Dominaciones, Potestades o principados (Cf. Ef 1,20-22; Col 1,16) Definitivamente JESUCRISTO reina sobre todos los poderes angélicos y también le fueron sometidos todos los poderes demoniacos: “al Nombre de JESÚS toda rodilla se dobla en el Cielo, la tierra y los abismos; y toda lengua proclama que JESUCRISTO es SEÑOR para gloria de DIOS PADRE” (Cf. Flp 2,10-11). La carta a los Efesios favorece la lectura negativa o demoniaca de las jerarquías angélicas mencionadas (Cf. Ef 6,12), y la carta a los Colosenses ofrece una perspectiva de colaboración positiva de las potestades angélicas referidas, las cuales tienen en cuenta la Cruz de JESUCRISTO como la clave de la amistad entre el Cielo y los que vivimos en este mundo, porque JESÚS “ha establecido la paz entre los Cielos y la tierra por la sangre de su Cruz (Cf. Col 1,20) El debido protagonismo de los Ángeles en nuestro mundo está realizado bajo el señorío de JESUCRISTO. Los Ángeles tienen un protagonismo especial en determinados momentos de la historia de los hombre, y no se desligan en momento alguno de la contienda espiritual en la que nos movemos. Son hermanos espirituales, auxiliares y protectores, que realizan múltiples funciones, siendo la principal caminar con nosotros en libertad hacia la Salvación. En todo momento, los Ángeles están bajo el señorío de CRISTO, por lo que son perfectos ejecutores de la Divina Voluntad. Los Ángeles están con JESUCRISTO Sumo Juez que actúa sobre el mundo y la vida de los hombres: ”cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus Ángeles, entonces pondrá unos a su derecha y otros a su izquierda…” (Cf. Mr 25,31); y esta congregación será de todas las naciones, por lo que adquiere un valor universal. Un posible enfoque de estas palabras viene dado por un juicio sucesivo que se va realizando hasta el cierre de la historia, pues desde que JESÚS ha resucitado ya estamos en los “últimos días”, ya que no caben nuevas revelaciones por parte de DIOS, sino el desenvolvimiento de lo contenido en la revelación dada en JESUCRISTO. Gracias a este juicio continuo JESUCRISTO sigue actuando en nuestro mundo con todo el derecho que le otorga el haber dado su vida por todos y cada uno de los hombres. El viene acompañado de todos sus Ángeles que han adquirido un nuevo protagonismo al inaugurarse el tiempo de la Redención en el que nos encontramos. Estamos siendo juzgados con la mirada puesta en la glorificación: “a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; y a los que justificó, los glorificó” (Cf. Rm 8,30). Esta acción judicial del REDENTOR está acompañada de la colaboración estrecha de los Santos Ángeles, que están con el SEÑOR en la tarea de separar el trigo de la cizaña” (Cf. Mt 13,30). La gran revelación del libro del Apocalipsis nos confirma en esta perspectiva desde el principio cuando identifica al RESUCITADO como “el que era, el que es y el que está llegando –o el que viene-“ (Cf. Ap 1,8). El libro del Apocalipsis se mueve entre dos polos que delimitan toda la acción: la presentación del VIVIENTE que a través del vidente Juan envía sus mensajes a las Siete Iglesias y los capítulos finales que describen la Jerusalén Celestial que da por finalizada la historia y dispone los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra (Cf. Ap 21 y 22). Los capítulos existentes hacia la Nueva Jerusalén describen las vicisitudes de la historia convulsa de los hombres, en la que toman protagonismo los Ángeles para hacer frente al poder de la bestia, el dragón y el anticristo, que describen las fases en las que se manifiesta el poder satánico, que pretende arrastrar al hombre hacia su perdición y el fracaso de la obra de DIOS. El Apocalipsis es la profecía que ofrece el fondo de las grandes fuerzas operativas en cada época de la historia, sosteniendo en todo tiempo la Esperanza y la victoria de DIOS y de los suyos en los Cielos Nuevos y la Nueva Tierra.

DIOS tiene que reinar

La Biblia parte del hecho de la Creación a manos de DIOS, que cuenta con el hombre para perfeccionar una parcela de esa inmensa obra. Todo ofrecía un aspecto asilvestrado, porque no estaba el hombre para trabajar y cultivar la tierra (Cf. Gen 2,5). El hombre pensado y creado por DIOS es de estirpe divina: “el hombre es creado varón y hembra a imagen y semejanza de DIOS” con atributos específicos con respecto a las demás criaturas: “creced y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla” (Cf. Gen 1,28). Algo grave perturbó desde el comienzo este Plan Divino y la Biblia es un compendio de escritos en los que DIOS intenta siempre de nuevo retomar el Designio Eterno, que es el camino del Bien y la Verdad para el hombre. La Historia de la Salvación se debate desde entonces en la tensión entre el Bien y el mal donde toma partido la libertad humana. ”Llegada la plenitud de los tiempos JESUCRISTO nació de MUJER para rescatar a los que estaban bajo la Ley; y para que todos llegásemos a ser hijos por adopción” (Cf. Gal 4,4-5). La Ley había sido un intento para corregir y enderezar las sendas morales y espirituales, pero no fue suficiente. Aquella ley que fue dada por Moisés tuvo su tiempo, y actuó, en el mejor de los casos, como anticipo y preparación de la Gracia que nos vino por JESUCRISTO (Cf. Jn 1,17). El REY que hace presente en su persona la plena manifestación de DIOS viene a un mundo polarizado entre el bien y el mal con tensiones muy hondas. JESÚS dirá: “el Reino de los Cielos sufre violencia y sólo los violentos lo arrebatan” (Cf. Mt 12). 

JESUCRISTO no ha fallado

“A mi HIJO le harán caso” (Cf. Mt 21,37) Después de haber mandado numerosos profetas de forma infructuosa, JESÚS mediante una parábola dice que el “Dueño de la Viña” manda a su HIJO para que aquellos viñadores le entreguen los frutos que le corresponden como propietario. No sólo no le dan nada, sino que lo matan. Los que escuchan la parábola saben que JESÚS se la está dirigiendo a ellos, y ÉL es perfectamente consciente de su misión y destino. DIOS agota en JESÚS todos los recursos disponibles para salvar a los hombres y llevar a término su Designio Divino. Llegará un momento en el que el hombre individual y la humanidad en su conjunto “hará caso al HIJO enviado por el PADRE; pero hasta entonces permanecemos en medio de fuerzas poderosas que se enfrentan y nos enfrentan a los hombres, incluso dentro de la propia Iglesia. JESÚS supo en todo momento el estado espiritual en el que se movía la humanidad, y por tanto la vía adecuada para llevar a término su misión.

El Reino de DIOS se expande

Como a los discípulos de entonces, a nosotros nos conviene ubicarnos correctamente en lo que atañe al Reino de DIOS. El Reino de DIOS no se da sin JESÚS. DIOS reina cuando el HIJO de DIOS manifiesta el Amor Eterno a los hombres. Sin embargo el Reino de DIOS tiene un “aquí y ahora” y un punto de revelación final, que se espera en su Segunda Venida. Así los discípulos en el episodio de la Ascensión, según los Hechos de los Apóstoles, le preguntan a JESÚS, si es en ese momento cuando ÉL va a restaurar de manera definitiva el Reino de Israel (Cf. Hc 1,6). Para aquellos discípulos la Restauración Final era sinónimo de la plenitud de manifestación del Reino de DIOS. La respuesta de JESÚS mantiene la cuestión abierta: “no os toca a vosotros saber los plazos que el PADRE tiene en su Designio Eterno” (Cf. Hch 1,7). Pero en otra ocasión a la pregunta de los discípulos por saber algo de la manifestación final del Reino de DIOS, JESÚS fue más explícito: “el Reino de los Cielos no vendrá de forma ostensible, pues el reino de DIOS está dentro de vosotros” (Cf. Lc 17,20-21). Las versiones varían según el manuscrito tomado como base, pero no difieren de modo sustancial. Podemos leer en alguna Biblia “está dentro de vosotros”, y en otras “está alrededor de vosotros”. JESÚS predica el Reino de DIOS para que sea interiorizado por cada discípulo. El éxito de la predicación es la conversión del corazón. El Reino de DIOS llega a este mundo cuando se instala en el corazón humano. No existe REY como JESÚS, que tiene como único objetivo verse reinando en el corazón de los hombres.

El Reino de DIOS está en el Evangelio

Ciertamente, al comienzo, el evangelio de san Marcos expone el programa de JESÚS, después que Juan Bautista fue apresado por Herodes: “el tiempo se ha cumplido, está cerca el Reino de DIOS; convertíos y creed en el Evangelio” (Cf. Mc 1,15). Esta predicación se inicia en la Baja Galilea: “sabéis lo que sucedió cuando Juan Bautista bautizaba en el Jordán, aunque la cosa empezó en Galilea” (Cf. Hch 10,37). Estas palabras de san Pedro en casa del centurión Cornelio centran todavía más “el aquí y ahora” del Reino que se inicia con la predicación de JESÚS. Distintas parábolas expuestas por el propio JESÚS ofrecen imagen de lo que fue el inicio del Reino de DIOS y los primeros pasos: la parábola del grano de mostaza, la parábola de la levadura o la del tesoro escondido y la perla de gran valor (Cf. Mt 13). La lectura correcta de los acontecimientos derivados de la predicación de JESÚS eran reconocibles por los sencillos: “te doy gracias PADRE, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los sencillos. Gracias, PADRE, porque así te ha parecido bien” (Cf Lc 10,21-22) El Reino de DIOS equivale a su Poder manifestándose en amor, misericordia y perdón. Los signos, prodigios y milagros derivaban del exceso de condescendencia y amor por parte de DIOS hacia los hombres, y no hubiese excusa para la indiferencia y el antagonismo. Respetando la libertad de los hombres, DIOS agotó en su HIJO todos los recursos de la mano tendida. El tiempo en el que el MESÍAS se iba a manifestar se estaba cumpliendo en la predicación y presencia de JESÚS de Nazaret. El Evangelio anunciado ponía en el corazón de los hombres el Eterno Mensaje de Amor reservado desde toda la eternidad. Esta línea de predicación y manifestación no era compatible con la ostentación de poder humano alguno, y en las tentaciones del desierto (Cf. Mt 4,9-10), JESÚS la rechaza abiertamente. El Reino de DIOS no vendrá ostensiblemente en época alguna de la historia y su manifestación será obra de la acción del ESPÍRITU SANTO, descartando cualquier otro poder. La vía de la pobreza personal incluye la vertiente dolorosa y sufriente de la humanidad, que JESÚS no rehuyó en momento alguno. JESÚS acepta la disposición del tablero de juego en el que quedó la humanidad después del pecado y asumió la encarnación  con todas sus consecuencias.

El rey David

David es elegido por DIOS y el profeta Samuel lo unge en su juventud cuando todavía vive en la casa de su padre, encargándose del cuidado de los rebaños (Cf. 1Sm 16,12-13). A partir del día en el que David es ungido por el profeta su vida cambia y de pastor de rebaños pasa a mostrar sus habilidades como guerrero. Entra al servicio del rey Saúl y se ofrece para retar al gigante Goliat, que desafiaba a las tropas del rey (Cf. 1Sm 17,32ss). A partir de aquel momento le pareció al rey Saúl que David adquiría más fama ante el pueblo, pues decían: “Saúl mató a mil, y David a diez mil” (Cf. 1Sm 18,7). Aquel estribillo que la gente repetía encendió los celos del rey, y desde entonces comenzó a perseguir a David con intención de acabar con él. David por su parte sale de la corte del rey y se rodea de personas que tenían cuentas pendientes con la justicia y organiza una banda que actúa en plan mercenario. David y los suyos tuvieron oportunidad en más de una ocasión de acabar con la vida de Saúl, pero la respuesta de David fue siempre la misma: “no se puede atentar contra la vida del Ungido del SEÑOR” (Cf. 1S 24,7) La conducta de David siempre tuvo zonas oscuras, pero mantuvo al mismo tiempo algunos principios inamovibles, y por encima de todo contó con la unción y promesa de DIOS. A David se le atribuyen algunos Salmos directamente y el conjunto del Salterio como su inspirador. Sus grandes pecados fueron siempre seguidos de un profundo arrepentimiento ante DIOS y eso le valió la permanencia de las promesas divinas. La Casa de David se mantuvo hasta los tiempos de José, pero la monarquía, o el linaje real se perdió varios siglos antes ( Cf Mt 1,16.

David en Hebrón

A treinta kilómetros al sur de Jerusalén, Hebrón es la segunda ciudad más importante de la tribu de Judá. En Hebrón está el campo de Macpela donde fueron enterrados los patriarcas, y por tanto propiedad de Israel antes incluso de la conquista. Muerto Saúl y Jonatán los israelitas no tenían rey, y fueron al encuentro de David en Hebrón: “vinieron los ancianos de todas las tribus de Israel donde David y le dijeron: mira hueso tuyo y carne tuya somos nosotros. Cuando Saúl era nuestro rey eras tú el que dirigías las entradas y salidas de Israel. YAHVEH te ha dicho, tú apacentarás a mi Pueblo Israel, tú serás el caudillo de Israel” (Cf. 2Sm 5,1-2). Durante los años en los que se mantuvo huyendo de Saúl, David fijó su cuartel en Hebrón, haciéndose heredero de las promesas de los patriarcas allí enterrados, Abraham, Isaac y Jacob y José el hijo de Jacob. Los ancianos de Israel conocían las promesas del SEÑOR a David, que dieron inicio con la unción en Belén por el profeta Samuel (Cf. 1Sm 16,1.12-13). Por otra parte, David se había acreditado reinando en Hebrón durante siete años, y seguía mostrando sus dotes de guerrero y juez entre los suyos. Los ancianos aluden a la promesa de YAHVEH hacia David y a la protección divina recibida en todas sus empresas. David cumplía el requisito principal de ser el “ungido del SEÑOR”, y por tanto su elegido para conducir al Pueblo en sus entradas y salidas.

Pacto en Hebrón

“Reunidos allí, en Hebrón, todos los ancianos con David éste hizo un pacto con ellos en presencia de YAHVEH, y ungieron a David como rey de Israel” (Cf. 2Sm 5,6) La primera unción en Belén por parte del profeta Samuel tuvo un carácter privado y familiar, pero en este caso David adquiere un compromiso público para todo Israel, pues están reunidos para ese momento los ancianos de todas las tribus. En este texto no aparecen los compromisos del pacto entre David y los ancianos, pero se da por supuesto que el rey David se compromete a mantener la religión de los padres. Pronto el centro político y religioso se trasladará a Jerusalén, la ciudad que David va a conquistar a los jebuseos, y se llamará también Ciudad de David. 

La inscripción

“Había en la Cruz una inscripción que decía: este es el REY de los judíos” (Cf. Lc 23,35). Según san Lucas este REY había nacido hacía unos treinta y tres años (Cf. Lc 4,23) en la aldea de Belén (Cf. Lc 2,4-7), de acuerdo con la profecía de Miqueas (Cf. Mi 5,2) . Ese NIÑO creció como “hijo de José el carpintero” (Cf. Lc  4,22), y toma la decisión desde un principio de adoptar el camino mesiánico del Siervo de YAHVEH, como prueban las tentaciones en el desierto (Cf. Lc 4,1ss) JESÚS caminó con los pobres y excluidos, y acogió a los pecadores y publicanos (Cf. Lc 19,7). Eligió desde el primer momento el camino recio del abandono incondicional en la Providencia del PADRE, y no buscó interesadamente dónde reclinar la cabeza (Cf. Lc 9,58). Minutos antes de ser clavado en la Cruz da un encargo a las santas mujeres de todos los tiempos: “no lloréis por MÍ, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos” (Cf. Lc 23,28). A punto de ser crucificado, JESÚS declara su inocencia, dando a entender que su muerte es vicaria y expiatoria. Vicaria, porque se entrega en lugar de todos y cada uno de los hombres; y expiatoria, porque las consecuencias de los pecados de los hombres las toma sobre SÍ y acepta el juicio de DIOS. JESÚS sabe cuál es el motivo de su muerte, y los que lo matan permanecen en la ignorancia: “perdónalos PADRE, porque no saben lo que hacen (Cf. Lc 23,34). Estamos ante los últimos momentos de JESÚS en este mundo y su lucidez en el martirio y la crucifixión constituyen por sí mismos un verdadero milagro, pues las condiciones físicas para cualquier otra persona impedirían el más mínimo tipo de expresión cabal.

JESÚS es el SALVADOR

JESÚS es crucificado y a cada lado son crucificados también dos ladrones o delincuentes, que con toda probabilidad acumulaban delitos de distinto tipo, pero en general los conocemos como los dos ladrones. En esta versión de san Lucas, uno de los delincuentes crucificados con JESÚS se arrepiente de lo hecho a lo largo de su vida, pero el otro no da muestras de disponerse en esa actitud de arrepentimiento e increpa a JESÚS con tono despectivo e insultante. JESÚS va a responder tan solo al ladrón arrepentido que confiesa su culpa y reconoce la inocencia de JESÚS. El ladrón arrepentido amonesta a su compañero de patíbulo: “¿no temes a DIOS estando en el mismo suplicio”. Nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos, pero ÉSTE en cambio nada malo ha hecho”(Cf. Lc 23,40-41). Una gracia singular asiste al ladrón arrepentido que en aquella hora trágica ilumina su conciencia doblemente: tiene ante sí la película de su vida, y al mismo tiempo sabe de la inocencia de JESÚS. Es probable que oyese a JESÚS decirles a las mujeres que lo seguían y lloraban: “porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?” (Cf. Lc 23,31). El santo Temor se apoderó del ladrón arrepentido, que advierte a su compañero de su insolencia fatal por no haber acogido ese don en los momentos últimos que les quedaba. El buen ladrón –Dimas según la tradición- se dirige a JESÚS: “JESÚS acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino. JESÚS le responde: te lo aseguro, hoy estarás CONMIGO en el Paraíso” (Cf. Lc 23,43). Se dice, que en el último instante el buen ladrón robó el Paraíso a JESÚS; y habría que añadir: JESÚS se dejó robar con gran complacencia, porque en la hora más trágica su entrega y sacrificio se llenaban de sentido. ÉL había venido para ser el SALVADOR, y un hombre alejado y destrozado, con arrepentimiento le estaba pidiendo aquello que ÉL había predicado y prometido para todos “los hijos pródigos“ de la humanidad: el Reino de DIOS. Todos los seguidores de JESÚS desearíamos oír también antes de abandonar este mundo palabras similares: “hoy estarás CONMIGO en el Paraíso”. El ladrón arrepentido es el primer santo canonizado al que se le puede rezar y pedirle intercesión ante el SEÑOR. No hay duda de la salvación de este hombre que arrebató la santidad en la última hora de su vida, porque la plenitud de la Vida Eterna es “estar con JESÚS en el Paraíso”.

La tentación

Después de las tentaciones en el desierto dice el texto que Satanás emplazo su actuación diabólica hasta el momento oportuno (Cf. Lc 4,13). Al tentador le quedaban las últimas oportunidades para el éxito de su empresa, pero los patrones de la tentación eran conocidos: “si eres el HIJO de DIOS, o el REY de los judíos, sálvate a ti mismo bajando de la Cruz” (Cf. Lc 23,37). Letrados, magistrados, fariseos, escribas y los mismos soldados romanos repetían la misma provocación. JESÚS nunca había respondido a desafío o provocación alguna y  tampoco se produjo en los últimos instantes. En ocasiones la estupidez humana se cree vencedora cuando es ignorada. Puede ser que aquellos creyeran que el NAZARENO estaba a punto de desaparecer y con ÉL todo su Mensaje. La cosa resultó muy distinta, y dos mil años después se mantiene la predicación del Reino de DIOS en medio de las dificultades propias que el Mensaje encuentra para su difusión, pues sigue siendo un verdadero acontecimiento de la Presencia de DIOS en el mundo.

San Pablo, carta a los Colosenses 1,12-20

Recoge esta carta uno de los grandes himnos cristológicos de los primeros tiempos del Cristianismo. Se mira con frecuencia a los concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381) para reconocer las verdades de la Fe sistematizadas en el Credo, pero desde los primeros tiempos las comunidades cristianas poseyeron una gran capacidad de visión inspirada para precisar las grandes verdades sobre JESUCRISTO y su revelación. Lo que sostiene todo el edificio cristiano es JESUCRISTO. Parece una obviedad, pero no se puede dejar de repetir ni por un momento, pues la alteración de esta verdad es la victoria inmediata del enemigo de la humanidad. Pedro en la tradición católica es importante porque sostiene la confesión indubitable: “TÚ eres  el CRISTO, el HIJO de DIOS vivo. Y JESÚS le contesta: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y los poderes del infierno no la derrotarán” (Cf. Mt 16,16-18). Después de Pentecostés, Pedro a los tres mil allí congregados les dice: “tenga en cuenta toda la casa de Israel, que DIOS ha constituido SEÑOR y CRISTO a este JESÚS que vosotros habéis crucificado” (Cf. Hch 2,36). A partir de ese momento comienza la marcha de la Iglesia hasta nuestros días. De esta proclamación de Fe van surgiendo otras formulaciones más detalladas, que enriquecen la proclamación de Fe inicial. El himno de la carta a los Colosenses recoge vertientes fundamentales para la Fe. 

Comunidad de creyentes

“Damos gracias a DIOS PADRE, que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los Santos en la LUZ” (v.12) La herencia de los Santos está referida a la Revelación dada al Pueblo de Israel, al que los gentiles nos hemos ido sumando por pura Gracia de DIOS y constituyendo el Nuevo Israel junto con todos aquellos que se sentían depositarios de la gran herencia que es la Revelación. También nosotros los gentiles estábamos llamados a participar de la LUZ o de la revelación de JESUCRISTO.

Rescatados de las tinieblas

“ÉL nos ha sacado del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del HIJO de su AMOR” (v.13). DIOS ha dicho quien es en toda su plenitud cuando reveló a su HIJO. Solamente en JESUCRISTO sabemos y reconocemos quién es DIOS. JESUCRISTO nos muestra y revela que DIOS es TRINIDAD. En ninguna otra religión o espiritualidad el creyente se dirige a DIOS como en el verdadero Cristianismo, porque sólo nuestra religión mantiene la verdad de la Divinidad de JESÚS de Nazaret. Todo lo que se salga de esta verdad fundamental será volver a las sombras o tinieblas espirituales.

La redención

“En JESUCRISTO tenemos la redención, el perdón de los pecados” (v.14). Solo el HIJO de DIOS que se hizo hombre podía cargar con todos los pecados de los hombres en expiación, y conseguir el perdón para todos aquellos que lo reconozcan y muestren arrepentimiento. DIOS no tiene otra sangre para perdonar los pecados que la de su HIJO JESUCRISTO: “estos son los que vienen de la gran tribulación y han blanqueado sus túnicas en la sangre del CORDERO” (Cf. Ap 7,14).

JESUCRISTO es DIOS

“ÉL es Imagen de DIOS invisible, Primogénito de toda la Creación” (v.15). Este versículo hay que entenderlo en la misma doctrina del evangelio de san Juan que viene expuesta en el Prólogo y el capítulo catorce. “En el principio existía la PALABRA y la PALABRA estaba junto a DIOS y la PALABRA era DIOS” (Cf. Jn 1,1) La PALABRA o VERBO “existía junto a DIOS” o se inclinaba como HIJO hacia el PADRE desde toda la eternidad, porque el HIJO o la PALABRA desde siempre es DIOS con el PADRE. Al  mismo tiempo que DIOS, el HIJO resulta el primero entre todo lo creado, porque en JESÚS de Nazaret el HIJO toma la condición humana. JESUCRISTO no sólo es el rostro visible de DIOS que los hombres podemos contemplar, sino que es el rostro que el PADRE quiere ver en cada uno de sus hijos. 

Todo fue hecho por la PALABRA

El pensamiento de DIOS predestinó todas las cosas y por su PALABRA las fue llamando a la existencia. Y por medio de esa misma PALABRA todo lo que existe justificado o santificado puede ser llevado a la glorificación. Este es el recorrido existencial que san Pablo describe para los hijos de DIOS a los que ÉL ama: “predestinación, llamada, justificación y glorificación” (Cf. Rm 8,30). Todo es llamado por DIOS a la existencia por medio de la PALABRA: “y dijo DIOS…” Esta acción poderosa la recoge diez veces el primer relato de la Creación (Cf. Gen 1,1ss). “Todo ha sido hecho por la PALABRA, y sin ella no existe nada de lo que ha sido hecho” (Cf. Jn 1,2).

Lo visible y lo invisible

“Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por ÉL y para ÉL” (v.16). La Creación por parte de DIOS significa que ÉL pone fuera de SÍ mismo algo que no se puede confundir con su propio ser. Lo creado a lo sumo participa de la imagen y semejanza de DIOS como es el hombre o el Ángel. La creación de la nada se esclareció absolutamente por el hecho de la Redención, en la que DIOS se hizo hombre, y por tanto totalmente otro a SÍ mismo. Es muy grande la diferencia de inteligencia, perfección o santidad entre el Ángel y el hombre; pero DIOS en su HIJO optó por hacerse hombre y parece ser que no todos los Ángeles estuvieron de acuerdo y se rebelaron, alterando radicalmente su condición moral, pues dieron cabida a la soberbia, la desobediencia y el desafecto hacia DIOS su CREADOR.

La Iglesia

“ÉL es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia. ÉL es  el Principio, el Primogénito de entre los muertos; y así es el primero en todo” (v.18). En el capítulo doce de la primera carta a los Corintios volverá san Pablo a proponer la imagen del cuerpo como metáfora de la Iglesia. Multitud de carismas, funciones y ministerios, movidos por el ESPÍRITU SANTO como partes de un cuerpo que realizan su trabajo, de forma coordinada y colaboradora con todo el resto, así también actúan los cristianos dentro del Cuerpo de CRISTO que es la Iglesia. La Cabeza de este Cuerpo o Iglesia es JESUCRISTO. Siendo así las cosas, el verdadero rostro de la Iglesia no es apreciable a simple vista. La Iglesia es por naturaleza un misterio porque se encuentra dentro del misterio de CRISTO del cual formamos parte y ÉL es la Cabeza. El fondo misterioso de la Iglesia no impide la constatación de los fallos, errores o pecados que se pudieran producir por las personas que ostentan la marcha de las instituciones. En todo nos debe presidir la Caridad, que será siempre hermana de la Verdad. La Iglesia es Santa porque el ESPÍRITU SANTO la santifica y convierte en instrumento de santificación; pero cada uno de los componentes de la misma, clérigos, religiosos y seglares, tenemos necesidad de confesar nuestros pecados y de recibir el perdón que viene de DIOS. De forma implícita este versículo viene a decirnos, que todo lo existente fue pensado por DIOS en función de la Iglesia cuya Cabeza es JESUCRISTO. Para las mentes laicistas el planteamiento anterior es inaceptable; pero en los planes de DIOS sigue vigente que la santificación de la vida de los hombres se canalice a través de la Iglesia de JESUCRISTO, de la que ÉL es la Cabeza. Una cabeza no puede tener dos o tres cuerpos, ni dos cabezas o tres estarán unidas a un cuerpo, salvo que supongamos una realidad monstruosa; y DIOS no crea o alimenta esas cosas. JESUCRISTO es el Primogénito de entre los muertos, porque es el primero que ha tenido acceso a la Vida plena de DIOS. El HIJO de DIOS pasó por la muerte, porque de forma real murió en la Cruz por su condición humana. La muerte de JESUCRISTO, DIOS y hombre, no fue aparente. Para la Vida Eterna plena el hombre tenía que ser redimido, y el REDENTOR abrir el camino. JESUCRISTO es el único Camino que puede llevar al hombre a su encuentro con DIOS (Cf. Jn 14,6). JESUCRISTO es el primero que pasó por la muerte y alcanzó la Vida plena y con ÉL todos nosotros, los que por el Bautismo estamos insertados: “YO SOY la Vid y vosotros los sarmientos” (Cf. Jn 15,1).

JESÚS de Nazaret es el hombre

“DIOS tuvo a bien hacer residir en ÉL toda la plenitud” (v.19). Dice santo Tomás en el tratado sobre los Ángeles, que cada uno de ellos es por sí mismo una especie; sin embargo todos los hombres, los miles de millones de seres humanos habidos y por llegar, pertenecemos a una única especie. El hombre por excelencia es JESÚS de Nazaret. Pilato sin darse cuenta en el juicio contra JESÚS lo señaló: “este es el hombre” (Cf. Jn 19,5). Aparecía allí el hombre perfecto totalmente desfigurado, ridiculizado con una corona de espinas y el rostro totalmente ensangrentado. Después de una brutal flagelación, JESÚS se sostenía en pie y todavía le quedaba la última etapa para la crucifixión. Si en algún momento buscamos una imagen de las consecuencias del pecado sólo tenemos que mirar las secuencias de JESÚS durante la Pasión hasta completar la muerte en la Cruz. La plenitud de la Redención esta en JESÚS que cargó con el pecado de los hombres. La plenitud de la Misericordia que viene de DIOS, sólo nos podía llegar por medio de JESUCRISTO, porque DIOS envió a su único HIJO para manifestarla. JESÚS es la plenitud del hombre que busca cumplir con el Designio de DIOS previsto para llevarlo a la realización personal: “hasta que lleguemos todos a la unidad de la Fe y del conocimiento pleno del HIJO de DIOS, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de CRISTO” (Cf. Ef 4,12-13).

Reconciliación

“DIOS tuvo a bien reconciliar en ÉL y por ÉL todas las cosas, pacificando mediante la sangre de su Cruz lo que hay en la tierra y en los Cielos”  (v.20). Lo mismo que es un misterio cómo DIOS conjuga la Justicia y la Misericordia, lo es también la acción pacificadora de la “sangre de JESÚS”. La sangre del cordero pascual sirvió a los israelitas para que el Ángel no dañase a los primogénitos en Egipto (Cf. Ex 12,21-23); así también la sangre de JESÚS es el poderoso escudo frente a las fuerzas del Maligno. El realismo de la EUCARISTÍA no se aparta de su vertiente sacrificial y se establece el Sacramento en el Cuerpo y la Sangre del Sacrificio realizado. Para que haya paz en la tierra tiene que permanecer de forma permanente el Sacrificio que atrae sobre nosotros la Misericordia y el santo Juicio de DIOS. En JESUCRISTO el PADRE encuentra la plenitud de la entrega y el sacrificio, haciendo inútiles el resto de sacrificios humanos y rituales. Vale el sacrificio del hombre en CRISTO, que se va despojando del hombre viejo y adquiere la fisonomía espiritual del “Hombre Nuevo” (Cf. Ef 4,22-24a).

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